Estoy preocupado, querido lector, queridísma lectora, queridérrime lectore. ¿Por qué? Porque falta solamente una semana para las elecciones, y como soy un neurótico obsesivo autopercibido y orgulloso de serlo, sueño que voy al cuarto oscuro y me encuentro con que...; no, no con que faltan boletas de mi partido, sino todo lo contrario. En mi sueño, gran parte de las boletas de quien yo voy a votar están disponibles, mientras que las boletas de los que día a día destruyen todo lo que pueden y prometen destruir aún más si son electos van escaseando. ¡Pesadilla!

O sea, lo que me angustia no es mi propio voto, sino el de los/las les demás, demós y demés.

Como buen neurótico obsesivo, ya estoy yendo a la escuela en la que me toca votar, para cerciorarme de que las boletas ya estén en su lugar. Siempre lo hago, varios domingos antes de las elecciones. Y nunca logro que me dejen entrar en la escuela.

Es más, no suele haber nadie; las escuelas, no sé por qué, están cerradas, en vez de estar abiertas para los obses como yo o para aquelles que, sin serlo, se autoperciban obsesivos y reclamen su derecho a ir a la escuela cada media hora, toda la semana, a cerciorarse de que todo esté bien.

Mi vecina Carolina, en cambio, tiene un toque histérico: me confesó que cada vez que le gusta un candidato, vota a otro y después le pide que se transforme en ese que le gusta a ella. Tampoco lo ha conseguido nunca.

–¿Qué sentido tiene si te gustan los populistas votar a los neoliberales? –le pregunté un día en el que ambas neurosis nos permitieron coincidir en tomar un café (ella, en verdad, quería un té, y yo quería revisar que el bar cumpliera con los protocolos, pero ahí nos sentamos).

–Te hace sentir importante –me explicó Carolina–, te hace sentir escuchada (casi me animo, si no fuera por estos tiempos marketineros, a decir “deseada”), te hace pensar que ¡YO! lo voto, y eso es un acto amoroso que él/ella te devuelve dejando de lado sus preconceptos y dándote lugar… Es casi una posición erótica, “él/ella representante, yo representada”.

–Pero aún no se te dio –le dije, como buen obsesivo pinchaglobos, desilusionador profesional.

–No, porque aún no apareció el candidato/a adecuado, ese que sea idóneo, fuerte, contenedor.

–¿Como tu papá? –copiándome de la primera página del libro más elemental de lecciones de psicoanálisis.

Me miró asombrada.

–¡Ay, cuánto que sabés de política!

Yo iba a salir corriendo porque ya había pasado media hora y me tocaba ir otra vez a la escuela a revisar que todo estuviera bien, cuando apareció Carlitos, el fóbico del edificio.

–¿Ustedes van a votar el domingo que viene?

–Si no me dejan votar antes, sí –contesté yo.

–Si me decido por quien no votar y lo voto, sí –contestó Carolina.

–Entonces, háganme un gran favor: ya que van, ¿no pueden votar por mí?

–¿Sos candidato?

–Nooooo… –y se hizo la señal de la cruz–. Dio' libre, guarde, proteja y cuide –recitó–. Yo no digo que voten “por mí” –señalándose a sí mismo–, sino que voten “por mí”, en el sentido de que vayan con mi DNI y pongan la boleta en mi nombre. Porque a mí me da miedo la oscuridad del cuarto oscuro; la multitud haciendo la cola; los militares, que suelen estar armados; la gente con barbijo que no sabés quiénes son; la gente sin barbijo que capaz me contagia… ¡Tengo una lista de miedos enorme!

–Pero el voto es personal, secreto y obligatorio –dijimos al unísono Carolina y yo.

–Bueno –retrucó Carlitos–, si no te obligan a vacunarte aunque con eso ponés en peligro a los demás, si no votás...

–... no expresás tu sentimiento electoral, no decidís el destino de la patria, no ayudás a elaborar el futuro de tus descendientes –completó don José, un vecino medio esquizo pero nada tonto que estaba tomando un café en la mesa de al lado–. Yo pienso votar, pero no una, sino diecisiete veces.

–¿¡Diecisiete veces!?

–Sí: una vez por cada una de mis personalidades, sin excluir a ninguna, que, si no, después me lo reclaman.

–¿Y por quién va a votar, don José? –pregunté.

–¡El voto es secreto!

–¿No nos quiere contar?

–No, es que no lo sé, cada personalidad hace la suya.

–Uy, ¿no me suma un voto por mí? –dijo Carlitos–. Total, quien dice 17 dice 18.

–¡Nooo! ¡No sea irresponsable! –le espetó don José; y tres de sus personalidades comenzaron una ardua discusión sobre el pago de la deuda.

Yo me puse nervioso: ya habían pasado como diez minutos de la media hora y, como buen obse, sé que si no cumplís con los rituales a la hora exacta, no vale la pena cumplir. Así que me volví a mi casa, lo llamé a mi analista; ni bien me atendió, antes del "¡Hola!" le dije:

–Voy a votar al Frente de Todos.

–Ya me lo dijo 30 veces esta semana, Rudy, me tiene cansado.

– ¿Preferiría que lo llamara Mariu para tomar un café?

–Nooo, Rudy, ¡usted por lo menos me paga!

Sugiero al lector compañar esta columna con el video “El Dedo de Freud, episodio 3: ‘Dedo asoma’”, de RS Positivo (Rudy-Sanz), disponible en el canal de YouTube de los autores, celebrando además el inminente retorno del dúo a los shows en vivo: