Al revés. Lo primero que se destaca en el primer afiche que se difundió del documental de Todd Haynes sobre la historia de Velvet Underground es un detalle evidente: sus títulos –incluyendo los nombres de sus protagonistas– están escritos al revés. Una decisión estética que remite, desde este lado del mundo al menos, a uno de los versos más banales y al mismo tiempo más indelebles de la banda que supo meter de prepo al rock local durante la segunda mitad del siglo pasado en la modernidad; modernidad que cualquiera fuese su procedencia, su comienzo siempre se podía rastrear hasta, justamente, los sujetos del documental en cuestión. “Yo estoy al derecho, dado vuelta estás vos”, cantó Luca Prodan al frente de Sumo, y el afiche invertido del primer documental dedicado a The Velvet Undergroud en principio señala efectivamente eso.

Desde la pantalla de la computadora a través de la que está siendo entrevistado, Haynes se ríe cuando se le pregunta por el afiche y confiesa que la primera vez que lo vio –antes de su preestreno mundial en el Festival de Cannes– pensó lo mismo: que simplemente estaba al revés por una decisión estética. Acepta que la idea que habían tenido los creativos del marketing de Apple TV+, la plataforma por la que se podrá ver su documental en todo el mundo a partir de este viernes 15, le pareció “cool”, y listo. Estaba dispuesto a pensar en otra cosa cuando se dio cuenta. “¡Es una serigrafía! ¡Por eso está al revés!”, subraya, aún admirado por el hallazgo. “Recién cuando lo mirás bien te das cuenta de que en realidad es un negativo, y que cuando la pintura atraviese la tela es cuando se creará una imagen positiva. Eso es justamente lo que Andy Warhol usaba en su arte, y por eso es que el concepto del afiche me parece tan brillante. Porque no está al revés sólo por ser cool. Si te fijás, se puede ver incluso la pintura salpicada al borde del poster, que es algo que siempre vas a ver en una auténtica serigrafía”.

El afiche original del documental de Todd Haynes, inspirado en una serigrafía.

Autor de una ejemplar sucesión de películas dedicadas al rock durante una filmografía que ya lleva más de tres décadas, y con las que ha abarcado con particular sensibilidad tanto la música de los Carpenters como el glam inspirado por David Bowie o las múltiples encarnaciones de Bob Dylan, para Haynes este trabajo sobre The Velvet Underground es nada menos que el primer documental de su carrera. Fanático de su música durante su juventud –ya en su primer visita porteña, para presentar Velvet Goldmine en el Bafici a fines de los ’90, aseguró haberlos escuchado por primera vez casi al mismo tiempo que comenzaba su fanatismo por Bowie y el glam–, su nombre fue bendecido cinco años atrás por Laurie Anderson, oficiando de viuda de Lou Reed, cuando la gente de la division audiovisual del sello Universal, que detenta los derechos sobre los masters del grupo, le preguntó con qué director se sentiría cómoda si se pusiera al frente de una posible película.

“Cuando me lo propusieron no pregunté nada ni dudé ni un segundo”, confiesa Haynes, quien explica, apenas comienza la entrevista, que enseguida supo que la clave para su documental iba a ser intentar relocalizar el shock que generó aquella música. “Porque las canciones de The Velvet Underground se han vuelto tan conocidas y tan integradas a nuestra cultura, tan canonizadas de alguna manera, que era necesario buscar qué fue lo que las hizo únicas, las razones por las que estamos tan familiarizadas hoy con ellas”. La solución que encontró es lo que convierte a su documental en un objeto cinematográfico fascinante: “Decidimos adentrarnos en los orígenes de su música y su espíritu experimental, que por entonces estaba invadiendo también el mundo del arte y el cine, además de la música, afectando a los futuros integrantes del grupo, que terminarían confluyendo de una forma casi inexplicable y crear juntos semejante obra”, asegura el director, que confiesa haber construido el documental con la esperanza de lograr que el espectador se olvidase de lo que está viendo. “Quería que se perdiesen en una catarata de imágenes, experimentos, y creación de arte”.

