Si es por mostrar mayor intensidad gestual, el Gobierno tomó nota.

La pregunta es si adopta las acciones que el corto y largo plazo requieren, por fuera de convocar a reuniones de Gabinete bien temprano o de que se aparezca con un anuncio por día.

Como se advierte desde el propio oficialismo, en off, resulta difícil que alguna medida tenga efecto de votos durante el tiempo de descuento hasta noviembre.

Pero, inclusive para las miras inmediatas, estaría mejor que además de juntarse con los grandotes amigables y antagónicos se lo haga con actores de economía popular, de pymes, de la producción que puede generar fuentes laborales en forma relativamente veloz o estimulante.

No es sólo una cuestión de eficacia. Mostrar que también se acciona por abajo es necesario para mover a bases desanimadas, si se pretende renovar entusiasmo o, al menos, inquietudes.

En ese corto plazo, además, el Gobierno emparchó su crisis post-electoral mediante una salida que, tras que perdieran todas sus figuras y líneas internas, radicó en consensuar un nuevo gabinete.

Cedieron todos.

El Presidente debió aceptar variantes que quería dejar para noviembre.

Cristina impuso la imagen de obtener cambios, pero, ni de lejos, todos los cambios son de su agrado.

La Cámpora y las intendencias del conurbano acordaron a regañadientes, por ser piadosos, fórmulas que eventualmente habiliten mayor… entusiasmo territorial.

¿Cristina bajó banderas en aras del pragmatismo? ¿El Presidente “tercerizó” la gestión? ¿Massa está en unas gateras complicadas porque, según quedó exhibido, ya no aporta votos?

Esos, y tantos más por el estilo, son interrogantes que no afectan lo imperioso de que el Frente de Todos relance su identidad en lugar de presentarse, solamente, como una coalición anti-macrista.

Siendo repetitivos por enésima oportunidad: ¿con qué protagonistas de qué esquema productivo y distributivo será ese relanzamiento?

¿Es con una economía estatalista dirigida por cuáles cuadros, bajo qué correlación de fuerzas real o a promover? ¿Es con el sector privado como motor y, en tal caso, con quiénes de allí? ¿Salida inevitablemente agroexportadora para conseguir divisas que, “al margen” de la deuda tenebrosa con el FMI dejada por Macri, siempre son el cuello de botella cada vez que la economía se recupera o crece? Por citar, ¿megaminería y Vaca Muerta sí o no con cuáles especificaciones? ¿Qué se hace en síntesis con la denominada Hidrovía y con un país de miles de kilómetros de litoral marítimo, sin política de pesca que no sea contemplar depredación ajena? ¿Se imponen condiciones o se negocia rumbo a cuál objetivo? ¿El único material de estudio es cómo resolver la dimensión financiera de los problemas?

Nada de todo eso está claro, o será que no se quiere asumir el costo ideológico de afrontarlo.

Y en tanto, hay signos concurrentes de una oposición fanfarrona y desencajada.

La bestial entrada de la Policía de la Ciudad en la Villa 31, sin previo aviso, a topadora pura, contra 80 mujeres y 175 chicos que estaban allí desde julio pasado reclamando un lugar para vivir, fue mientras se solicitaba al Gobierno porteño la apertura de una mesa de diálogo para encontrar una solución, siquiera parcial, al drama de vulnerabilidad que sufren esas familias.

Como lo subrayó Laura Vales en su impecable crónica del hecho, en PáginaI12, el desalojo fue dispuesto horas antes de que el macrismo aprobara, en la Legislatura, la construcción de once torres de lujo. Un meganegocio inmobiliario para usufructo de los sectores más acomodados de la sociedad.

Y ya que estamos, también fue en simultáneo con la escandalosa aprobación de una ley que le permite al Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad revisar cualquier sentencia, de cualquier fuero, dictada por la Justicia nacional.

Es, sencillamente, un alzamiento institucional porteño, que calza a la perfección con garantizar la impunidad de Macri y del Grupo Socma en la causa Correo Argentino, luego de que la fiscal Gabriela Boquín detectara una lista de irregularidades interminable y de que la jueza Marta Cirulli ordenara su quiebra.

Aun si ese pequeño detalle no fuese contemplado, asistimos a un episodio sin antecedentes porque cruza toda raya imaginable por parte de quienes se reclaman garantes de la República: un tribunal municipal, casualmente con mayoría de magistrados afines a Macri y Larreta, recibe facultades para situarse por encima de los fallos nacionales.

