Venezuela se encuentra en un laberinto. La situación es de un empate paralizante entre dos sectores, que contienen a casi toda la población en su polarización. Por un lado, el gobierno es heredero y continuador de un proceso que comenzó con Hugo Chávez, proceso que consiguió los logros más extraordinarios en la historia del país y la obtención de derechos y mejoras en las condiciones de vida del pueblo inéditas. Ese proceso tuvo su momento más difícil con la muerte de Chávez, y la necesidad y dificultad de suplantar su liderazgo. 

Luego de ganar las elecciones y gobernar por 4 años y medio el gobierno tiene que afrontar el problema, nunca resuelto, de no haber superado la dependencia de la renta petrolera, casi como única fuente de recursos, y generar una nueva matriz, donde se complementara esa renta con el desarrollo productivo, tanto en lo agropecuario, como en lo industrial. Es difícil de entender, por ejemplo, cómo un país fértil como Venezuela importa gran parte de sus alimentos, situación agravada con la caída estrepitosa del precio del petróleo.

Del otro lado de esa polarización, una oposición conducida por un sector que no tiene ninguna voluntad de colaborar para superar las dificultades y, que en estas horas solo propone el derrocamiento de Maduro. Para ello lleva adelante un plan promovido, evidentemente, por el gobierno de los EE.UU., con tres ejes. Guerra económica, incitación a la violencia extrema y aislamiento internacional para el gobierno.

En la guerra económica el arma principal es el desabastecimiento de los productos esenciales, que al faltar en la vida cotidiana, irritan a los sectores más humildes. Harina de maíz, jabón, dentífrico, aceite. Sin embargo, esos productos están en el mercado negro con precios exorbitantes. Entonces, ¿hay o no hay productos? La respuesta es sí, si no, no estarían en ningún mercado, ni el blanco ni el negro. Y no solo se trata de especulación económica, es claramente utilizado como un arma política.

El llamado a la violencia extrema por parte de la conducción de la oposición es descarada. De las 39 víctimas que hubo en estos días, solo 3 son adjudicables a las fuerzas de seguridad, y sus responsables han sido detenidos y están siendo juzgados. Las otras muertes fueron provocadas por el llamado irresponsable a las manifestaciones iracundas, mucho menos masivas, por cierto que hace unos años. La lamentable novedad es el llamado irresponsable a atacar las embajadas de Venezuela en otros países como pasó recientemente en Madrid.

El plan de la oposición se complementa con la intención de aislar a Venezuela internacionalmente separándola inconvenientemente y sin cumplir con los protocolos del Mercosur. Se la sanciona en al OEA con un golpe institucional lo que ocasiona la digna respuesta del gobierno venezolano de retirarse de ella.

Cuando la situación económica se estabiliza y empieza a mejorar, por la venta a precios populares de productos básicos y la suba en el precio del petróleo, la oposición lanza a comienzos de abril, una ofensiva salvaje para destituir al presidente Maduro.

Para intentar salir de este laberinto se produce el llamado a una Asamblea Constituyente muchas veces reclamada por la oposición, pero rechazada ahora, porque su objetivo no es la normalización del país y la superación de la crisis, sino que se vaya Maduro. Además el gobierno convocará a elecciones a gobernadores y alcaldes que exigía la oposición y que ahora también rechaza. Que se vaya Maduro y elecciones anticipadas a presidente es lo único que aceptan para dialogar.

La reforma constitucional movilizará al pueblo, en su debate, afirmará los logros conquistados, propondrá un cambio en la matriz productiva, garantizará nuevos derechos, impulsará una democracia participativa, y será la única salida posible para que este empate paralizante que se vive, no se transforme en una tragedia.

* Diputado del Parlasur