Los 24 voluntarios de la misión humanitaria de Cascos Blancos --médicos, enfermeres, logistas-- estuvieron dos semanas en la ciudad de Corail atendiendo todos los días a la población, desde la mañana hasta la tarde. "Lo dimos todo. Tengo una parte del corazón allá. Estamos charlando en un grupo de WhatsApp y a todos nos pasa lo mismo: queremos volver", expresa a Página/12 Rita Sabate, logista, a pocas horas de bajar del Hércules de la Fuerza Aérea que los trajo de regreso. La atención sanitaria argentina abarcó no solamente a las víctimas del reciente terremoto en Haití, sino también a personas con problemas preexistentes. En total fueron atendidas 800, entre adultes y niñes.

El hospital de primeros auxilios de Cascos Blancos

El médico Hugo Saidon. Foto: gentileza Cascos Blancos.

"Lo que más me llamó la atención es la pobreza estructural tremenda y una ausencia casi absoluta del Estado en todas sus instancias", dice el médico Hugo Saidon, formado en Cuba. "Es una experiencia gratificante llevar un granito de arena a un lugar así, pero también es duro cuando ves un montón de situaciones que quedan sin resolver", agrega. 

Durante los primeros días los voluntarios recibían ante todo a personas con fracturas, dislocaciones y luxaciones, la marca en los cuerpos del terremoto que sacudió al país el 14 de agosto. "Pero después atendimos de todo: muchísimos pediátricos, embarazadas a las que hicimos los primeros controles, gente que venía con problemas dermatológicos, pacientes oncológicos. Había muchas situaciones derivadas de la malnutrición y patologías crónicas que eran vistas por primera vez", detalla Hugo.

Los voluntarios llegaron con la expectativa de trabajar en el interior del hospital Néstor Kirchner, inaugurado en 2015, primera obra física financiada por la Unasur. No se pudo: el edificio tenía peligro de derrumbe. En efecto, todos los días, en la zona donde se encontraban se sentían réplicas del sismo. Les argentines ya se habían retirado cuando los integrantes de la misión humanitaria de Brasil pudieron apuntalar el establecimiento con estructuras de madera. 

La tarea argentina tuvo dos etapas: en la primera, el hospital de primeros auxilios de Cascos Blancos quedó instalado dentro de una escuela, cuyas aulas se convirtieron en consultorios. En la segunda se montaron carpas en el área exterior del hospital Kirchner. La unidad sanitaria contó con servicios de atención ambulatoria de emergencia, pediatría, clínica médica general, obstetricia y traumatología; sectores de recepción, triage, sala de espera, consultorios e internación y equipos de monitoreo multiparamétrico y ecógrafos, entre otros. Los integrantes de la misión convivieron todo el tiempo en un campamento.

La comuna de Corail se encuentra en el departamento de Grand'Ansé, en el extremo suroeste de la isla, a 300 kilómetros de la capital y al borde del mar. "Es una ciudad pequeña. Está más cerca del epicentro del terremoto que Puerto Príncipe. La población fue bastante afectada con la destrucción de muchas casas. El hospital Néstor Kirchner estaba muy afectado", describe la presidenta de Cascos Blancos, Marina Cardelli. 

En términos de salud, los habitantes de Corail y pueblos aledaños cuentan solamente con este hospital, bastante "limitado" en sus servicios, en palabras de Hugo. "Y no todo el mundo puede llegar porque no hay servicio de transporte público: todo es a pie. Si alguien está muy lastimado o no está en condiciones de caminar varios kilómetros, con la pobreza que hay, no llega. Algunos tienen moto. La mayoría de los habitantes vive de su propia producción, de la tierra. No tienen una práctica de pesca. Y el suelo no tiene mucha productividad", completa Cardelli.

Es por eso que a Hugo lo invade la "zozobra". "La salud es totalmente privada. No tenés ningún efector de salud pública para derivar ciertas patologías. Es gente muy pobre que no tiene para pagar y se muere. Ya solamente para llegar al hospital tiene que conseguir cómo", expresa. "Hay personas que quizás con un tratamiento sencillo tendrían una expectativa de vida mucho más larga y no había adónde derivarlas", añade. Los médicos hacían todo lo posible para que los casos siguieran un buen curso. En les haitianos prima una "cultura de la resignación" ante la falta de derechos básicos como la salud y la educación: "Aceptan la ausencia de todo. Piensan 'tengo una enfermedad, me voy a morir por esto', a veces incluso ante cosas que son relativamente sencillas de resolver".

El médico del Hospital Durand, especialista en Diagnóstico por Imágenes, no quiere meterse en "detalles morbosos" de lo que vio. Sólo comenta la historia de un chico de 20 años que había estado dos días atrapado debajo de los escombros. Tenía fractura de fémur desplazada. Tardó cinco días en llegar al hospital; "caminando, con ayuda, no podía pisar". "Nos costó mucho derivarlo, que recibiera atención y no perdiera la funcionalidad de la pierna. Como esta hubo muchas cosas", cuenta Hugo.

