El “cero a la izquierda” tuvo una intensa vida breve. Stephen Crane (1871-1900) fue un escritor tan radical para su tiempo que Paul Auster afirma que se lo puede considerar el primer modernista norteamericano, “el principal responsable de cambiar el modo en que vemos el mundo a través de la lente de la palabra escrita”. Antes de morir a los 28 años por una tuberculosis, escribió artículos, novelas, relatos y poesía; trabajó como corresponsal durante la guerra hispano norteamericana en Cuba y defendió los derechos de los más desfavorecidos en tiempos de conflictos laborales y sociales. Se enfrentó a la policía de Nueva York, sobrevivió a un naufragio y fue amigo de Joseph Conrad. Hubo una época en que La roja insignia del valor, su novela sobre la Guerra Civil protagonizada por Henry Fleming, un joven de 16 años (llevada al cine por John Huston), era lectura obligada para casi todos los estudiantes de Estados Unidos. Sacar a Crane de las sombras del olvido parece ser el principal propósito de Auster en La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral), más de mil páginas de una biografía que se lee como un western literario.

En una conferencia de prensa por Zoom, Auster parece imitar a Crane cuando habla de Crane. No posa de académico o profesor universitario que con un tono de voz imperativo trata a los que no conocen a Crane de idiotas. El entusiasmo adolescente -tenía 15 años, en 1962, cuando leyó La roja insignia del valor- habita en su forma de invitar a leer a un escritor que fue adorado, despreciado y olvidado. “Su poesía es tan extraña que no suena a ninguna poesía que haya leído jamás. Y al mismo tiempo es muy contemporánea y fresca. En su momento la gente estaba tan asombrada de lo que había hecho que se burlaban de él”, recuerda Auster y para fundamentar esa extrañeza lee un poema de Crane que está incluido al principio de La llama inmortal...: “En el desierto/ vi una criatura, desnuda, bestial,/ que, agachándose en el suelo,/ se cogió el corazón con las manos/ y se lo comió./ Dije: ‘¿Está bueno, amigo?’/ ‘Está amargo, amargo’, me respondió,/ ‘pero me gusta porque está amargo/ y porque es mi corazón”. Después de una pausa, ese silencio que siempre resulta tan necesario, el autor de La invención de la soledad agrega: “Es un poema asombroso; es la gente que se está comiendo a sí misma, aferrada a su miseria, y creo que psicológicamente es una obra muy profunda”.

En el libro Auster confiesa que le preguntó a su hija, la compositora, cantante y actriz Sophie Auster si había leído La roja insignia del valor en la escuela secundaria. La respuesta fue “no”. Entonces decidió realizar una breve encuesta en la que descubrió que para los más jóvenes Crane es “un cero a la izquierda”. Aunque sus libros se consiguen fácilmente en ediciones de bolsillo y aún circulan sus obras completas, publicadas en 1970 por University Press of Virginia, Crane está en manos de especialistas, licenciados, aspirantes a doctorados y catedráticos de literatura, pero los lectores en general, que disfrutan leyendo a clásicos como Melville y Whitman, ya no leen a Crane. “La roja insignia del valor y docenas de cosas que escribió de gran calidad se ignoran. Mi propósito era generar un nuevo interés en esta obra. Creo que fue el primer modernista de la literatura estadounidense, se adelantó a lo que sucedería en el siglo XX y sigue siendo muy contemporáneo. Crane le habla directamente a una persona de hoy. Su obra está muy viva y exige ser leída”, explica el autor de La trilogía de Nueva York desde su casa en Brooklyn.

Hay otros autores que han caído en desgracia. “Ya nadie lee La letra escarlata, de (Nathaniel) Hawthorne, que es la primera gran novela de Estados Unidos. Los maestros dudan de que los estudiantes puedan interesarse por ese tipo de literatura y buscan libros que apelen de forma más directa a la vida contemporánea. Los entiendo, aunque creo que está mal”, dice Auster que admite que le hubiera encantado escribir sobre Herman Melville, Hawthorne y Henry David Thoreau, grandes autores de la historia de la literatura estadounidense cuyas obras siguen vivas. No cree que se pueda pensar a Crane como un escritor que está en los márgenes. “En vida, Crane fue muy famoso y el éxito que tuvo La roja insignia del valor lo convirtió en una celebridad nacional. Los únicos dos autores jóvenes que capturaron al país de forma arrasadora fueron Francis Scott Fitzgerald y Crane. No creo que Crane sea una figura marginal, pero ha sido abandonado. Yo quiero regresarlo al centro del escenario porque merece estar en el panteón de los grandes autores de Estados Unidos”, pondera Auster.

¿En qué consistió la revolución literaria de Crane? Auster comenta que le quitó lo moralizante a la ficción para contar la verdad. “Miraba de una forma cautelosa, con una mirada de fotógrafo, de científico, para describir qué estaba pasando antes de ponerlo en juicio. Eso fue revolucionario. Cuando escribió Maggie, su primera novelita sobre una niña que se convierte en prostituta y trabaja en las calles de Nueva York, él no juzga, solo cuenta y esto resulta extraordinario”, advierte el escritor y precisa que Crane se aparta de las descripciones y el “color local” de la narrativa decimonónica. “Crane desnuda la prosa. La roja insignia del valor es una novela de la Guerra Civil y nunca dice el nombre de la guerra, de qué bando son; nunca menciona la esclavitud, a (Abraham) Lincoln, a ningún general, porque se mete en la mente de un joven de 16 años que está en la guerra y tiene miedo. Y es un libro sobre el miedo”.

Lo interesante para Auster como biógrafo y novelista –si se piensa que algunas biografías son como “novelas de la vida”- es que Crane es muy diferente a él: no se parecen en la personalidad, ni en la manera de escribir. “Crane pasó mucho por el rechazo y la dificultad para publicar y persistir; ahí me siento cercano a él, en ser testarudo y hacerlo sin importar cuántas veces me digan no”, reconoce el autor de El libro de las ilusiones. ¿Quién era Paul Auster a los 28 años, la edad en que murió Crane? “Me acababa de casar, había publicado dos libros de poesía, había traducido poesía, había escrito ensayos literarios y había acumulado mil hojas con prosas que nunca me habían causado ninguna satisfacción. Si me hubiera muerto a los 28 años, habría desaparecido completamente, habría sido como una piedrita que se hunde en el fondo del lago”, dice el escritor.

“Me causa mucho pesar la cultura de la cancelación; no es una tendencia muy prometedora en la cultura estadounidense, pero con el poder creciente que tiene la extrema derecha en Estados Unidos no me preocupa tanto este problema. El peligro de Donald Trump y los republicanos que quieren destruir al país me parece más urgente, no vale la pena perder el tiempo en otros asuntos”, plantea Auster. “Esto de la cultura de la cancelación lo hacen chicos jóvenes muy idealistas que están fuera de sí y van a madurar. El problema es que nos van a robar la democracia frente a nuestros ojos, salvo que nos unamos y resistamos a eso. En pocos años no va a haber Estados Unidos en el sentido en que lo conocemos aquí y en otras partes del mundo”.