Artista escénico de teatro y danza además de gestor cultural, Marcelo Allasino volvió a su faceta creativa después de ocho años dedicados a la gestión pública, desde que asumió como secretario de Cultura de Rafaela, su ciudad natal (del 2011 al 1015), y luego como director del Instituto Nacional del Teatro durante cuatro años (desde diciembre del 2016 hasta su renuncia en febrero del 2020). Como director y autor, el creador santafesino acaba de estrenar Mis palabras en el Cultural San Martín, una propuesta que aborda el abuso a través de una situación no del todo explícita y precisa aunque igualmente dolorosa y trágica

Lo hace con una puesta en escena compleja, no lineal, con varias capas que envuelven al espectador y le proponen armar un rompecabezas donde se cruzan hechos reales y fantasías, pasado y presente. Intervienen cámaras, pantallas, proyecciones, micrófonos, voces distorsionadas y dos protagonistas: José Luis, un joven profesor de literatura (Nahuel Monasterio) algo inexperto, tímido y con buenas intenciones, que comienza a dar clases en un centro para chicos y chicas con discapacidades, y Cintia (la estupenda Agostina Prato, actriz rafaelina), una alumna con discapacidad mental que es un vendaval de emociones intensas, además de seductora y atractiva por su aspecto físico y por su talento para la escritura. A un costado de la escena, hay un tercer intérprete, el músico Nico Diab, responsable del colchón sonoro que acompaña la propuesta, que juega un rol importante por la variedad de resonancias, efectos, texturas y melodías que suma.

“La escribí hace cinco, seis años. Es un tema que me inquieta porque me toca de cerca, desde lo familiar, y también porque cuando fui secretario de cultura de Rafaela, una de las instituciones a mi cargo era un centro de formación artística con talleres para personas con y sin discapacidad. De hecho, yo empecé a hacer teatro ahí cuando era adolescente. Durante mi gestión, conocí a muchos alumnos de los talleres de teatro, de escritura, de plástica, con quienes tuve un vínculo de mucho afecto y proximidad. Sentí la necesidad de poder hablar de todo esto: la creación, el amor, el sexo, el erotismo y cómo se relacionan con la discapacidad”, comenta Allasino a Página/12. Y agrega: “Hay formas de relacionarse que son abusivas y que están más ocultas, más solapadas, donde no resulta tan fácil identificar a la víctima y al victimario. Sin llegar a una situación extrema como un femicidio, un asesinato o una violación, son situaciones que generan dolor y dejan huellas y cicatrices, porque se van acumulando a lo largo de los años. Se pueden dar en familias, en escuelas, en talleres artísticos, en trabajos, donde las buenas intenciones, los intereses solapados, la torpeza y el deseo se mezclan, se confunden en una red de relaciones abusivas”. 

Como el estreno se demoró por la pandemia, Allasino tuvo mucho tiempo para pensar la concepción escénica hasta alcanzar la idea de una especie de gran cámara gessel donde los personajes están inmersos, mezclando presente y futuro desde el momento en que se conocen hasta el final. En ese relato que va y viene en el tiempo emergen también los mundos internos de ambos, sus deseos y fantasías, y con todos estos materiales el director va tejiendo una suerte de reconstrucción de lo ocurrido, que deriva en una denuncia ante la justicia. 

“Armamos un dispositivo documental, como si los protagonistas estuvieran ofreciendo relatos y testimonios. Me sirvió mucho la idea de que se encuentran en una escena medio judicial, y que están siendo documentados. Por eso los micrófonos para hablar a público, las cámaras, las proyecciones en pantalla y el recorte que propone la pantalla”, explica el dramaturgo y director. “Aparece algo del orden de la reconstrucción que se intenta hacer cuando acontece un abuso. Y lo que aparecen son vestigios. Siempre hay una mirada que reconstruye, por eso me gustaba la idea de que esa reconstrucción estuviera fragmentada, distorsionada. También me dejé seducir por lo que el espacio de la sala propone: los ruidos que se escuchan de un ascensor, las cabinas vidriadas de arriba”, detalla. 

En este marco que cruza realidad, fantasía, pasado y presente, diálogos y voces internas, se vinculan estos dos personajes tan distintos y a la vez cercanos en algún punto: un profe inseguro, una alumna apabullante, que no se calla nada, explosiva; se atraen, se alejan y se confunden con distintos grados de conciencia, de vulnerabilidad y de responsabilidad. Los cuerpos y las voces de ambos, el vestuario de ella (tan estridente como su personalidad), sus dibujos proyectados en la pantalla y sus escritos, forman un universo atractivo, con zonas oscuras y luminosas, hasta con pinceladas de humor, que se va tensando y que por momentos está a punto de estallar. Y la escena va configurando una atmósfera que se aleja del realismo, a pesar de mantenerse anclada en una anécdota particular que desemboca en una situación límite y dolorosa. La propuesta también instala la reflexión sobre la responsabilidad y el cuidado que deberían tener las instituciones que trabajan con comunidades vulnerables, en cuanto al control y seguimiento del personal que contratan, y también en cuanto al control del estado sobre las personas que las dirigen.
“Me interesa generar un lenguaje que sea verosímil pero que se despegue de lo cotidiano. En este trabajo hay distintos estilos de actuación y una narración fragmentada. A través del teatro, intento apuntar al inconsciente, ese territorio donde lo onírico juega un papel importante y los símbolos empiezan a resonar en un lugar que no tiene que ver con lo racional sino con algo más profundo”, reflexiona Alllasino. El equipo de Mis palabras se completa Uriel Cistaro (vestuario), Leandra Rodríguez (diseño de iluminación), Ignacio Riveros (escenografía), Clara Esborraz (dibujos), Mauricio Casaretto y Fabián Kesler (dispositivo visual), Sol Muñoz y Camila Morales (cámaras en vivo), y Mica di Pompo (edición de video), entre otros rubros. Las funciones son viernes, sábados y domingos a las 20, hasta el 13 de noviembre en El Cultural San Martín (Sarmiento 1551).

La gestión pública, una etapa concluida

Fueron muchos años dedicados a la gestión pública. Primero, como director del Festival de Teatro de Rafaela, una fiesta cultural que cada año toma la ciudad: sus teatros, plazas, parques, carpas de circo y otros espacios públicos, con una programación diversa y federal, que reúne lo mejor de la creación argentina para grandes y chicos, y convoca muchísimo público. Marcelo Allasino fue el alma-mater de uno de los encuentros de artes escénicas más notables del país, desde su creación en 2005 hasta 2015. Y esta etapa la recuerda con total satisfacción. Fue también secretario de Cultura de Rafaela (2011-2015) y director, durante cuatro años, del Instituto Nacional del Teatro (INT). “Estoy feliz de haber terminado con esa etapa, que fue de mucho aprendizaje y en la que dejé todo, incluida mi salud, porque salí hecho bolsa”, asegura. “Logré cosas históricas para el INT, de las que ahora muy pocos se acuerdan. Lo principal fue cortar con un modo de gestión en el que las mismas personas daban vueltas por los mismos puestos desde hace veinte años, y se repartían la torta entre ellos. Había una mirada muy cerrada en relación a cómo repartir los recursos. Es una etapa concluida. Ahora estoy feliz de haberme conectado con la creación, que es lo que me alimenta, y también con la docencia”, advierte. El creador coordina la Diplomatura en Teatro para docentes de la Universidad de Rafaela, y da cursos en el país y para el exterior online. “La gestión pública fue un servicio que asumí con mucha pasión y entrega, pero no es a lo que quiera volver en este momento. Misión cumplida”, concluye.