Son horas decisivas en la Corte Suprema de Justicia. Entre esta semana y la próxima todo indica que se definirá quién presidirá desde octubre el máximo tribunal. Lxs supremxs se eligen entre sí, de acuerdo a las reglas que datan de 1930, y por estas horas se manejan con extremo hermetismo. Hasta este martes desde varios despachos se repite la misma respuesta: nadie tiene todavía los tres votos mínimos necesarios. Lo curioso es que tanto en otros rincones de tribunales, como en el Gobierno, el Congreso y el Consejo de la Magistratura, casi todo el mundo da por hecho que el elegido sería Horacio Rosatti, uno de los jueces designados por Mauricio Macri en el tribunal, y que también fue ministro de Justicia durante el gobierno de Néstor Kirchner. A la vez, a Ricardo Lorenzetti se le atribuyen fuertes intentos por cosechar apoyos, dentro y fuera del Palacio de Justicia, para ser designado. Tampoco estaría completamente descartado que Carlos Rosenkrantz renueve el mandato. Como sea, la Corte siempre puede dar sorpresas. 

El/la presidente/a de la Corte dura tres años en ese cargo con el sistema actual. A Rosenkrantz se le vence el mandato el último día de este mes. Su desembarco en ese lugar clave fue producto de un golpe interno el 11 de septiembre de 2018 que eyectó a Lorenzetti después de once años de presidencia y de alimentar un sistema de alta concentración de poder en su persona. En el detrás de escena de aquellos sucesos jugó un papel crucial la estrategia diseñada por Rosatti, que contó con apoyo de Elena Highton de Nolasco, quien se quedó con la vicepresidencia y --claro-- de Rosenkrantz, que era en ese entonces el mejor presidente supremo posible para el gobierno de Cambiemos, que lo había designado por sugerencia del operador macrista que este año huyó a Uruguay, Fabián Rodríguez Simón. Pepín alentó sin éxito que el nombramiento fuera por decreto. Había impulsado de igual modo a Rosatti, a instancias de Elisa Carrió, que decía que era un buen candidato de consenso por ser peronista, católico y de una provincia (Santa Fe). Hoy este juez también tiene un vínculo fuerte con Juan Carlos Maqueda, cordobés, ex senador, y a la vez el único que defendió a Lorenzetti cuando fue desplazado. Maqueda suele escabullirse de la opción de presidir la Corte. Highton pasó los 75 años hace rato y su permanencia --aunque tiene respaldo judicial en su caso-- es de por sí controvertida porque el propio tribunal sostuvo que ése es el límite. 

Rosatti y Maqueda tienen mucho en común: el derecho constitucional, el haber sido convencionales constituyentes, el peronismo y la redacción conjunta de los votos que estructuraron las últimas sentencias de alto impacto: desde la que sostuvo la autonomía porteña que invocaba Horacio Rodríguez Larreta para mantener la presencialidad en las aulas hasta las que impuso a la empresa Molinos Río de la Plata el pago de ganancias por filiales en otros países y a la petrolera Esso/Axion Energy el pago de la tasa de seguridad e higiene al municipio de Quilmes. Tal vez por estos últimos fallos, aunque seguramente por otros a favor de derechos de los trabajadores, fue que Macri dijo días atrás que no le gusta Rosatti porque firma sentencias "con sesgo anticapitalista" (un rasgo que para otros es positivo). Años atrás ya lo había cuestionado también Carrió. No lo criticaron, en cambio, cuando firmó el 2x1 a favor de los genocidas en 2017. 

Cada tanto el dúo peronista funciona en alianza con Lorenzetti, pero eso es improbable que ocurra para la elección de autoridades. Rosatti y Lorenzetti se tienen inquina mutua. Rosenkrantz, en cambio, en cierto modo le debe al primero sus años de presidente, pese a que al poco tiempo de ocupar ese cargo una acordada de sus pares recortó su poder al imponer la necesidad de tres votos para las decisiones de todo tipo, también administrativas. En una entrevista (o charla confortable) reciente con Joaquín Morales Solá, el todavía presidente supremo dijo que en un comienzo le había molestado aquella iniciativa que llevaba el sello de Rosatti, pero que hoy la defiende. 

Lorenzetti es, o era, el favorito para un sector del Gobierno que encontró en él un interlocutor que no halló o no buscó en otros despachos, con la gran paradoja de que había sido quien respaldó desde la presidencia cortesana las causas contra exfuncionarios del kirchnerismo y aliados. Pero el rafaelino se mueve con habilidad por distintos ámbitos y su búsqueda de apoyos llega al mundo empresario y al Congreso. En los pasillos parlamentarios, de hecho, quedó asociado con un proyecto de ley presentado por el diputado Emiliano Yacobitti, que proponía establecer que la presidencia de la Corte la ocupe el/la juez/as más antigüo/a. Para el caso sería Maqueda, pero tanto a él como a Highton, la siguiente en la lista, lxs daban por excluidos, con lo cual le tocaría a Lorenzetti. El texto inicial lo había firmado también Cristian Ritondo, pero cuando comenzaron todas estas especulaciones, retiró su apoyo. 

Rosatti es alguien visto con desconfianza desde el Gobierno. Su relación con Alberto Fernández quedó resentida después del paso del actual supremo por el gobierno de Néstor Kirchner, al que había sido convocado en reemplazo de Gustavo Beliz. Discreparon en torno al caso AMIA y hubo quienes vincularon la salida de Rosatti con su negativa a firmar una licitación para construir cárceles federales por sospechas de irregularidades. 

La derrota del oficialismo en las PASO ofrece un terreno propicio para que jueces y juezas hagan un poco de demostración de superioridad, independencia y acumulación de poder. En cuanto a la Corte, se hace más lejana la idea de ampliarla, lo mismo que la implementación de otras reformas judiciales en el corto plazo. Desde las oficinas supremas a menudo se jactan de que a sus autoridades las eligen ellxs mismos por mayoría de tres y que la política no tiene injerencia. El sistema de elección interna es fruto de una acordada de septiembre 1930, de unos días después de la que había convalidado el golpe de Estado de José Félix Uriburu. El gobierno de facto le había concedido a la Corte esa facultad de elegir sus autoridades (antes las elegía el Poder Ejecutivo) y se eligió presidente vitalicio a José Figueroa Alcorta. El carácter vitalicio cambió después de 1976. 

La presidencia de la Corte en estos últimos años no tuvo gran protagonismo, pero cuenta con el potencial para tenerlo y/o para refundar una relación razonable con los otros poderes del Estado. Hubo un tiempo en que la Corte pos "mayoría automática menemista" que estaba integrada por algunos de los actuales supremxs (Maqueda, Highton y Lorenzetti), funcionó --aún siendo independiente-- alineada con políticas de Estado que fueron cruciales, como las de Memoria, Verdad y Justicia, entre otras, que consolidaron derechos y también los ampliaron. Ya para el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner esa línea se debilitó. La Corte del gobierno de Macri, que sigue siendo la actual, se volvió regresiva en términos generales (siempre algún fallo marca la excepción), tensiones internas mediante. En la puja de poder entre supremxs, Rosatti parece haber apostado a una construcción propia silenciosa puertas adentro desde que llegó al tribunal, y que se verá si es exitosa. Lorenzetti intentó muchas veces precipitar la salida de Rosenkrantz sin suerte, y busca aliados en todos los terrenos. Rosenkrantz parece dispuesto a negociar y hay apuestas que lo señalan como vice. Maqueda y Highton, difícil saberlo por estas horas. Mientras, avanza la cuenta regresiva.