Es mejor ir derechísimo al grano, y tomar la única o sobresaliente punta que permite distinguir cierta salida de este tembladeral.

Cristina Fernández, sin nombrarlo porque no hace falta, dijo que no es ni será Julio Cobos.

Sorprende que en la inmensa mayoría de los análisis de su carta --con excepciones como la del artículo de Luis Bruschtein en este diario, el sábado-- ese tramo haya sido pasado por alto. Por no decir ninguneado.

En el caso de la oposición, que está de fiesta continua, debe ser porque esa advertencia de Cristina le pone al menos un paño frío a su calentura y a la interpretación o pretensión de que ya rompió del todo.

En el palo propio, debe ser porque el aturdimiento, la bronca, el desconcierto, la decepción, la tristeza, son tan grandes como para no encontrar algo de lo cual agarrarse a fines de no caerse.

Y hay otro pasaje de la carta, que no es que pasó de largo sino que fue pésimamente leído por, incluso, supuestos cráneos del saber económico (a más de los incontinentes, quienes se centraron en el tono general y en puntualizaciones como la alusión al vocero presidencial mudo que, como era de esperar, tuvo sus horas contadas no tanto por no saberse qué hacía sino, según literalidad de la vice, por las sospechas de que operaba para el enemigo).

Dicen que Cristina dice que es intolerable no usar el Presupuesto para inyectar plata a lo pavote.

No dice eso.

No dice que si tenés 4 emitas 8.

Dice, en números redondos del déficit entre ingresos y gastos, que si tenés pautados 4 y usás 3, en medio de una catástrofe pandémica, sos un inepto o un insensible. Y lo subraya con todas las letras cuando apunta textualmente que no propone nada alocado ni radicalizado, para prevenirse de acusaciones de que la está pudriendo, de los medios que la muestran como el Gordo Mortero y de su ruta por el estilo.

Que a propósito y hablando del Presupuesto resuelto por el Gobierno para el año que viene: queda claro que no se contempla pagarle ni un dólar al Fondo Monetario, bajo conjetura o intención de que se llegará a un acuerdo de cuatro años de gracia.

¿Acaso Alberto y Cristina; y Máximo y Massa, que vienen funcionando en dupla aceitada hace rato; y Guzmán y quienes lo estiman como un shaolin del FMI, y la generalidad abrumadora de los miembros del FdT, no estaban ya de acuerdo en que de ninguna manera se trata de defaultear la deuda?

¿En qué parte de cuándo alguien leyó o quiso entender otra cosa?

Y entonces, si ya habían acordado, y sigue acordado, que piensan casi exactamente lo mismo sobre una de las madres de todas las batallas de corto y mediano plazo; y si también estaban de acuerdo, como siguen estándolo, acerca de que para las elecciones de noviembre se sentirá más extendidamente el rebote económico (como rebote del gato muerto o como recuperación efectiva); y si en consecuencia “sólo” había que convenir los nombres y/o el perfil de nuevos miembros del Gabinete, ¿cómo se llegó a que midieran tamaños en público?

¿Cómo no pudieron arreglar qué a grito y puteada limpia puertas adentro?

Son preguntas retóricas que, como tales, conllevan la respuesta.

El problema es que la respuesta remite a simples o grandilocuentes pifies de la naturaleza humana en momentos de tensión extrema; a lucha de egos; a fallas de las que todos cometemos o podemos cometer cuando un hecho nos deja estupefactos.

El hecho fue el resultado electoral.

Pero la invitación, a cuyo influjo resulta imposible resistirse, es imaginar teorías conspiranoides; inmensas batallas ideológicas que a “la gente” le importan tres pitos; operaciones que esconderían de fondo una lucha estructural, propia de la viudez de utopías al alcance de la mano.

El Presidente apareció el lunes como si nada conmovedor hubiera sucedido, presentando al mediodía un proyecto sobre hidrocarburos que, para el estupor que se vivía y vive, fue directamente chino básico. O peor: la sensación de que estaba en una realidad paralela.

