Luego de las últimas elecciones primarias (PASO), a partir del fracaso del Frente de Todxs, se extrajo como conclusión válida que una parte importante de ese frente estaba enojada. A ese sector no le alcanzó con el discurso del gobierno: progresista, tolerante, políticamente correcto y a favor de los derechos sexuales. Faltó peronismo, esto es, justicia social redistributiva.

La lógica económica es un aspecto fundamental en el problema planteado, pero entendemos que no lo agota. El enojo se presenta como parte del malestar en la cultura, consistiendo en un nuevo síntoma social: las elecciones fueron sólo una manifestación. Vemos aparecer enojo por doquier: en las redes, en los medios y en los vínculos sociales. Intentaremos deconstruirlo, en la expectativa de contribuir a su resolución.

La pandemia y la cuarentena desorganizaron la vida a nivel económico, sanitario, educacional, social y político; la desestabilización de las costumbres que acompañaban la “normalidad” hasta el 2020 tuvo consecuencias en la salud mental.

La inicial presencia del virus, un peligro desconocido, precipitó la imperiosa decisión de quedarse en las casas, la cotidianeidad transcurrió contando muertos, vacunas y contagiados; la vida se volvió extraña, lo familiar se convirtió en algo siniestro. Fue necesario realizar un gran esfuerzo adaptativo desde el Estado en cada institución y en el plano personal, para reconfigurar la vida hacia la virtualidad, intentando evitar que el quedarse en las casas se convirtiera en aislamiento social.

Sin embargo, cuando un acontecimiento produce un padecimiento en el cuerpo que desestabiliza la identidad singular y social no hay adaptación que alcance, generándose de manera inevitable el desarrollo de angustia. Estamos frente a una epidemia de angustia social.

La angustia es un afecto que toca el cuerpo, que se experimenta subjetivamente como un estar a la intemperie, en situación de indefensión ante la amenaza de un peligro desconocido. Para evitar males mayores como el actingout o el pasaje al acto, es preciso alojarla angustia, darle lugar a través de la escucha y el cuidado.

Durante la cuarentena, la invalorable decisión que realizó el gobierno a favor de la vida, las innumerables medidas de contención tomadas desde el Ministerio de Salud y la Subsecretaría de Salud Mental, Consumos Problemáticos y Violencia de Género no alcanzaron para evitar el desarrollo de angustia social.

A raíz del cuidado y la lógica imprescindible de “las burbujas”, las demandas populares no pudieron expresarse en el espacio público, lo que obligó a limitarse a la tramitación individual de una angustia sin territorio, que determinó un estar a solas con la pulsión de muerte.

La falta de amparo colectivo produjo una desvitalización del cuerpo social y político que fue activando una nueva sensibilidad: la angustia tomó el sesgo del enojo generalizado, otro saldo negativo que se agrega a la lista de pérdidas que dejó el coronavirus y que es imperioso reparar.

¿Cómo?

Habrá que ver si las fuerzas vivas populares son capaces de transformar la angustia y el enojo en conflicto, realizando de este modo una traducción política orientada por lo nacional y popular.

*Psicoanalista. Magister en Ciencias Políticas