En una elección que podría haber torcido drásticamente el rumbo no sólo de una de las democracias más antiguas del globo sino también de la Unión Europea, el “centrista” Emmanuel Macron se impuso por más de 30 puntos.

Si bien su contundente triunfo sobre Marie Le Pen pareció recrear el gran frente republicano que le permitió a Jacques Chirac derrotar al propio padre de la candidata del Frente Nacional en 2002 y “salvar” así a la V República fundada en 1958, el sorprendente ballottage entre dos “outsiders” representa sin dudas la ruptura del sistema político francés y plantea importantes desafíos futuros.

Francia parece haberse deslizado hacia la grieta que viene atravesando a varios países occidentales en los años posteriores a la crisis financiera internacional que estalló en 2008, y que tiene su expresión en antinomias como pueblo contra élites, nacionalismo contra procesos de integración, perdedores contra ganadores de la globalización, o apertura contra proteccionismo, entre otras.

En esta lógica, lo sucedido en Francia se inscribe en la saga de lo acontecido en junio de 2016 en Reino Unido entre los partidarios de permanecer en la UE y los partidarios de abandonarla, y en noviembre del mismo año en los Estados Unidos entre la candidata demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump.

Aunque Le Pen esté inextricablemente ligada a la tradición de la extrema derecha y Macron no pueda disimular su histórica filiación socialista (fue ministro de Hollande), ambos buscaron durante la campaña posicionarse como dos candidatos que reniegan de las clásicas definiciones de izquierda y derecha, y que aspiran a ser transversales.

Uno con un mensaje optimista, europeísta y liberal, otra con un mensaje cargado de escepticismo, nacionalista y antieuropeo. La Francia urbana y liberal, por un lado, y la Francia profunda y rural por el otro. La Francia del optimismo de Macron contra la Francia de los “olvidados” de la república que quiere representar Le Pen.

Desde la primera vuelta, Macron buscó explícitamente desideologizar su campaña, con un discurso amplio que buscaba sintetizar “lo mejor de la izquierda, la derecha y el centro”.

“El candidato del establishment antiestablishment”, como lo definió The New York Times, filósofo y ex banquero, habla de profundizar la Unión Europea en tiempos del Brexit, y de tolerancia con inmigrantes y musulmanes, cuando los recientes atentados terroristas no hicieron más que aumentar los prejuicios.

Y aunque esa operación estratégica haya sido naturalmente más difícil en el caso de Le Pen, lo cierto es que el tradicional voto cautivo del Frente Nacional se amplió significativamente de la mano de una estrategia de “desdemonización” de su candidatura, que buscó “enterrar” a su padre y fundador del Frente Nacional para aspirar a conquistar a un electorado que la veía contaminada con el antisemitismo y la xenofobia de su papá Jean Marie.

En este “tránsito” de los márgenes al centro del sistema de partidos por la vía del pragmatismo, Le Pen ha buscado reposicionar su movimiento en la línea de la tradición gaullista, soberanista independiente, y por ello alejada de la OTAN y la Unión Europea. Un discurso menos agresivo que el de antaño, con un rostro un poco más humano, que se permitió incluso incursionar en la reivindicación del “feminismo” y matizar sus históricas críticas al islam.

Esta operación estratégica de la candidata de extrema derecha no fue suficiente para llegar al Palacio de Elíseo. Pero, cuidado, Le Pen también ganó el pasado 7 de mayo; el Frente Nacional obtuvo el mejor resultado de su historia: de los 5,5 millones de votos del 2002 pasó a los 11 millones del último ballottage.Al histórico voto de la “Francia profunda y rural”, se le suma ahora el voto obrero y una importante porción del voto de los jóvenes, el sector más golpeado por la desocupación. Macron, parado firmemente en el centro político, supo apelar al voto útil y al siempre electoralmente potente miedo para atraer tanto a votantes de la izquierda como de la derecha del espectro. A ello le sumó el acompañamiento explícito de gran parte del establishment económico y político francés y europeo, que rápidamente festejó su triunfo como una victoria de Europa.

Sin embargo, el futuro no se vislumbra nada fácil para el flamante Presidente.  Más allá de los votantes que acompañaron a Le Pen, se registró el mayor abstencionismo desde 1969 (25%) y un importante voto en blanco, todo lo cual da cuentas de la fuerte impugnación ciudadana a la dirigencia política tradicional. En este contexto, Macron dijo en su discurso de la victoria “sé sobre el enojo, la ansiedad y las dudas que ustedes también expresaron. Es mi responsabilidad escucharlos…”

El flamante presidente electo parece estar plenamente consciente del desafío que tiene por delante. Sin embargo, le espera una ardua tarea para poder unir a una sociedad francesa que hoy está fracturada por una verdadera grieta.

* Sociólogo, autor del libro Gustar, ganar y gobernar, editorial Aguilar.