No se supone que este mamarracho indescriptible vaya a atravesar la barrera de la Corte Suprema, porque incluso el procurador interino, Eduardo Casal, ya señaló que los supremos porteños no son competentes sobre tribunales nacionales.

Pero ése no es el tema.

El tema es lo simbólico --más lo concreto, como en el caso de las topadoras en la villa-- de las ínfulas arrasadoras que tiene la oposición tras el resultado electoral.

Las cosas no pueden verse desperdigadas, salvo vivir en un termo o, comprensiblemente, si impiden verlas o promueven desinterés las angustias económicas de un país con alrededor del 40 por ciento de su población sumido en la pobreza. Y con más de uno de cada 10 habitantes en condición de indigencia.

¿Es aislado de aquellas ínfulas que la neo-combatiente Heidi avise que irán por la presidencia de Diputados, porque --dijo-- se trata de frenar al kirchnerismo a como sea?

¿Un dicho de esa naturaleza es sólo porque, en la Ciudad, los cambiemitas necesitan que no se les fuguen más votos hacia el personaje “libertario” que está en contra del aborto aún en casos de violación de menores?

No. Es que aprovechan el cuadro de situación para terminar de percudir al Gobierno.

No (les) importa que, en sus manos de retorno por desestabilización o en 2023, sería imposible aplicar el ideario del programa ejecutado entre 2015/2019. El que necesitan disimular, y por eso no hablan una palabra de economía. El que volvería a incendiar la Argentina en términos similares a 2001, arrastrándolos a ellos también. Y el que, justo por eso mismo, es mirado con recelo en el FMI, en Wall Street, en todos los ámbitos de las grandes corporaciones locales e internacionales.

¿Cuál es la seriedad dirigencial de esta derecha que prepotea ir por todo?, se preguntan en los foros del poder real que no son, precisamente, aquellos en que se opina o vomita con extrema facilidad.

En un desafiante artículo publicado por su agencia Nodal, Pedro Brieger apunta que los resultados electorales negativos son un ejemplo de la dificultad que tuvieron las clases dirigentes para ubicarse en tiempo y espacio, obligados a gestionar lo desconocido.

La ciudadanía --“la gente”, más bien-- exigía respuestas rápidas aunque no las hubiera, y acabó por castigar en las urnas a quienes no podían brindar la calma buscada con ansiedad.

El gobierno de los Fernández sufrió una dura derrota en las primarias, frente a una oposición que criticó sin piedad el manejo de la crisis sanitaria. Y la pandemia les permitió una agresividad inusitada a quienes habían dejado el poder poco antes, como si hubiera tenido un efecto anestésico para tapar o borrar los cuatro años del gobierno macrista.

“La memoria atrapó a 2020 y 2021, los fundió en uno y relegó a un tiempo lejano la experiencia negativa de Mauricio Macri, casi como si no hubiera existido y como si todos los males del país fueran resultado del gobierno de (los) Fernández”.

A todos (los oficialismos), asimismo indica Brieger, se les ha hecho muy difícil comprender cómo la frustración, el dolor, la incertidumbre, la sensación de fin del mundo, los encierros, el aburrimiento, la tristeza, los aislamientos, los quiebres de vínculos familiares, los cambios emocionales, inciden en la política en general y al momento de votar en particular.

La oposición no hace más que montarse en esa dialéctica horrible, desgastante, sin otro raciocinio que el especulativo. La vida política es así, con la prevención de no entrar al miserable discurso antipolítica de quienes politizan cada gesto, cada delirio, cada declaración perfectamente actuada.

¿Da para quejarse y hacer catarsis?

Sí, pero los grandes dirigentes, que no los dirigentes grandes, hacen algo más que llorar sobre la leche derramada.

Ni la urgencia ni el largo alcance del Gobierno pasan por continuar explicando quién es Macri, ni qué es el macrismo, porque quienes votan y podrían votar al Frente de Todos lo saben de sobra. Ya es infumable --e inútil, como adelantaron las urnas-- que el relato exclusivo radique en de dónde venimos. Una cosa es que sea fundamental, y otra muy distinta que sea lo único.

Lo que haría falta es que en el Frente demuestren mejor quiénes son ellos mismos, en dirección a otro modelo.

Un modelo que, por lo menos, enseñe con alguna medida, con algo de épica desobediente, que no consiste en seguir teniendo el dichoso millón de amigos.