Una noche en un boliche del Abasto que imaginamos lleno de colores fluorescentes. Un chico. Dos chicas. Podría tratarse de una serie juvenil o una novela saturada de esa levedad con que las rutinas adolescentes (especialmente en la edad en la que están empezando a entrar en el mundo adulto) son mostradas con una simpleza que poco tiene que ver con la realidad.

No es esto lo que ocurre en Laberinto. Julieta Timossi parte de una convención para indagar y desarmarla a partir de una mirada que se aleja de la generalidad para ir a lo novedoso que se esconde en la singularidad. Alfonso se siente atraído por Lucrecia y sale con ella aunque hace años que está de novio con Sofía. Las chicas pertenecen a condiciones sociales disímiles. Sofía vive en Palermo y Lucrecia en La Boca. La infidelidad se descubre y a Sofía empieza a interesarle Lucrecia, incluso se deslumbra por ella, quiere conocerla, se incorpora en un equipo de fútbol femenino para impregnarse de una cercanía física, de una rara forma de compañerismo que no le escapa a la rivalidad. A Lucrecia también le gusta esta chica bella y delicada. Hay algo en esa oposición, en la diferencia y en la pertenencia de las dos al mundo de la otra que hace de Laberinto una obra narrativa, a pesar de la velocidad con que transcurren las acciones.

Que la estructura dramática se sostenga en el relato de cada unx de lxs protagonistas nos permite entenderlxs y, de este modo, la obra escapa a un posicionamiento drástico, a una empatía parcial o a un rechazo categórico de los comportamientos. Lxs tres jóvenes aparecen en toda su humanidad, son vistxs por nosotrxs como seres tan vulnerables y sensibles como capaces de herir a la persona que aman. Y es aquí donde Timossi señala la clave de su obra en un encantamiento que nos permite transitar por la cabeza de estos personajes con la dinámica exaltada de sus años jóvenes.

Si el feminismo de las millennials y centennials tiene algo moralista para las que ya llegamos a los cuarenta, Timossi se desprende de esa facilidad por caracterizar las conductas. Alfonso no deja de ser un joven querible y dulce aunque engañe a su novia, incluso sigue amándola mientras seduce a Lucrecia. Sofía se reconoce traicionada pero no es dócil ni ingenua, tampoco es una chica que pelea por su novio sin tener en cuenta la integridad de su contrincante. Ella ve a Lucrecia como una joven hermosa, llena de entusiasmo y también de entereza para descubrir en ese contexto social más hostil, las alternativas para lograr su felicidad. Lucrecia sospecha y confirma que Alfonso está con otra pero se anima a seguir su deseo. En la dramaturgia que construye Timossi la implicancia, la manera siempre arriesgada en que nos enredamos con nuestros afectos, nos acerca a la ternura tanto como a la impiedad. No hay amor sin traición y tampoco es cierto que el amor no duele. El devenir afectivo con sus incertezas y sus pasiones también deja heridas pero la inteligencia en el trabajo de Timossi se encuentra en esa rotación de los roles, en las estrategias que cada personaje inventa para huir de la desazón y también para acercarse a lo que aman, para reparar el daño y para comprender por dónde pasa esa experiencia tan contundente y frágil que sucede cuando nos enamoramos.

María Belén Carluccio le pone el cuerpo a una Lucrecia que está siempre a punto de atravesar un vendaval como si se tratara de un día calmo de primavera. Sofía, a cargo de Marina Pacheco, es un personaje que surge a partir de una elaboración preciosista, reflexiva que permite mostrar la variedad y pericia de este personaje como la gran estratega, la que se convierte en una autora dentro de la escena y lleva adelante la acción. Pablo Pandolfi recurre un poco a la culpa pero también a la fragilidad ante la determinación de los personajes femeninos.

Laberinto es una obra donde nadie queda estancado en un lugar del triángulo. El devenir hace que la idea misma de infidelidad se convierta en otra cosa. En la oportunidad de saber lo que somos y lo que puede llegar a ser el otro en esa inconsistencia fulminante que es el amor.

Laberinto se presenta los viernes a las 21.30 en Moscú Teatro. Juan Ramírez de Velasco 535. CABA.