–Una de las grandes sorpresas de la película aparece justo al comienzo, cuando se puede ver a John Cale tocando una obra de Satie en un programa de entretenimientos de la época: aunque está allí para que básicamente se rían de él, resulta revelador que el avant-garde pudiese aparecer de esa manera en la televisión...

–Ese segmento lo dice todo sobre el espíritu de los ’60, porque es algo inconcebible hoy en día. Por un lado, porque no tenemos hoy realmente un avant-garde que podamos identificar como tal. Y después porque la televisión ya no es un lugar donde confluyan las culturas altas y bajas, cuando en los ’60 parecía como si hubiese una danza erótica entre ambas. Y Warhol fue gran parte de todo eso, porque le acercaba la vida urbana a la elite de Nueva York como si fuese una atracción, mezclando travestis sacados directamente de la calle con intelectuales, chicos super inteligentes de Harvard y coleccionistas de arte. Todos se reunían en esa época, la gente estaba profundamente interesada en el otro, eran abiertos, y querían generar chispas en lo que el otro estaba haciendo.

TENGO UN SECRETO

Al teléfono desde su hogar, John Cale asegura recordar perfectamente aquella extraña aparición televisiva: el programa se llamaba Tengo un secreto, y el que Cale supuestamente tenía para divulgar era que había participado de una maratón musical de dieciocho horas de duración, el tiempo necesario para que una sucesión de intérpretes ejecute al piano las 840 repeticiones que requiere la pieza “Vexations”, de Eric Satie. “¿Por qué 840 veces?”, le preguntan a Cale en el programa. “No lo sé”, es su respuesta, que despierta la risa de todos los panelistas. “Buscaban alguien que hubiese estado ahí, y fue John Cage el que me llevó”, recuerda hoy Cale. “Fue una sorpresa, algo muy amable de su parte, una buena experiencia”.

Aunque la escena funciona más bien como un respiro inicial antes de que el documental de Hayes se lance a contar la historia que tiene para contar, su verdadero prólogo es el paneo por los rostros incómodos y/o intrigados de los panelistas del programa mientras el futuro Velvet Underground está sentado al piano demostrando de qué se trató el asunto: ese es justamente el público curioso que Reed y Cale buscarán escandalizar con esa mezcla perfecta de avant-garde y canciones folk que fue su grupo, cuyo disco debut (que el sello Columbia rechazó diciendo que nadie en su sano juicio querría escucharlo) es hoy presentado nada menos que por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos como un trabajo que “durante décadas ha proyectado su larga sombra sobre casi toda variación posible del rock avant-garde, desde el art-rock de los ’70 hasta la no wave, new wave y punk”.

A lo que Todd Haynes se dedica después de tomar semejante envión no es a contar una historia, sino a intentar que su espectador la sienta, y para eso utiliza toda clase de testimonios de lo que estaba sucediendo entonces: The Velvet Underground –el documental– es una fiesta de colores y sonidos, un museo viviente de música y –especialmente– películas que llevaban mucho tiempo sin verse en una pantalla. “Creo que hay cuarenta y cinco minutos de metraje de Andy Warhol en el documental”, se enorgullece Haynes, que puede permitirse semejantes excesos porque, en un guiño al recurso que tan bien utilizó Warhol junto a Paul Morrissey en su película Chelsea Girls, la pantalla dividida que permanentemente domina su trabajo genera una interminable dialéctica entre imágenes y declaraciones, multiplicando la experiencia a través de voces, sonidos y colores que abren todo tipo de puertas y las dejan abiertas.

