En cada Feria del Libro, eran los primeros en llegar y los últimos en irse los Laborde. Y siempre saludaban. A todos. En su librería de 3 de Febrero 1065, donde aún se abre el portal a su babel de papel, Poli alternaba el trabajo siempre intenso con la charla para la que milagrosamente, pese al constante laburo, siempre tenía un ratito. Conversador de puertas a la calle, era saludarlo y dejarse absorber por las novedades de su editorial y el olor a nuevo de los libros recién nacidos. Con el mismo vigor con que cargaba pesadas cajas (un editor es un hombre con una caja, dijo un poeta) sostenía una opinión, te mostraba una publicación flamante o te hacía uno de esos comentarios tan suyos, tan desbordantes de humor y sabiduría. Una sabiduría siempre con un pie en la universidad y otro en las baldosas de la vereda, que pisaba como un laburante más: Poli Laborde era ubicuo, era único. Era alguien para quien el oficio de hacer libros y leerlos tenía el mismo peso de autoridad que mil comités académicos de evaluación. Sólo Rosario pudo dar alguien así, capaz de ir y venir con tanta gracia entre las tesis y los números del negocio, entre la persiana de fierro y las ideas. 

Quedarse a charlar con Poli en su librería o en su stand siempre tenía aroma a café y a cigarrillos, aunque no los hubiera; la mesa del café se le dibujaba delante, parecía, como a esos dibujitos animados que corren en el abismo mientras el dibujante los sigue con el piso, o les hace nacer de las manitos lo que necesiten: martillos, tanzas, manuales o cañas de pescar. Parecía que siempre iba a haber Poli Laborde en Rosario. Pero un día, la ciudad amaneció sin él.

Duele tener que despedirlo hasta siempre; cuesta imaginar que al fin descansa. Fue un campeón de la vida y de las letras, un laburante indestructible que nunca bajó los brazos en la lucha por la cultura. La remó y salió a flote pese a las crisis económicas argentinas; se reinventó a cada paso, armó talleres y presentaciones con un puñado de sillas y su hospitalidad. Toda una vida de pasión por los libros nos deja su legado, pero no será lo mismo sin Laborde presente, con su experiencia y su entusiasmo, el de aquel librero amigo que mezclaba la queja clásica del vendedor con su generosidad inagotable: "¡Cómo puede ser, Cortázar no vende pero Vignoli sí!", te saludaba exagerando de lejos ni bien verte y ya te alegraba el día, te daba cuerda para toda la semana. 

Siempre detrás del mostrador como estudiante del Mayo Francés tras una barricada, así respiraba y así nos daba oxígeno. Parece mentira una ciudad sin Poli; lo creíamos eterno, aunque fuera evidente que estaba envejeciendo. Todos le estamos agradecidos a Laborde. Nos demostró que se puede ser honesto y vivir; que se puede publicar desde Rosario, que te pueden leer en tu ciudad. Cada uno de los libreros editores de antes o después sigue su estela, lleva grabado en la memoria el resplandor inoxidable de aquella librería primordial. Era, aunque no creo que le hubiera gustado ser comparado con un patriarca bíblico, de esos poquísimos tipos que fundan un templo en medio del desierto sin más que una roca, un nombre y un sueño.

"Kitab" se llamó aquella leyenda, en la galería La Favorita. La candente mañana de enero en que lo entrevisté, Poli narró una anécdota. Él y sus dos socios (su hermano Peteco y Luis Etcheverry) creían que 'kitab' quería decir 'libro' en una lengua perdida... "hasta que pasó un turco por la puerta y dijo: no es ninguna lengua perdida, eso es árabe". Por una suba de alquiler cambió de rubro, pero pronto volvió a poner su librería. "Veinte años en calle Entre Ríos, en dos direcciones: 640 diez años, 647 otros diez, y ahora hace diez que estoy acá", sumó en 2018. "La editorial debe tener diez años, pero estoy sacando cinco libros mensuales", contó con humilde orgullo. Rubros: "psicología, psicoanálisis, filosofía, ciencias de la educación, pedagogía, antropología, sociología, epistemología, política ambiental, bioética, crítica literaria, novela, cuento y poesía". 

Poli, te vamos a extrañar mucho. Ahora nos quedan tus libros, incontables como las arenas del mar.