Cada tanto -muchas veces- suena en mi cabeza Mañana en el Abasto en la voz de Luca Prodan. ¿Será que era adolescente cuando lo escuchaba, será que vivo cerca del barrio del Abasto de Rosario? Todavía tengo en el cuerpo, a pesar de todo el agua que ha corrido bajo el puente desde entonces, la mañana de sol y elecciones. El sol entibiaba y el día prometía primavera, el perfume de los jazmines chinos en plena floración en los jardines del barrio República de la Sexta endulzaban el camino. El ritmo de la ciudad era cansino, pero se sentía en el aire lo inusual del día de votación.

En la vereda de la escuela, había una pequeña multitud apiñada. Varias filas, una por mesa, y un embudo que dejaba a muchas personas juntas en un hall pequeño. Parecía un llamador de covid. En ese mismo espacio había dos sillas: en una de ellas, una mujer joven llevaba dos niños pequeños en sus brazos. Se sentó a esperar que la dejen pasar, con el más chiquito prendido a la teta. Me hizo acordar a Canto de Trabajos, la canción hermosa de Pedro Guerra que grabó Ana Prada en su disco 8 para el 8M.

Sólo dos efectivos policiales ordenaban la entrada. La paradoja era que las mesas de votación estaban ubicadas en un gran patio. Todo al revés. Durante la breve fila, vi un afiche amarillo con letras escritas en fibra. Era un mensaje de bienvenida del personal docente, después de tanto tiempo sin verse con sus alumnxs. La pandemia dejó sus huellas en todas, todos, todes. El alcohol en gel en las manos, los barbijos, el miedo a acercarse demasiado a otra persona.

La elección nacional tiene un cuarto oscuro, hay que entrar, como se hizo siempre. Las boletas para diputadxs y senadorxs ocupaban varios pupitres. Afuera del cuarto oscuro, el espacio donde se elegían concejales para Rosario. Una se sienta en un box de cartón y elige a su lista si llega a distinguir la foto en una hoja de papel de medio metro, con 55 listas. Llevé estudiado el lugar en la grilla de mi candidata elegida. Marqué la x con mi birome, salí contenta. ¿Por qué será que me alegra votar, siempre? Nací en 1969, Alfonsín asumió cuando yo estaba en tercer año de la escuela secundaria, cada domingo electoral me emociona, y recuerdo mi infancia en dictadura. Pobre quien crea que es sólo una cuestión política. Vestíamos guardapolvo (después lo subíamos arriba del lazo de la cintura para acortarlo), medias azules por arriba de la rodilla. La educación sexual era implícita: la ristra de discriminaciones por gorda, por groncha, por torta, porque te gustaba leer en lugar de ir a bailar. Así nos hacíamos mujercitas y varoncitos.

Yo iba a una escuela pública de mujeres, demoró décadas en volverse mixta. ¿Discutir? Prohibido. Y claro que lo hacíamos. Si no te gustan estas reglas, ándate a otra escuela. Recuerdo nítida la invitación de la directora del Normal número 1. Ya estábamos en 1984 pero el autoritarismo seguía bastante impregnado en el aire que respirábamos. Ese año, hicimos una sentada para pedir por la limpieza de los baños. Nos bullía la sangre, teníamos 15 y nos movilizábamos por lo que fuera. Vuelvo con mis recuerdos a la plaza Santa Rosa, con sus bancos de cemento, y los viejos colectivos que -con otros números- pasaban una calle hoy bifurcada alrededor del busto de Sarmiento. Lo único que queda. Ah, sí, esperar en la cola me lleva a aquellas épocas. Amábamos Flashdance, queríamos bailar como Jennifer. Me recuerdo por las escaleras de mármol del Normal cantando a los gritos Me vuelvo cada día más loca. Gracias, Celeste, siempre, por tu voz y tu impronta en aquellos días.

El día se prestaba para una caminata urbana, en lugar de ir hacia la zona más linda de una ciudad que se encerró en sus límites céntricos, caminé para el sur. Pasé por el parque Hipólito Yrigoyen, había algunos grupos sentados en su amplio espacio de césped sin árboles, más allá está la estación que fue Central Córdoba y el club del mismo nombre. Seguí rumbo a barrio Tablada, que a principios del siglo 20 debió su nombre a los corrales donde se guardaban animales para el matadero, eran las “tabladas”. Es el barrio de la Biblioteca Popular Vigil, una experiencia luminosa que en las décadas de los 60 y los 70 construyó un espacio colectivo donde libros, artes, educación, ciencias, se convirtieron en bienes comunes. 

El 25 de febrero de 1977, la intervención militar terminó con aquella historia, encarceló a sus directivos, enmudeció a sus integrantes. Los bienes se recuperaron mucho después, en este siglo y hoy se recupera, con su editorial y su teatro reabiertos. En esa sala, la Saulo Benavente, pude disfrutar Finalmente reparadas, la obra de teatro sobre cinco mujeres trans que vivieron la represión durante la dictadura militar. En el mismo barrio crece la biblioteca Popular Pocho Lepratti, fundada tras la crisis de 2001, hoy con radio y comedor comunitaria, además de capacitaciones en oficios. La banda de sonido adentro mío me trae a Farolitos, La Hormiga. El espacio es un homenaje al luchador popular asesinado el 19 de diciembre en el techo de la escuela. 

Siempre estoy espiando las iniciativas que florecen en ese espacio, como "El Beso de las Letras", los audiovisuales nacidos durante la cuarentena. Su fachada de mosaicos coloridos, con hormigas -el símbolo del Pocho-pintadas, fue hecha por los pibes de los cursos del programa Nueva Oportunidad. La puerta está abierta para compartir horizontes. Tablada… Sin jazmines chinos, es zona de contrastes y dolor. Sobre fines del siglo, se convirtió en el escenario de tiroteos narco. En noviembre de 2014, el asesinato de Norma Bustos nos dejó atónitas: había denunciado a los asesinos de su hijo, dos hermanos vinculados a bandas narco. Un hombre tocó el timbre del kiosco que tenía en su casa, ella abrió y recibió tres balazos. 

La ciudad de los márgenes está plagada de altarcitos para chicos muertos muy jóvenes. A Norma la recordamos por su tesón para pedir justicia por su hijo. Y suena Canción sin miedo, de Vivir Quintana. Seguir caminando hacia el sur depara otras geografías, pero es hora de volver. En mi cabeza sonaba Me contaron que bajo el asfalto, porque en ese domingo soleado los 80 estaban ahí, a la vuelta de mis recuerdos. Más tarde fue la hora de la verdad, las reflexiones, la noche larga y los dolores. Pero esa es otra historia.