Entre circo y teatro, en La fragilidad de la memoria surge un recorrido de vidas recíprocas, en un escenario que se parece al del barrio de ella, al de él, al de muchos y muchas. La obra que hoy a las 21 estrena Teatro de La Vigil (Alem 3086)  está interpretada por Anabel González y Rodrigo Rivera, integrantes de la compañía de circo-teatro Tallarín con Banana, y se completa con el hacer de Severo Callaci (dirección) y Daniel Calistro (asistencia de dirección y técnica). Un recorrido entre universal y singular  con el barrio como lugar desde el cual recordar infancias y juventudes. La obra cuenta con el apoyo del Instituto Nacional del Teatro y fue realizada con el apoyo del Plan Fomento del Ministerio de Cultura de Santa Fe.

“Cuando los chicos me convocaron, les propuse arrancar desde nuestra propia memoria, desde lo particular, para poder llegar así a lo universal”, explica Callaci a Rosario/12. “Con Anabel y Rodrigo nos fuimos cruzando en diferentes lugares y siempre los respeté y admiré, porque trabajan muchísimo y se mueven por todo el mundo. En una de esas oportunidades me dicen que querían trabajar conmigo, porque les interesaba la poética que venía desarrollando. Cuando me comentaron la temática me gustó, porque tiene que ver con los universos que me interesa abordar. Nos costó encontrar el momento y el lugar, y fue la pandemia la que al confinarnos nos permitió encontrar ese tiempo. Qué paradoja. Pero fue maravilloso, porque vivimos a la pandemia como una oportunidad”, continúa.

-¿Cómo es este cruce entre teatro y circo?

-Desde hace mucho me interesa el cruce de lenguajes, porque enriquece al arte, pero también quería hacer un trabajo de circo, ¡qué mejor que con él y con ella! Por otro lado, nunca había visto una obra que pudiera conjugar los dos lenguajes y que estuviera al servicio de lo que se narraba. Muchas veces, cuando se intentan los cruces, un lenguaje mata al otro o está por encima; pero en esta oportunidad, el teatro y el circo están puestos al servicio de la historia. Trabajamos generando imágenes, a partir del escrito de ellos dos. Y así fuimos armando la historia, que es muy linda. Transformamos los dos barrios suyos en uno solo –Anabel nació en Tablada y Rodrigo es de Chile– y fue algo maravilloso, porque lo que se va a mostrar es una realidad latinoamericana, con cuestiones que a un lado y otro de la cordillera fuimos compartiendo con el paso de los años. Este espectáculo es un regalo a mi generación, a quienes nacieron a comienzos de los ‘80.

-Apelar a las historias personales para modelar el texto debe ser un camino atractivo.

-Meterse hacia adentro para trabajar es algo muy fuerte y característico en mi búsqueda. Me encanta contar historias desde ahí, el punto de partida siempre es uno y una. Pero es muy importante para mí aclarar que en este camino siempre fuimos creadores y creadoras. No es sólo dirigir o actuar, sino que se trata de crear algo que antes no existía, y desde la fibra más profunda. Es un trabajo muy artesanal. Así fuimos armando estos personajes, que tienen mucho de todos los que vivimos en la clase media de esa época.

-La obra ofrece un recorrido cronológico, ¿no?

-Cuenta unos 40 años en una hora, ¡qué lindo que suena! (risas). Pero no sólo narra lo que pasó, sino que toma una decisión sobre lo que pasa a partir de lo sucedido. En ese sentido, el mensaje es que más allá de todas estas cosas que pasaron, si confiamos en las decisiones que tomamos, la vida nos va a seguir encontrando, siempre en la medida en que estemos abiertos a eso y que podamos seguir confiando en ese amor y en los vínculos, más allá de este desastre que avanza y se come todo. No solo es una visión para atrás, sino de acá para adelante. Con la memoria como punto de partida.

Hay un aspecto sustancial, que Callaci destaca: “Estoy trabajando en esta poética desde hace varios años, y éste es un eje que trabajamos con ellos: al entrar al escenario, no se trata de conquistar, sino de estar. Creo que hay una cultura que vino a conquistar, y que tiene que ver con el eurocentrismo y con ciertas cuestiones de las capitales. Pero hay otra, que sigue estando y tiene otro verbo, que es el de estar. El actor o la actriz no salen a conquistar la escena, a que lo amen, sino que sale a amar; entra al escenario a amar, para proponer otro tipo de diálogo con el público. De esta manera, mi movimiento adentro del escenario no es especulativo, sino un movimiento de convivencia, de vivir lo que está pasando ahí, para que el espectador y la espectadora puedan, a través de esa experiencia, vivirlo. A ese foco lo trabajamos muchísimo, y costó mucho, porque ellos vienen del clown, una técnica que sale directamente a cazar, en donde si se está hablando y pasa una mosca, se la incluye; pero acá es poder bancar el universo que construimos desde adentro, y desde ese lugar verlo todo. Con mucha imaginación, pero para crear realidad”.