Quizá no hay antecedentes, y no serviría de mucho hurgar en si existen, de una campaña electoral que llega a sus últimos días con tamaño grado de incertidumbre.

Podría hablarse asimismo de lo berreta que fue la actividad proselitista, casi sin excepciones y con algunos picos kitsch como los de Florencio Randazzo y Guillermo Moreno.

Pero ése no es el elemento central, por más que refleje en buena medida la ausencia de ideas renovadoras y atrapantes (tampoco es un fenómeno local: basta ver las campañas en países europeos, a derecha e izquierda, para advertir que no son precisamente un canto al debate profundo).

La denominada gente del común nos pregunta a los periodistas qué creemos que va a pasar.

Los periodistas contestamos que carecemos de herramientas inequívocas para certificar algo y remitimos a que, sin ir más lejos, se repare en las dudas y contradicciones de los encuestólogos.

Los encuestólogos admiten que nunca estuvieron tan desorientados y jamás dejaron tanto margen para la posibilidad de imprevistos que, dicen, son contemplados por gobierno y oposición.

Y en efecto, ni el oficialismo ni sus adversarios terminan de confiar, siquiera, en sus propios relevamientos.

Prácticamente no hay nada que no sea especulaciones, excepto por las dos certezas que se recitan de modo generalizado.

Una es la que define al marco como apático, de enorme desencanto con la política, de incredulidad masiva respecto de que las cosas vayan a mejorar cualquiera sea el resultado.

La otra es que el territorio bonaerense y en particular su conurbano decidirán cómo leer lo que den las urnas.

Por fuera de eso, la acumulación de preguntas sin respuestas convincentes es casi agotadora y ya no hay manera de encontrar ¿seguridades? hasta un veredicto que, de todas formas, no dejará de ser parcial.

En el orden que se quiera, ¿cuánto habrán pegado realmente la foto de Olivos, la barrabasada de Vidal con la diferencia entre fumarse un porrito en Palermo y un porro en una villa, el garche peronista, la reaparición de Macri cual bajado de Marte?

¿Cuánto tendrá de efectiva la incidencia de un friki como Milei, sin que el adjetivo lo subestime, y cuánto se revelará como mera impresión provocada desde los medios?

¿Cuánto sucederá que mucha gente no irá a votar, cuánto es “mucha” en primarias de medio término y cuánto lo que fuese podrá tomarse como parámetro siendo que lo central es en noviembre y no ahora?

¿En Córdoba sólo deberá medirse por cuánto volverá a ganar el gorilismo en cualquiera de sus formas?

¿En Santa Fe cuenta que la suma del macrismo vencerá o que, contra todos los cálculos, Agustín Rossi puede imponerse en la interna del FdT, enseñando que la lealtad y la militancia deben ser mejor estimadas?

¿En Capital se tratará del techo cambiemita o del piso que establezca el Frente?

¿Larreta se equivocó fiero en mudar a su distrito a la ex bonaerense orgullosa, que parece no dar pie con bola, o finalmente será una cuestión menor porque a la hora de los bifes el antiperonismo se encolumna detrás de lo que venga?

¿Los radicales aceptarían sin dudas seguir siendo la segunda o tercera guitarra del Pro, si Manes pierde por mucho?

Si, al revés, el sanador hace una gran elección y queda cerca de Santilli, ¿sumaría a la probabilidad de que Larreta vea comprometido su proyecto presidencial?

Estas preguntas sin firmeza de respuesta son las que concentran, entre tantas, dos aspectos: dudas previas sobre la influencia de hechos explotados hasta el hartazgo, tanto en redes como en grandes medios, y dudas para después del domingo.

Sin embargo, ¿son las preguntas acertadas o, aunque lo fueren, todas se subsumen en que al fin y al cabo el domingo no hay mucho más que una gran encuesta oficial?

Esto es: salvo una debacle del Gobierno, y aún si éste perdiera en los números reales o leídos, le quedarán dos meses por delante en los que cabe esperar la reactivación económica ampliada hacia el medio y hacia abajo.

¿Reactivación medida contra el fondo pandémico del pozo?

Sí, pero lo importante no es eso, sino la percepción popular que habría en torno de, por lo menos, estar asomando la cabeza.

Que el Gobierno salga airoso o que salve las papas, el domingo y/o en noviembre, sería un impulso probablemente decisorio para que se anime a acciones y leyes más entusiasmantes en el campo nac&pop. Más capaces de recrear cierta mística que está perdiéndose. Más aptas para recuperar franjas juveniles, en las que ahora encuentra fuga. Más convocantes a movilizarse en su defensa.

Y además, como dijo en la semana un alto dirigente cambiemita, en estricta reserva: ojo que el aparato peronista-kirchnerista todavía no movió, porque “se guarda para las generales que son el partido en serio, especulando con el clima económico mejorado”.

Pero en todas las hipótesis, sea cual fuere la lectura de la encuesta del domingo, de cara a noviembre, o después de noviembre, el Frente de Todos y su Poder Ejecutivo deberán relanzarse.

Eso se llamará barajar y dar de nuevo, sin dejar de mantener las cartas que se juzguen indispensables.

Si se preservó la unidad política en medio de los desafíos de un bicho universal, más todavía será necesario frente a derrota o victoria electoral.

Para que no sea ni suene a apreciación cualunquista, lo que las urnas dictaminen no altera --como ejemplo de magnitud inmensa-- que si habrá arreglo con el Fondo Monetario deberán explicitarse los ajustes contra quienes tienen menos o más.

Ningún resultado de las elecciones variará que para resolver la inflación se requiere de control por fin eficaz sobre monopolios y oligopolios, ni que el esquema productivo debe ser resuelto sin medias tintas.

¿De dónde extraerá renta el Estado?

¿Del jueguito para la tribuna (¿cuál?) de pelearse con la UIA y con el agro, en lugar de marcar la cancha con disposiciones concretas y de trazar un mínimo modelo de afectación de intereses en tal o cual dirección?

La pandemia hizo comprensible, con sus más y sus menos, que se estuviese a la defensiva.

Nadie, con honestidad intelectual, debería animarse a decir que el Gobierno no hizo lo que supo y pudo, de una manera que evitó desbordes graves.

Ese tiempo de la defensiva se agotó.

Tal vez se demostrará cierto, tal vez no, que circunstancialmente jugarán su papel las fotos, las incontinencias verbales y, sobre todísimo, cómo evalúen la mayoría o las primeras minorías cuál es la causa central de lo que les ocurre en el bolsillo. Y en sus expectativas.

Muy por encima de eso, es el Gobierno quien tiene en sus manos la potencia de sobrellevar, corregir y avanzar.

La “ofensiva” opositora en el caso más favorable a ella, con sus medios y periodistas enardecidos (que el oficialismo también tiene); con su aliento al odio; con sus proclamas salvajes; con su Macri que invita a ganar plata sin pagar impuestos; con sus libertarios que excitan violencia para aplastar contrincantes, tiene el límite de llegar hasta ahí.

¿Hasta ahí es que con eso, más el agregado de la bronca por el escenario económico, la oposición podría ganar? ¿Tener un buen o excelente desempeño?

Sí.

¿Eso significa que el Gobierno estaría perdido?

No.

Más bien debería significar todo lo contrario.

Por lo pronto, nadie, absolutamente nadie, tiene el diario del lunes.

Y eso incluye que se puedan llevar una sorpresa quienes dan al Gobierno por muerto.