Por enésima vez, la superficie es que en comunicación parece asesorarlos el Mago sin Dientes. Y el fondo profundo son los graves yerros de comprensión y ejecución política. No son los equipos técnicos, al margen de los yerros autónomos que puedan tener.

Más tarde, en cronología rápida, ofreció su renuncia el ministro del Interior. Y hasta ahí, digamos, como gesto de “respuesta cristinista” estaba bien.

Pero después, Alberto aumentó la escalada y dijo que a él no lo corren con prepotencias.

Y después Cristina lo misileó con esa carta en la que señala errores de visión tácticos, en forma brillante si se quiere, pero a la par de admitir que supo proponer como jefe de Gabinete a alguien tan controversial --siendo suaves-- como Juan Manzur.

Sumado a los cohetes tierra-tierra de segundas líneas de La Cámpora; a la desconfianza entre ésta y los intendentes del conurbano; a movimientos sociales que no parecen tener otra dimensión que administrar planes, para decirlo en lenguaje gorila; a pullas de individualidades y sectores internos con el objetivo infantil de desacomodar a quienes piensan igual o muy similar, etcétera, terminó armándose el combo de parecer que no se volvió para ser mejores.

Es injusto, porque sí que esto es mejor, o mucho menos malo, que lo peor que anda de fiesta.

El detalle es admitir lo tan obvio de que Cristina no es infalible pero, también, que sigue siendo el faro en jefe del espacio, como en su señalamiento a Alberto de que lo rodea(ba) una considerable cantidad de funcionarios que no saben gestionar, que no se muestran, que no piden la pelota. ¿O resulta que el único mudo era Biondi?

Si está bien o mal que CFK lo haya dicho en público es para polémica bizantina e interminable.

¿Hacía falta que lo hiciera, tras haberlo intentado en privado una veintena de veces, para que el Presidente tome nota de una vez por todas? ¿O no se hace una cosa de ésas porque le da pasto a las fieras y se afecta la autoridad presidencial?

Sin embargo, ¿son ésas las preguntas principales?

¿O se les antepone la afirmación de que en lo ideológico son almas distintas, como señala Edgardo Mocca, pero en lo programático no tienen diferencias sustanciales?

Siempre con el diario del lunes, lo que faltó y habilitó para que se perdieran las primarias es que fallaron comprensión y acción por abajo: de eso, alguna militancia también debe hacerse cargo junto con los funcionarios inútiles, bien que admitiendo que si de arriba no bajan estímulos... militar es complicado.

Uno, que seguramente también falló en cómo articular su papel de periodista “a secas” con el de reconocerse cual actor político que juega para acá o para allá, como hacemos todos los periodistas, cree que no se equivocó en opinar que --además de plata por abajo y en el medio-- faltaba y falta un relato más esperanzador, más de futuro aunque sea poquito, más con alguna épica de algo, más con algunas medidas que muevan a moverse, más con menos retrocesos después de adelantar (por citar un episodio emblemático, vaya si reiterado. ¿Cómo pudo ser que se anunciase la expropiación de Vicentin y, de inmediato, se desandara por unos cientos de autos, tractores y operadores amenazantes?).

Es de manual que un buen relato político se construye en presente y hacia adelante. Nunca para atrás.

Electoralmente dicho, se cuentan los muertos. No las vidas que se salvaron gracias a que se reconstituyó equipamiento sanitario y llegada de vacunas.

Se cuenta que no hay un mango y no los versos, así fueren técnicamente correctos, de que en forma paulatina llegará la reactivación.

Suena muy injusto que se haya olvidado, tan rápido según semeja, de la herencia de Macri. Con la aclaración matemática de que los cambiemitas alcanzaron los mismos votos, e inclusive menos, que los que venían sacando.

¿Es ya lugar común que no ganó la derecha, sino que perdió el Frente de Todos?

Sí.

Común, pero no equivocado.

Y en alguna medida lo demuestra el triste espectáculo al que asistimos desde el lunes pasado, a nuestro juicio con chances de revertirse más tarde o más temprano si es que hay miras superiores en lugar de chiquitajes.

Lamentarse por el pueblo olvidadizo o injusto es de derrotados. No del optimismo de la voluntad que debe vencer al pesimismo de la inteligencia.