Lanzada la campaña electoral y como continuidad de lo que se pudo observar en las PASO, resulta evidente que la ciudadanía tiene delante de si un escenario que, sin ofrecerle soluciones eficaces para el hoy, tampoco incluye propuestas y programas de campaña, ideas acerca del futuro del país y de la sociedad. Por el contrario el votante está obligado a asistir a un conjunto de operaciones destinadas a instalar imágenes de candidatos y candidatas, atravesadas por disputas banales y chicanas absolutamente aleatorias a lo que realmente importa: en qué sociedad se quiere vivir, cómo construirla y sobre qué principios.

Reflexionando sobre estos temas, el sociólogo y comunicador boliviano Adalid Contreras Baspineiro afirmaba, en una entrevista concedida tiempo atrás al diario La Razón  de su país, que “lastimosamente, todavía en nuestro continente las campañas políticas se están moviendo en lo que se llama el marketing electoral, o sea la venta de la imagen y de la promesa; y no en lo que se llama el marketing político, que es la venta del programa, de lo que empata con lo que la gente pide; los candidatos tienen que saber explicar cuál es el propuesta que le hacen a la sociedad”.

La disputa electoral es parte de la lucha política, pero no puede dejar de lado que la política no es apenas una forma o una metodología de ascenso al poder, y ello obliga a mirar no solo en el corto plazo electoral, sino a proyectarse más allá. O como bien sostiene el papa Francisco en Fratelli tutti (no. 178) : “pensar en los que vendrán no sirve a los fines electorales, pero es lo que exige una justicia auténtica”.

Encarar las campañas electorales apenas como una operación de marketing con los mismos criterios que se usan para instalar un producto comercial o para “vender” a una estrella del espectáculo es otra forma de vaciar de sentido la política, categoría ya desgastada y desprestigiada para gran parte de la ciudadanía que la observa como una realidad lejana, en la que no se siente involucrada y tampoco convocada a participar para incidir en lo público. La vida, la cotidianeidad, pasa por otro lado.

El desafío para los estrategas comunicacionales de las campañas políticas electorales consiste en encontrar las formas de reconectar con las preocupaciones de los grupos ciudadanos mayoritarios. En particular con los sectores populares, porque son estos los que viven en carne propia el atropello de derechos y, en consecuencia, el desencanto con el sistema.

Una estrategia electoral que apunte a la política en su sentido más auténtico se potencia no solo en la escucha a las demandas de los actores más desfavorecidos, sino muy especialmente en la capacidad de recoger y convertir en propuestas posibles y viables, ostensiblemente tangibles para la ciudadanía, las imágenes de futuro, los sueños y los anhelos de quienes hoy se sienten defraudados de diferentes formas por el mundo de la política.

Probablemente un camino para transitar consista en que los partidos políticos y las alianzas electorales pongan como prioridad la escucha de grupos, organizaciones y movimientos de base. Pero para ello, antes de contratar grandes equipos de expertos en marketing electoral e invertir en costosas maquinarias publicitarias habría que escuchar con atención a quienes protagonizan la participación y la comunicación popular a lo largo y a lo ancho del territorio. Son esas expresiones de participación desde la comunicación y la cultura popular (las radios comunitarias, los centros culturales, los medios autogestivos, televisoras y redes alternativas, etc.) las que con gran fidelidad expresan las preocupaciones pero también los anhelos de quienes no intervienen en la disputa mediática ni en aquella que se escenifica en el extendido, pero también poco inclusivo, universo de las redes sociales digitales. Porque a estas batallas los actores populares o directamente no tienen acceso o cuando se los convoca no suele ser para ofrecerles la posibilidad de expresar libremente su visión del mundo, sino para caricaturizar o victimizar aún más su situación.

También en la política y, en particular, en la política electoral, otra comunicación es posible.

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