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Desde Montevideo

Hijo de dos tupamaros presos, pasó su infancia entre la cárcel y los cuarteles. Sus padres, Evaristo Manuel y Melba, fueron detenidos cuando él – hoy diputado nacional por el Frente Amplio – tenía dos años y medio. Casi ochenta niños, ya cincuentones, sufrieron esa experiencia traumática. Pero Gabriel Otero la resignificó, hizo terapia mucho tiempo después y está en armonía consigo mismo. 

Nació en un conventillo del barrio montevideano La Teja, vivió en la pobreza, lo crió su hermana mayor Graciela (foto) y se vio forzado a compartir su encierro con una escolaridad silenciada. Casi nadie sabía de su historia en el colegio donde estudiaba. Cuando se decidió a contarla se sacó de encima “una mochila grande de treinta y pico de años”, dice sentado en su despacho del Anexo del Palacio Legislativo. Por un gran ventanal puede mirar hacia el oeste, donde se levanta el municipio A que gobernó por dos períodos consecutivos. La capital uruguaya tiene ocho. Él fue alcalde en el más poblado de todos. La música es su cable a tierra. Se entusiasma con su próximo disco de milonga-rock. Su resiliencia lo llevó a ocupar el lugar donde está. No perdió de vista sus raíces, ni un barquito de madera que su padre labró con sus propias manos en cautiverio. Es como un pedacito de su niñez que sobresale entre sus objetos más preciados.

-¿Cómo recuerda a sus padres y la militancia que tuvieron?

- Mamá era del interior del país, del departamento de Rocha. Como decimos acá, una canaria. Nació en medio del campo, en un establecimiento rural, tuvo muchos hermanos como se acostumbraba, que se criaron en una pobreza importante. El abuelo trabajaba, mi abuela era ama de casa y cada uno de los niños en la medida que iba creciendo tomó algún tipo de tarea. De grande y ya en la ciudad, mi mamá comenzó a interesarse en temas sociales de la época. Había pasado la Revolución cubana y vivió toda esa efervescencia. Conoció a papá en el departamento de Maldonado, mi hermana nació en el ‘56 y mi hermano en los ’60. Se terminaron viniendo a la capital y siguieron con su militancia. La de papá más sindical y la de mamá más social.

- ¿Cómo ingresaron al movimiento Tupamaro?

- En los años 62 y 63 el Movimiento de Liberación Nacional comenzó a tener actividades de propaganda política. Mamá ya militaba en la izquierda y mi viejo también. En ese momento los contactan por el perfil e ingresan al MLN. Sus tareas tenían que ver con la cobertura familiar tradicional: tres hijos, él trabajador, ella igual. Debían cubrir compañeros que podían estar comprometidos y por mi casa pasaron dirigentes de alto vuelo. Papá estuvo involucrado en alguna que otra tarea con Raúl Sendic, porque eran de la misma columna, la columna 70 que era más bien política. Participaron en una de las fugas, la de Cabildo, por ejemplo. Se montó el alquiler de una casa y desde ahí comenzaron a hacer los túneles. Nosotros íbamos y veníamos en el día cómo gente que va mirar la obra, entonces nadie desconfiaba.

- ¿Sus padres intervinieron en enfrentamientos armados?

- No, en ningún enfrentamiento. Pero lo cierto es que estaban muy involucrados con la organización. Porque por mi casa pasaron compañeros clandestinos, y bueno, en el ‘72 estaba muy pesada la cosa. En abril de ese año hubo una sucesión de hechos fuertes, de acciones militares del MLN y murió gente relacionada con el escuadrón de la muerte. A su vez, los militares hicieron una avanzada y también mataron a queridos compañeros, entre ellos algunos que estaban justamente en nuestra casa como Gabriel Schroeder.

- ¿La casa finalmente cayó?

