Durante 2020 y 2021, María Elena Brenlla lideró el desarrollo de trabajos comparativos con el propósito de conocer de qué manera, en pandemia, las personas de Argentina y de diversas naciones construyeron sus representaciones sobre el paso de los días. En todo el mundo, las cuarentenas dispuestas por las autoridades gubernamentales para frenar la circulación de las personas y así la propagación del coronavirus, transformaron la percepción del tiempo.

A principios del año pasado, fueron múltiples los equipos científicos que decidieron emplear las herramientas que, de manera frecuente, utilizaban para sus campos de experticia y orientaron sus esfuerzos hacia la agenda de preocupación que proponía la diseminación del Sars CoV-2. De hecho, si hubo un campo que explotó desde aquel momento fue el de las publicaciones académicas. “Todos nos pusimos a ver qué consecuencias podría traer en la ciudadanía un fenómeno tan increíble; más aún, los que nos dedicamos a temas relacionados con la salud o la psicología. Desde la UCA, previamente, ya nos preocupábamos por comprender los aspectos subjetivos y objetivos de la percepción temporal”, señala a Página/12 la investigadora, doctora en Psicología, docente e investigadora en el Centro de Investigaciones en Psicología y Psicopedagogía (CIPP) de la Universidad Católica Argentina. De esta manera, estrecharon lazos con grupos de otras naciones y realizaron un estudio comparativo con datos de Argentina, Gran Bretaña, Francia, Italia y Brasil.

“Como denominador común de lo que ocurrió con los habitantes de todos los países examinados es que el 80 por ciento distorsionó su percepción del tiempo durante el confinamiento. Muchos individuos que tenían el calendario de feriados, últimas y próximas vacaciones en sus cabezas y solían recordar fechas con velocidad, no supieron muy bien qué contestar. Estaban perdidos”, advierte Brenlla.

María Elena Brenlla. Foto: Sandra Cartasso

La pandemia modificó la concepción del espacio y el tiempo: el hecho de aislarse y permanecer en un lugar sin tener contacto presencial con el resto del mundo, también transformó la percepción del tiempo. “En Gran Bretaña, en una muestra de 700 casos, el 50 por ciento sintió que el tiempo le pasó más rápido y la mitad restante más lento. Tanto en Francia como en Italia, la percepción de la mayoría indicó que transcurrió más lento; mientras que en Brasil –quizás con un abordaje un tanto distinto, basado en el concepto de ‘conciencia del tiempo’– la gente, fundamentalmente, expresó que el tiempo ‘estaba expandido’ y que asistían a un época de mucha presión por el trabajo y la vida familiar trastocada”, expresa la investigadora.

“En Argentina, con una muestra de 1200, dio como resultado que el tiempo nos pasó mucho más rápido”, detalla. Las imprevisibilidades asociadas a la precarización laboral, a las normas sociales, a la urgencia de solventar la supervivencia, de tener que llevar un plato de comida a la casa en momentos en que la economía –como sucedía en buena parte del globo– se había estacionado por completo, generó una percepción mucho más acelerada.

Las interpretaciones y los predictores

Las conclusiones se enriquecen cuando, en paralelo, se difunde en qué consistieron los indicadores que se pusieron en juego. En esta línea, el equipo que coordina Brenlla en Argentina y los grupos europeos establecieron “predictores”. Por este motivo, el cuestionario suministrado incluyó ítems que indagaban en la satisfacción con la interacción social que manifestaban los individuos, consultaba con quién cohabitaban, si trabajaban en lugares de riesgo o no y, también, si hacían actividad física.

En Argentina, donde el tiempo pasó más rápido, hubo tres predictores fundamentales: ser mujer, ser joven y haber hecho deporte. “Durante el aislamiento, las mujeres tuvieron una enorme sobrecarga, porque usualmente continúan siendo las que, además de trabajar afuera, trabajaron en sus casas más que antes. Tener hijos que asistían a clases y a los que había que ayudarlos mucho hasta que se acostumbraran a la nueva modalidad virtual agregó un vértigo que, en última instancia, hizo que uno se vea consumido por la nueva rutina”, narra. Y continúa: “Lo mismo les ocurrió a los jóvenes que afrontaron una enorme sobrecarga emocional. Por último, con la actividad física, no comprendemos del todo que sucedió. Suponemos que debe haber alguna razón neurocientífica, pero lo cierto es que hacer algo de deporte en nuestras casas coincide con la aceleración de la percepción del tiempo”.

En el país, asimismo, les pasó lento a los hombres, a las personas mayores y a aquellos que no realizaban actividad física. Por el hecho de estar aislados y solos, por no tener compañía y, además, por contar con menos sobrecarga en sus casas, “el tiempo se les hacía eterno, no se les pasaba más”, apunta. En Francia y en Italia, donde el tiempo les pasó más lento, en cambio, los predictores fueron el aburrimiento, la tristeza por la falta de interacción social y el estrés hogareño.

Los dos trabajos en los que explora éstos fenómenos se hallan en etapa de revisión y el mes próximo podrían ser publicados en revistas de prestigio académico. En el presente, ya iniciaron una investigación complementaria para describir y analizar lo que sucede, a partir de los procesos de inmunización masiva, durante la etapa postpandemia. En este caso, planean cruzar la información sobre la percepción temporal, con datos acerca del ahorro y el gasto durante 2020 y 2021.

Cómo lo midieron

En julio de 2020 se difundió un artículo de Ruth Ogden, una investigadora de Thomas More University (Liverpool), que empleaba un enfoque metodológico robusto y cuyas bases llamaron la atención de Brenlla para replicar en el caso argentino. En septiembre (cuando a nivel local la sociedad ya se había acostumbrado a sus rutinas del Aislamiento Social Preventivo Obligatorio), ya habían cosechado los primeros datos a partir de una encuesta con preguntas muy simples de responder. Los individuos eran interrogados acerca de cuán rápido creían que había transcurrido su tiempo en relación a antes de la pandemia. “Escalamos esa pregunta para evitar el riesgo de no poder agrupar las respuestas que iban llegando: ‘1’ implicaba que el tiempo les había pasado extremadamente lento y ‘7’ extremadamente rápido, con relación a la época precuarentena”, precisa Brenlla. Además de Gran Bretaña y Argentina, estudios de las mismas características se pusieron en marcha en Francia, Italia y Brasil.

Si bien, suelen realizar pruebas de estimación temporal (experimentos para calcular segundos entre pacientes e individuos sin ninguna patología, o bien, entre grupos de diferente rango etario), el foco, en este caso, estuvo colocado en la percepción subjetiva que las personas construyen, esto es, el modo en que la gente concibe, cree y valora que transcurren sus minutos, horas y días.

Si bien Brenlla y compañía abordan los temas vinculados al estudio del tiempo desde hace más de ocho años, su interés en el campo llegó de manera indirecta. Antes de dedicarse a ello, durante décadas, trabajó en el Observatorio de la Deuda Social Argentina (UCA). “Una de las cosas que más me llamaba la atención es que cuando dialogábamos con personas que pertenecían a los estratos socioeconómicos más bajos y les preguntábamos sobre sus proyectos a futuro, sistemáticamente, reportaban que no tenían ningún tipo de plan”, dice. El hecho vivir el día a día y la sensación de una incertidumbre constante, no permite realizar proyecciones; allí es cuando esta psicóloga de la UBA advirtió que el tema del tiempo resultaba fundamental para poder comprender, de modo subyacente, los aspectos sociales. Y comprender los aspectos sociales es una buena manera de problematizarlos y, en el futuro, brindar evidencias científicas para transformarlos. 

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