La protección de la solidaridad

Marina Cardelli, presidenta de Cascos Blancos. Foto: gentileza Cascos Blancos.

El traslado desde Puerto Príncipe hasta la ciudad de Corail fue en helicópteros de Estados Unidos. "Sin eso, por tierra, no hubiéramos podido llegar: hay muchos problemas de seguridad", señala Cardelli. "El mayor conflicto está en Puerto Príncipe y camino a la zona del epicentro, donde hay como 200 bandas armadas y hubo muchísimos secuestros. Tuvimos todo el tiempo el acompañamiento del embajador y el equipo de seguridad de la embajada", agrega. Los caminos, además, estaban destruidos por el terremoto.

Al arribar a la ciudad hubo cierta "tensión" con los habitantes del lugar. "Llegamos con insumos y comida, y ellos tienen una necesidad profunda", dice la presidenta de Cascos Blancos. "Cuando empezamos a armar el hospital en la escuela se acercaba todo el pueblo a ver qué estaba pasando. Teníamos que ganarnos su confianza para que se dieran cuenta de que íbamos a hacerles un bien. Cuando vieron que armamos la carpa y que los médicos estaban vestidos de blanco se dieron cuenta de eso. Los dos primeros días explotó de gente. No estábamos al tanto de si había una radio o algún medio que les informara, pero llegaban. Suponemos que por el boca en boca. Y llegaba toda la familia: la mamá, los chicos, los abuelos", relata Rita, abogada que trabaja en Cancillería. El pasaje de la tensión al agradecimiento quedaba graficado en frutas de la región ofrecidas como compensación: "Los chicos nos regalaban papayas y cocos. Comíamos frutitos tropicales que no sabíamos qué eran".

"Hay dos modalidades de ayuda humanitaria --diferencia Hugo--. El asistencialismo no me gusta. Nos contaban que había pasado: helicópteros que les tiran comida como si fueran animales. Otra es la que nosotros intentamos llevar, la de la solidaridad. Te encontrás en un lugar con gente que es igual que vos, con la que tenés un destino común. Trabajás en conjunto. No hay que ponerse en el lugar de salvador. Nosotros  nos vinculamos con la comunidad. Más allá de la inseguridad que puede haber en Haití, eso era lo que nos respaldaba."

Fue fundamental el nexo con los médicos cubanos que trabajaban en el hospital Kirchner, con referentes sociales y con el exdiputado Rolphe Papillon (con mandato cumplido tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse). "Lo que termina cuidándote es la política: llegar, dialogar, hacer", concluye Hugo.

El campamento de les voluntaries

La logista Rita Sabate. Foto: gentileza Cascos Blancos.

La mayoría de les voluntaries decidió dormir al aire libre, en catres. El calor era sofocante: 41 grados de térmica. "Hacía tanto calor que no se aguantaba adentro de las carpas", cuenta Hugo. "Había dos variables: el calor intenso adentro de la carpa pero sin mosquitos o dormir al aire libre, con mosquitos, y te tapabas con un tul. El 80 por ciento dormía afuera. Usamos una cantidad de Off... era una cosa impresionante. Llevamos espirales que nunca prendimos porque era una tarea sin sentido", dice Rita.

"Nos acostumbramos a todo. No había brisa. El calor era intenso a la mañana, el mediodía, la noche. Las lluvias, como toda lluvia tropical, duraban cinco, diez minutos. El lugar estaba lleno de piedras, producto de los terremotos, y hubo bastantes réplicas. Al principio te dan miedo. Si estás sentado en el piso las sentís más fuerte. Nos empezamos a acostumbrar a que eso pasara una o dos veces por día. Tomábamos nuestros recaudos y salíamos al aire libre. La tierra tenía movimiento, sonido. El ser humano se acostumbra a todo", detalla la logista. 

Desafíos de la asistencia humanitaria

La misión de Cascos Blancos en Haití comenzó a diseñarse a los pocos minutos del último sismo. Se concretó entre el 21 de agosto y el 7 de septiembre. El organismo, dependiente de Cancillería, ya había estado en el país luego del terremoto de 2010. "Haití necesita acompañamiento y ayuda de la región. La situación de necesidad, pobreza y violencia es muy profunda. Nuestra solidaridad tiene que sostenerse, con mucho respeto por un proceso propio. Nadie puede solo", sentencia Cardelli. Y concluye: "La pandemia ha golpeado mucho a todo el mundo y en particular a América latina. Hoy tenemos un continente más desigual, pobre y lastimado". Por eso es que a la asistencia humanitaria le esperan "desafíos muy grandes".