Si los de Cambiemos creen que ganaron, se equivocan. Perdió el Frente de Todos. Esto es peor. Porque los del rejunte macrista (que tristemente incluye a los radicales) sumaron los mismos votos que en las PASO anteriores. Aquí hubo un duro cuestionamiento al modo en que han conducido el país Alberto Fenández y los suyos. Muchos se esfuerzan por apartar a CFK de las responsabilidades de la derrota. Pero ella lo eligió a Alberto, estuvo de acuerdo con la aparición de Martín Guzmán (Cristina ama a Stiglitz, maestro de Guzmán) y no logró impedir las agachadas del gobierno antes los poderes concentrados.

Son tantas las promesas que no cumplió el gobierno popular que su base de sustentación le dio la espalda. Esto es muy habitual en la historia de las democracias. El electorado castiga. Aquí votó en blanco, votó a la izquierda y votó al candidato vociferante, Javier Milei. Que haya elegido a la sra. Vidal y no a Leandro Santoro es penoso. Pero Buenos Aires es una ciudad opulenta y –por lo tanto- gorila. Apoya a los ricos, detesta a los pobres. A quienes se refiere diciendo “la negrada”. Así fue a lo largo de nuestra historia nacional. La revolución de Mayo no tiene perfil popular. Ese perfil lo habría dado Artigas, pero lo rechazaron y murió solo y derrotado. Las guerras civiles las ganó Buenos Aires. Y los porteños (con Mitre a la cabeza) no construyeron un país, construyeron su propia y sin duda bella ciudad. Cierta vez, en una entrevista que compartí con Juan José Sebrelli (hoy un exaltado macrista), le escuché decir: “Nuestra oligarquía, mal o bien, hizo un país”. No le contesté entonces porque los disparates que profería sin cesar me daban bronca pero sólo eso. En verdad, me anonadaban. Decidí que no valía la pena contestar tantos desvaríos abiertamente derechistas. Me arrepiento hoy de no haberlo hecho. Debí haberle dicho que la oligarquía había hecho mal, canallescamente mal este país. Probablemente no quise polemizar con él. Que, además, hablaba rápido, no escuchaba y el moderador no quería moderarlo. Una mala experiencia.

Hoy, el supuestamente culto pueblo de Buenos Aires sigue votando a la derecha y ahora la tiene al Hada Buena que va a gobernar para ellos. Santoro, dicen, fue radical pero ahora es peronista y amigo de Alberto F. Esto es satánico para toda esta gente.

Pero hay que pensar (sobre todo) en la coalición gobernante. Actuó bien con frenar la pandemia. Pero no debió detenerse en eso. El hambre también mata. Cuando se dice que hay siete millones de indigentes se está hablando de la muerte, no de una estadística. Es como la frase de Todorov sobre el Holocausto: “No mataron seis millones de judíos, mataron uno y luego lo mataron seis millones de veces más”. El hambre mata de a poco. Los huesos crujen y se torcionan. Los ojos se agrandan en las órbitas. Los brazos y las piernas adelgazan, pierden espesor. La expulsión de millones de seres del ámbito de la sociedad civil termina en la muerte. Los marginados mueren de inanición más que por el covid o por ahí nomás. Mueren muchos. Cada muerte debe pesar en el corazón de los que gobiernan.

El gobierno popular se consagró únicamente a la pandemia. Olvidó distribuir generosa y necesariamente la renta nacional. El Estado popular se había fortalecido en la lucha con la pandemia. Por fin el Estado servía más a la vida de la población que el endiosado mercado. ¿Por qué no vigorizar la microeconomía? ¿Alguien ignora que la microeconomía es esencial para el estómago, para el equilibrio de las personas que los números de la macroeconomía? A los pobres no hay que regalarles nada. Hay sentarlos a la mesa de todos y darles trabajo digno. Si un gobierno se dice popular o peronista no puede tener siete millones de indigentes. Así nomás y punto.

Previendo lo que se venía (el menemismo) dije en una charla entre militantes. “¿Qué es el peronismo? El peronismo es dar y crear trabajo” Dejó de serlo con Menem. Ahí, fue el neoliberalismo, que es el modo en que la derecha acumula pobres. Y le importa poco.

La situación económica del pueblo es desesperante. No hay tiempo, hay que actuar ya. Que el nuevo gabinete lo sepa. Que le altere el sueño la situación miserable de los compañeros de la república. Hay que sentir el sufrimiento de los otros como propio. Nos debe doler como a ellos. Tal vez con algunos audaces movimientos del Gobierno, las elecciones de noviembre no sean tan sombrías. Hay que arriesgarse. No perder la iniciativa política. Dios no es argentino. Lo descubrí cuando los carniceros del proceso tiraron un cadáver contra el Obelisco. Pero no sólo no es argentino. Dios se fue y no es de nadie. La palabra la tienen los seres humanos. Que esa palabra sea para ayudar a los de abajo.