Hay, sí, una narrativa, y Haynes tomó rápidamente la decisión de que los que contasen la historia fuesen sólo los que hubiesen estado ahí. El primero al que filmó, recuerda, fue Jonas Mekas, el cineasta experimental que aparece diciendo que lo que todos ellos hacían en aquella época no era contracultura. “¡Nosotros éramos la cultura!”, enfatiza Mekas, que –según señala Haynes– fue clave para varios de los cruces donde comienza toda esta historia. Fue Mekas el que llevó a Warhol a un show de La Monte Young –con quien Cale aprendió la técnica del drone que luego utilizaría para acompañar las canciones de Reed–, y la experiencia de escuchar una sola nota interminablemente lo condujo a rodar sus primeras películas de plano fijo, como Sleep, Kiss o Empire. Y, aún antes de llamarse así, The Velvet Underground se reunió por primera vez para acompañar la exhibición de los films de Mekas y sus colegas. “Todo se mezclaba en esa Nueva York, la de los años 60, donde la gente llegaba ya sea por razones políticas, como Mekas, o personales y culturales, como Cale. Era realmente como el París de los años ’20 de este lado del Atlántico”, explica Haynes, que confiesa aún sentirse contento por haber llegado a registrar el testimonio de Mekas, que por entonces tenía 96 años. “Fue la última entrevista que grabó antes de su muerte en enero de 2019, y por eso es que le dedicamos el documental”.  

De un lado Reed, Warhol y Paul Morrissey; del otro Moe Tucker

OIGO VOCES

Un repaso por la veintena de entrevistados permite hacerse una idea de la trama que desarrolla el documental, que contrasta la voz en off de Lou Reed con los testimonios de sus amigos y compañeros en las bandas de su adolescencia o su novia de la secundaria, Shelley Corwin –uno de los más reveladores testimonios de la biografía de Reed escrita por Anthony DeCurtis–, y también su hermana Merrill Reed Weiner, que cuestiona vehementemente el relato cruel sobre sus padres que más de una vez presentó su hermano mayor... ¡y también realiza en cámara el paso de baile de “The Ostrich”! Se trata de la canción que Lou escribió para Pickwick, un sello que copiaba descaradamente las modas musicales, cuyos responsables tuvieron la idea de armar una banda para promocionarla, y así fue como se conoció con Cale.

El desfile de personajes se continúa, entre otros, con gente como La Monte Young y su pareja y artista visual Marian Zazeela –tan cercanos siempre, que no pueden evitar completarse las frases entre sí–, que no disfrutan mucho de ser entrevistados sobre The Velvet Underground y no es que digan demasiado al respecto, pero sólo con verlos en pantalla alcanza para entenderlo todo, a la manera de las legendarias pruebas de cámara de Warhol, que funcionan muy bien a la hora de presentar tanto voces –como la del fallecido Sterling Morrison, al que también evoca su mujer, Martha– como testimonios del desfile de personajes del grupo antes y después de desembocar en The Factory. “Esas pruebas de cámara son una de las cosas más bellas que hizo Warhol alguna vez, y seguramente una de sus obras fílmicas más conocidas, aunque solemos verlas solo en pequeños segmentos o apenas algun fotograma”, se extendió Haynes al respecto para la revista británica Sight & Sound. “Sentarse y literalmente ver a una persona existir dentro de una película, sin moverse pero respirando o moviendo los ojos, realizando esos pequeños gestos que les dan vida en el cuadro, y las pequeñas imperfecciones que hacen saltar la película... Para mí, esa es una hermosa manera de escucharlos hablar sobre sus orígenes y sus historias de vida”.

Además de los sorpresivos y fundamentales testimonios de Jackson Browne, que habla cariñosamente de Nico, de la que fue pareja por entonces y por eso llegó a abrir algún show del grupo antes de grabar sus canciones y hacerse famoso, y Mary Waronov, que bailaba durante los shows The Velvet Underground en la etapa Warhol y recuerda mejor que nadie la miserable y fugaz experiencia del grupo en la costa oeste, las piedras fundamentales del relato son dos: principalmente John Cale, porque estuvo desde el principio y antes también, y Maureen Tucker, la otra sobreviviente de la formación original, que aporta la otra gran frase sobre aquel encuentro con los hippies californianos: “Los odiábamos”, dice en cámara, contundente e implacable. “No podés cambiarle la cabeza a algun loco que quiere dispararte simplemente ofreciéndole una flor”.