-Sí, compañeros de la organización sabían que la casa ya había sido detectada. Estaba en el barrio de Bella Italia, al este de Montevideo y la había comprado la organización para que mis padres se instalaran ahí. Como el terreno era grande había gallinas ponedoras, así papá vendía huevos y qué sé yo. A mis viejos les llegaron a avisar y tomaron la decisión de irse en una camioneta con tres bolsos. Nos subimos y nos fuimos rumbo a la frontera con Brasil, pero en Maldonado yo me enfermé… Era un gurí de dos años y cinco meses. Mis padres son detenidos y quedan un tiempo como desaparecidos. Mi hermana fue presa con 16 o 17 años, mi hermano del medio permaneció con una tía y yo, medio al garete, termino con un tío, el hermano más chico de mi mamá. Murió el 15 de agosto pasado. Era un pillo, guitarrero, le decían el Guaraní, por Horacio. Cantaba las canciones de Pedro y Pablo, tenía una whiskería y yo me quedé ahí dos o tres meses. Es la primera vez que lo cuento.

- ¿Esa es la etapa en que empieza a vivir en instalaciones militares o en la cárcel con su madre?

- A los cuarteles los puedo definir como campos de concentración. Y tener a los niños ahí y en las condiciones que estábamos, era sin duda una represalia contra nuestras madres, en nuestro cuerpo. O sea, no te daban de comer o no te permitían que tu hijo se bañara con agua caliente. Las condiciones de humedad, de no estar al sol, de no tomar aire, te afectaban, y vivías en un espacio tan insalubre que hubo epidemias de paperas, por ejemplo. Yo la pasé muy mal. Recuerdo que a los cuatro años tuvieron que sacarme del cuartel un par de semanas a la casa de una tía porque el ambiente estaba muy jodido. Era un plan sistemático de tortura psicológica y física.

- ¿Además la familia se había fragmentado?

- Ése es el secreto: nos desmembraron. Fue una bomba que nos reventó. Mamá llegó a estar casi 8 años presa y como nosotros, había gurises en esa misma condición. En todo el país llegamos a ser como ochenta y en el grupo de Montevideo serían cuarenta. Desde el ‘75 que yo me fui de la cárcel y hasta fines del 79 que la soltaron a mi mamá, pasaron casi 5 años. Fue un desgarro absoluto y además quedamos en la miseria. Fuimos a vivir en aquel momento a un cantegril o asentamiento. Acá mismo en Montevideo, en el cerro. Lo que ustedes llaman villa miseria. Cuando ya estaba muy avanzada su enfermedad, la dejaron libre. Sobrevivió un año y medio más y murió con 43 en el ‘81. Yo tenía once. El 7 de agosto se cumplieron 40 años.

-Mientras tanto, ¿a su padre cuándo lo veía?

- Él estuvo detenido hasta el ’83. Siguió de largo, quedó viudo en la cárcel. De las visitas que le hice en el penal de Libertad, con suerte cada tres meses, recuerdo a una mujer malvada que nos hacía tomar distancia en la fila de las visitas y luego desnudarnos. Éramos solo niños yendo a ver a nuestros padres presos. El mío falleció a los 60 en los años ’90. Tuvo un accidente de trabajo, quedó parapléjico y a los seis meses murió. Ésa es su historia.

- ¿Cómo fue su vida escolar?

- Complicada, porque tenías que estar en absoluto silencio. Debía evitar decir todos los días que mis padres estaban presos en el cuartel y yo no podía contarle a nadie. En aquel momento, ir a jugar al fútbol y no tener un padre que te firmara para viajar a Buenos Aires era delicado. Yo fui un par de veces a jugar al baby fútbol con Nueva Juventud, mi cuadro.

- ¿La experiencia de vida que atravesó de qué forma influyó en su personalidad?

- Creo que me definió muchísimo mi personalidad, conceptualmente hablando. Soy un hombre de izquierda también por mi historia, pero no por mis padres. A la lucha de esa generación y a mis viejos no les puedo cargar más nada. Yo soy lo que soy por definición propia.

- ¿Se junta con el grupo de niños que vivió en prisión con sus padres en las cárceles de la dictadura uruguaya?

- Nos reunimos a veces una vez por año. Son gente de cincuenta, señores y señoras que nos comemos un asado o unas pizzas. Afectivamente siento algo especial por cada uno, siento que somos una especie de hermandad con ellos.

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