Lo que tenemos de arranque es un agente del FBI en Miami que después de hacer su ejercicio y emprolijarse encara hacia una fiesta privada para sorprender a un “asesor financiero” en lo que se dice pleno acto sexual, a fines de comunicarle –extraoficialmente– que gracias a un hacker tiene todos los datos de sus operaciones truchas, pero que no se preocupe, que quiere ser su amigo, que los amigos comparten, y que si le pasa la mitad de sus fondos, esa amistad podría prosperar. Pasa que los clientes del asesor son caballeros pesados a quienes no les simpatizará ver reducidas sus cuentas, el viejo asunto de la espada y la pared; antes de la huida, y para tratar de poner a salvo dos millones de dólares, el hombre llama por teléfono a su hijo, que también trabaja en finanzas en un banco y quiere mantenerse a distancia de las matufias de su padre. Este muchacho, Nick Talman, interpretado por Adam Brody, es uno de los protagonistas de Dinero en gestación: de novio con una chica primorosa hija de padre rico, un punto encorsetado en su empleo, se cruza allí con una programadora cubana que armó por la suya una criptomoneda y la ofrece al banco a cambio de financiación: “La mitad de la población mundial, 3.500 millones de personas, no tienen acceso a una cuenta”, dice la muchacha, Izzy Morales, interpretada por Otmara Marrero, también protagonista. “Para 2020 todos tendrán celular. Y desde allí se podrán manejar con esta moneda, de libre acceso, sin regulaciones gubernamentales, sin riesgo de ser confiscada. Así como las discográficas y los estudios de cine no se adaptaron a la era digital, que ahora están desapareciendo por culpa de Netflix, YouTube o Spotify, con la banca tradicional y la moneda digital va a pasar lo mismo. El tren está por partir. O se suben a bordo o se quedan a pie”.
Las tres temporadas de Dinero en gestación pueden verse en Netflix; a propósito de reconversiones, originalmente fue una producción de Crackle, red de video multiplataforma de Sony, que desde hace un par de años no está disponible en América latina. Creada, escrita y dirigida por el norteamericano Ben Ketai, fue estrenada en 2016 y se llamó StartUp. En el banco a Izzy no le dan bola; es una luminaria en el ambiente pero no se adapta a ser sólo gerente en una gran compañía, así que tiene toda su parafernalia tecnológica montada en el garaje de la casa de sus padres cubanos, que ya están hartos de sus berretines, tropiezos y ambiciones. Pero a veces los astros se alinean y ahí están las ambiciones de Nick, que la contacta por la suya y pone sobre la mesa los dos millones offshore de su padre en fuga: ha nacido Gencoin. Y algunos inconvenientes adicionales, porque fugado el padre a ver qué tiene para decirnos su hijo, se plantean el agente Philip Rask, que interpreta el gran Martin Freeman (¡el inolvidable Lester Nygaard de Fargo!), y también algunos buenos muchachos que le habían confiado su dinero al financista. Y es desde ese margen que proviene el tercer protagonista de la serie, Ronald Dacey (Edi Gathegi, notable personaje y actuación), un lugarteniente de una pandilla de haitianos que trafica droga y controla Little Haiti, uno de los barrios más precarizados de Miami. Ronnie vive en una casa pequeña, es amoroso con su mujer y sus dos hijos, y aunque es un experto con el revólver y las fracturas de crismas preferiría ir aflojando un poco, solucionar lo que se pueda menos drásticamente, filosofía que alrededor suyo no convence. Cuando descubre que el señor Talman desapareció lo agarra al hijo de las pestañas; y como la plata ya está encauzada en Gencoin, filosofía mediante, aprieta unas clavijas para que lo acepten como socio.
Esas son las movidas iniciales que, a grandes rasgos, ponen en marcha la maquinaria narrativa de Dinero en gestación. “Tenía muchas ganas de hacer una serie que explorara ese falso sentido del american dream, que se promete a todo el mundo: creo que es un momento muy propicio, especialmente con las elecciones que se acercan”, decía Ketai a poco del estreno en 2016, con la perspectiva de que Trump accediera a la presidencia. “Detrás de ese telón hay mucha hipocresía, crimen y opresión; tenemos una gran diversidad cultural y nos gusta decir que aceptamos esa diversidad, pero no es así”. Hay mucho detalle tallado y enfocado en las tensiones, lealtades y traiciones de cada personaje, códigos de comportamientos hacia los cristalizados arriba y abajo sociales, dinámicas frenéticas motorizadas por el billete y el poder, tironeos y contrapuntos con los más cercanos: Ronald tiene un hijo adolescente que se debate entre la impronta que él procura bajarle y el fundamentalismo pandillero; Izzy tiene una hermana tranqui, de casa y laburo, plan de casamiento; Nick se siente disminuido ante el suegro rico, así que empieza a romper moldes. En paralelo y progresivamente, las exploraciones por el ecosistema de las empresas tecnológico-virtuales, peces grandes que se comen a los chicos, hackers, cantidad de usuarios que deben crecer, la necesidad de inversores para progresar, puestas en escena para mostrarse próspero, periodistas mercenarios, congresos, frivolidades, adrenalina. Y violencia, claro, que también transmite sus mensajes: además de los pandilleros haitianos hay unos rusos, y unos nazis. En algún momento Izzy monta una “red oscura”, ideal para traficar e intercambiar sin dejar huella: otro negocio en potencia. Y por ahí sigue el agente Rask, que es un peligro.
En la segunda temporada aparece el millonario “contratista privado” Wes Chandler, un amigo del padre de Nick, interpretado por el singularísimo y prolífico Ron Perlman (productor de la serie junto a Brody); y en la tercera se incorpora a la trama Mira Sorvino, que compone a otra inquietante agente gubernamental. Más allá de algún intríngulis de la trama (difícil no caer en alguno en series que acumulan 30 capítulos), Dinero en gestación sostiene una marcha vertiginosa, con un guión que cada tanto se sosiega en algún parlamento afilado: “Eres joven, Nick”, le dice Wes/Perlman, mientras preparan un pescado en una cocina enorme. “No has tenido tiempo suficiente de vivir en este mundo, de pasar por los trabajos, los amores, las traiciones. Pero lo vivirás. Lo vivirás. Tendrás mucho de eso. Y es cierto, yo… doy sermones acerca de las relaciones, sobre respaldarse el uno al otro, apoyarse mutuamente, bla bla bla. Eso es bueno, sabes. Pero… cuando llega la hora, la gente sencillamente no es de fiar. Y cuando te ves acorralado debes tomar una decisión. Tienes que asumirla”. Un parlamento que, acaso, convenga poner a dialogar con la frase de Dylan que, blanco sobre negro, cita esta serie: “Para vivir fuera de ley debes ser honesto”.