Haynes explica que les costó mucho llegar hasta Tucker, porque vive en Georgia, lejos de todo. “Pero lo logramos”, se enorgullece. “Teníamos que tenerla”. Entre las voces sobrevivientes ausentes tal vez la más notoria sea la de Doug Yule, el músico que entró cuando salió Cale, y que Reed –que orquestó el cambio– incluso le dejó cantar “Candy Says”. La ausencia de Yule le privó al documental de la bizarra anécdota de su encuentro con David Bowie, que contó en una nota publicada recientemente en la revista Uncut: “Cuando tocamos en Electric Circus de Nueva York, me dijeron que había alguien que quería conocerme. El que se acercó tenía acento británico, y estaba entusiasmado, así que hablamos un rato. Unos veinte años después Bowie recordó el momento en una entrevista, y confesó que siempre pensó que había hablado con Lou Reed”.

“Es un militante medioambiental, y creo que sintió que había otros temas más urgentes que requerían su atención”, es como ha explicado Haynes la ausencia de Yule en una película que sería sin dudas otra si hubiese estado disponible el único entrevistado que realmente falta. “La voz ausente más importante, de eso no hay dudas, es la de Lou Reed”, subraya Haynes. “Pero los desafíos creativos son generalmente las cosas más productivas que enfrentás como cineasta, y también en cualquier medio. Porque, al no tener a mano la solución obvia, mientras buscas cómo resolverlos te hacen reflexionar mucho sobre lo que estás haciendo. No tengo dudas que habrá fans de Reed que sentirán su ausencia en la película como un déficit, y no hay forma de reemplazar el hecho de que si estuviese vivo me gustaría entrevistarlo, y sin dudas eso hubiese cambiado lo que es este documental. Pero como no lo está, lo que hicimos fue hacer buen uso de todos los audios con su voz que disponíamos de otros reportajes, y guardamos esos momentos en los que realmente está hablando en cámara para el final. Cuando todo comienza a desintegrarse en la narrativa de la película sobre esta banda y sobre los años ’60 y la cultura experimental, de pronto tenés el increíble placer de verlo a Lou Reed hablar y enseguida aparece cantando. Y es algo que funciona como la mejor despedida”.

Un ejemplo extremo del recurso de pantalla dividida en el documental de Haynes

LOS SEGUNDOS ANTES DEL APLAUSO

No hay mejor descripción del devenir del documental de The Velvet Underground que el que hace Haynes, resumiéndolo como una larga desintegración de la narrativa. Lo que comienza con una explosión de creatividad y todo un universo por explorar, se va deshilachando con la salida primero de Warhol y después de John Cale, hasta que parece seguir adelante sólo porque la historia lo obliga, porque aún hay discos y canciones de los que hablar. Una gran ayuda en esos tramos finales es el testimonio de alguien que no suele hablar ante las cámaras, como Jonathan Richman, que asegura haber visto 60 o 70 shows en vivo del grupo, sobre todo en la época final, cuando adoptaron la ciudad de Boston casi como su centro de operaciones. “Jonathan cuenta que los perseguía para decirles lo importante que eran para ellos y preguntarles todo tipo de cosas, y cuando uno pensaría que no le darían ni la mínima atención, lo cierto es que lo adoptaron y hasta le enseñaron a tocar la guitarra”, se asombra Haynes, satisfecho con haber encontrado un testimonio que le permite mostrar un rostro inesperado del grupo. “Los Velvet hipnotizaban a la gente”, cuenta Richman en la película. “Cuando terminaban de tocar una canción, le seguía un silencio que duraba no uno, ni dos ni tres segundos. Podías contar hasta cinco, y recién ahí venía el aplauso. Era increíble, es lo que generaban en su público”.

