“Una persona desaparece. El tiempo secuencial se desintegra, la cadencia de la espera inicia un ciclo que nadie sabe cuánto durará. Una de las coordenadas que organiza a los grupos humanos se diluye: la respuesta a la pregunta sobre si alguien pertenece al mundo de los vivos o al de los muertos es, ahora, imprecisa”, dice Ximena Tordini en la introducción del libro Desaparecidos y desaparecidas en la Argentina contemporánea, que salió esta semana editado por Siglo XXI. 

Tordini es editora de la Revista Crisis y directora de comunicación del CELS. Hoy se dedica especialmente a investigar el funcionamiento del Poder Judicial y las burocracias de la identificación de personas, las formas contemporáneas de relacionarse con la muerte y el movimiento de derechos humanos. En 235 páginas, el libro recorre y analiza no sólo las desapariciones forzadas de la última dictadura militar, sino también las actuales, las de mujeres, niños y niñas que salen un día de sus casas y no vuelven más. Pero también la de Miguel Bru y la de Santiago Maldonado. 

Bucea sobre las formas burocráticas e insuficientes de las búsquedas, las violencias intrafamiliares pero también las institucionales y los femicidios. Y como contracara vuelve a contar sobre la importancia de las luchas de las familias y de las organizaciones civiles que se han conformado para buscar, como la de la Red de Docentes, Familiares y Organizaciones del Bajo Flores, que se conformó en 2016 cuando desaparecieron 14 adolescentes de entre 11 y 16 años. 

En palabras de Tordini, “en los primeros días de la desaparición, se pasa de la normalidad al caos. De ir a la facultad o al trabajo o al supermercado a sacar todos los cajones de los muebles. Todo se desparrama, todo se hurga. El derecho a la privacidad de la ausente se esfuma. El tiempo se usa para armar respuestas. Se cree que lo que ocurre es provisorio. Hasta que lo que ocurre deja de ser brumoso y se transforma en una nueva normalidad”. Todo eso, cuenta en el libro, le pasó a Pedro, el hermano de Florencia Penacchi, en los primeros dos días que siguieron a la desaparición de su hermana.

El rol revictimizante de la justicia, de las fuerzas de seguridad y de algunos medios masivos de comunicación también es analizado por Tordini. Cuando se cumplieron tres meses de la desaparición de Florencia, Jorge Cipolla, el comisario de la Policía Federal Argentina a cargo de la investigación, dijo en una nota publicada en el diario Clarín: “Por suerte, tenemos fuertes indicios de que está con vida. La pista más sólida indica que es probable que esté en el interior, viviendo con alguien –un hombre– y viajando cada tanto a la Capital”. 

Hoy por hoy, dice Tordini en el libro, las cifras de personas desaparecidas en el país son un problema. Hasta mediados de 2021 no existía un registro exhaustivo, actualizado y preciso, ni en los ministerios del Ejecutivo que tienen responsabilidad directa en el asunto –Seguridad y Justicia y Derechos Humanos–, ni en el ámbito del Poder Judicial y los ministerios públicos. “En octubre de 2018, el Sistema Federal de Búsqueda de Personas Desaparecidas y Extraviadas (Sifebu), que depende del Ministerio de Seguridad, informó que, desde su creación (en octubre de 2016), había registrado 21 613 denuncias de desaparición en todo el país. El 49 por ciento correspondía a menores de 18 años”, se lee.

Cuando una escucha los testimonios de las madres que buscan a las jóvenes, la historia se repite: que la policía no quiso tomar la denuncia, que se tardó muchísimo en la búsqueda, que el poder judicial las revictimizó. “Cientos de mujeres cis y trans estuvieron desaparecidas algunas horas, un día, dos, tres, una semana, cinco, un mes, seis, doce, veinte y fueron encontradas, enteras o desmembradas, en baldíos, descampados, campos y montes. Mujeres de todas las edades, en todas las provincias. En una mayoría rotunda, los crímenes fueron cometidos por varones cis con quienes sostenían relaciones sexoafectivas o que pretendían forzarlas a tenerlas. En muchas de estas historias, el hecho de que el crimen, el femicidio, haya devenido en una desaparición prolongada es también responsabilidad de las pésimas investigaciones judiciales”, dice Tordini. 

Y el abandono de los cuerpos muertos a la intemperie, se lee, es algo más que el obvio encubrimiento de un crimen cometido. Estos femicidios y travesticidios primero sustraen la vida y después roban la dignidad de la muerte, cuyas formas, construidas a lo largo de milenios, conllevan el cuidado del cuerpo y los rituales de duelo. Esa expropiación irradia sobre las comunidades de esas mujeres, también arrojadas a la incertidumbre y el terror. “Empezaba a ver que los que buscan a una persona tienen algo, una marca cerca de los ojos, de la boca, la mezcla de dolor, de bronca, de fuerza, de espera, hecha cuerpo. Algo roto, en donde vive el que no vuelve”, cita Ximena una parte de Cometierra, la novela de Dolores Reyes, editada en 2019 para explicar que ya nadie vuelve a ser quien era cuando alguien cercano desaparece.