Aunque en este momento se encuentra respondiendo preguntas sobre su documental de Velvet Undergroud para periodistas de todo el mundo, Haynes ya está dedicado a un nuevo proyecto, que nuevamente involucra la música: está preparando una película sobre la cantante Peggy Lee. Algo que invita a preguntarle por su particular forma de involucrarse con la música y sus responsables en su obra. “Lo que intento hacer en esas películas de alguna manera es lo mismo que hice con los desafíos que encontré haciendo este documental”, explica. “Ya sea que estés hablando de Dylan o de Bowie, la verdadera presencia de esos artistas ante la cámara no es algo que puedas reemplazar. No lo podés hacer mejor. Así que tenés que recurrir a otros recursos para crear una versión ficcional que puedas aceptarla como lo que es. Tenés que celebrar lo que es un artificio en ellas en vez de intentar competir con el sujeto auténtico. Esa ha sido mi estrategia en todas mis películas dedicadas a la música, y también lo será en ésta sobre Peggy Lee”, adelanta Haynes, cuyo gran logro con el documental de Velvet podría terminar siendo el haberle devuelto a Andy Warhol su rol en la música, que con el tiempo se fue devaluando. “No sé si yo diría eso de la película, pero sí te voy a contar esto: cada persona que entrevistamos que estuvo ahí, en The Factory, ama a Warhol. Reconocen el extraordinario rol que tuvo en crear una libertad que lo hizo todo posible. Andy quería que todos trabajasen y fuesen creativos y, sí, también quería que lucieran bien y fuesen con él a las fiestas y todo eso. Pero era un artista, y era una máquina: quería producir cosas. Quería rodearse de gente con la que pasar el tiempo, trabajar y seguir produciendo, y ellos sentían ese amor y esa libertad a su lado. Así que no impuse ninguna narrativa con respecto a Warhol, sino que recibí ese mensaje haciendo la película, una y otra vez. No diría que con mi película le devolví la música de The Velvet Underground a Warhol, sino que simplemente Andy tenía buen gusto. Que vio algo realmente único, y le ofreció un hogar y una plataforma desde donde la gente los podía ver y compartirlos. Y entonces los abrumó y necesitaron separarse de él. Así que todo duró una limitada cantidad de tiempo. Pero, ¿sabés qué? Todavía sigue ahí”.

John Cale en el bajo, detrás se los puede ver a Sterling Morrison y Lou Reed

> John Cale recuerda el comienzo y el final

HIJO EUROPEO

A un lustro de su última visita a Buenos Aires, donde incluyó en el repertorio de su show en un semivacío Teatro Opera una versión de “Waiting for the Man”, John Cale acaba de reeditar su disco Fragments of a Rainy Season en una versión extendida mientras que sus más destacados temas nuevos en casi una década han sido dos simples, “All summer long” y “Lazy day”. Si se le pregunta si al cantar sobre el verano y sobre el descanso está hablando de lo que tiene o de lo que le falta, Cale se ríe y asegura: “Las dos cosas”. Su testimonio funciona como la gran columna estructural del documental de Haynes, y asegura que aceptó participar porque tenía en claro que, por la gente involucrada creativamente, se iban a preocupar por transmitir las particularidades de la cultura norteamericana durante los años ’60. “Y así es”, confirma. “Viendo el documental podés comprender qué era lo que estaba pasando entonces”. Cale explica que, si dejó Europa por Estados Unidos, fue porque de ahí venía la música avant-garde que desde muy joven lo había fascinado. “Quería saber quién iba a ser el próximo John Cage”, dice a través de una débil conexión telefonica, que apenas si permite escucharlo, y resume su historia como la de un joven que cambió de continente persiguiendo sus sueños, pero cuando llegó descubrió que podía hacerlo de una manera más amplia a través del rock’n’roll. “Encontré un colaborador que era un poeta en su corazón, pero tenía la misma insatisfacción que yo ante el estado de cosas, y nos permitimos pensar que, con mi obsesión por crear ruido desde una perspectiva orquestal y su capacidad literaria, tendríamos el futuro en nuestras manos. Nos costó un poco lograrlo... pero sucedió”.

–¿Por qué cuando ese sueño terminó, y estuviste afuera de la banda, tu primera idea fue convertirte en productor?

–Por lo mismo, porque pensé que podía ayudar a otros a recorrer ese mismo camino, y porque me di cuenta que el rock empezaba a coincidir cada vez más con mi idea del ruido.

–¿Y tal vez para demostrarle a tu ex compañero las cosas que podrían haber hecho de haber seguido juntos?

–Es posible. Seguramente esa también fue mi motivación al comienzo. Pero lo cierto es que lo que quisimos hacer, lo hicimos. Por un breve momento, es verdad, pero lo logramos.