Hay mucha, quizás muchísima gente bienintencionada, progre, con o sin experiencia política, pero hoy desencantada. Y hay muchísima otra que se siente engañada, fastidiada, harta. Por eso hay muchos enojados, y furiosos, que no quieren oir ni hablar más de política, ése para ellos ámbito de chorros, ambiciosos y corruptos.

Hay quienes cambiaron sus votos varias veces y nada los conforma. Y quienes jamás cambiaron su voto porque tienen principios, pero esto ya no va más. Y ni se digan los que desde el antiperonismo más cerril son capaces de votar y aceptar cualquier cosa con la ilusión de acabar con el peronismo. Y por supuesto están los que toda la vida votaron porque no había más remedio, pero ahora no los agarran más. Y los que no les importa la política, que es sólo cosa de "ellos", o sea los políticos, que "son todos corruptos". Y aún débense computar los que siempre votaron "donde hubiese una bandera roja", como decía Osvaldo Soriano. Y los que votaban lo que mandaba el cura y ahora ordenan los pastores rascachifles que se aprovechan del generalizado desvarío católico. Y por supuesto están los que ni piensan perderse un domingo en el country para ir a votar, como están los que no van a votar porque tienen hambre y les queda lejos y si el domingo llueve deben chapotear en el barro y basta, oyó, basta de pedirnos un voto en el que después rigurosamente defecan (aunque dicho con otro verbo).

Y así siguiendo se podrían describir el descreimiento y la bronca, y la angustia también. Por eso el columnista se pregunta qué decir en esta instancia, qué argumento puede ser capaz de derrumbar tanta rabia, tanta angustia, tanto defraudado y defraudada que sólo quisieran salir a patearles lo de adelante y también lo de atrás a más de uno que les prometió y no cumplió, porque hace 20 años, o 30, o 40 o todas sus vidas que se les promete lo que nunca se cumple.

Y desde luego están las izquierdas esclarecidos, los que no tanto pero "tienen la posta" y los que votan siempre de acuerdo a sus pensamientos aunque esos pensamientos ahora conduzcan a la derecha, al fascismo, a la violencia cada vez más cercana y un día de estos inminente, dios no lo quiera. O sea, los amínomehablesdepolítica, los quéquerésissontodosiguales, los paraquevotarsisontodoschorros, los amínojodenmás, los quesevayanala... y ponga el lector el destino que prefiera.

Sin dudas, agobia la enumeración de sentimientos tan argentinos. No pensamientos, ojo, sí genuinos e indiscutibles sentimientos de un pueblo cansado, harto de falsedades y promesas incumplidas. Y que ahora es nuevamente requerido, y sobre todo por ricos con sonrisas de odontología cara, neurocientíficos que pedían a George Bush que interviniera aquí, y otras gentes paquetas y cajetillas y bandidos disfrazados que asisten a "mesazas" que sólo en este país en lugar de ofender generan envidias secretas, resentimiento y puteadas sordas.

Y en ese contexto, millones y millones de provincianos que la miran pasar y acaso la ven en la tele el domingo a la noche, cuando la porteñada paqueta celebra bailando en escenarios de hoteles carísimos y la madre que los trajo al mundo.

Ese país, esa gente está llamada a votar nuevamente el domingo que viene. Es el pueblo argentino de este siglo y milenio problemático y febril cuya mitad o más está asombrosa, absurdamente hambreada y cuyo desencanto es fomentado por los ricos, los diarios y la tele que les mienten todo el tiempo.

Pero claramente es un pueblo no feliz ni confiado. Y aparentemente ganado por el sentimiento de que no hay nada que hacer porque va a ganar la derecha con Heidi y Larrata inmobialiaria, con el neuro y los perucas trasvestidos, y detrás algunas gordas y bestias feroces cebadas de impunidad. Claro que de este lado pareciera haber un sentimiento medio mágico de que los vamos a parar porque el pueblo cuando hace tronar el escarmiento etc etc etc. Como hay otro de miedo porque estos tipos son capaces de cualquier cosa, como ya lo probaron durante cuatro años que mejor nunca olvidar pero que maldita sea ya ha olvidado medio país.

Difícil país el nuestro. Y mírese que Chile no la tiene fácil, ni Perú, ni Ecuador, ni Colombia donde andan a los tiros desde hace 150 años, ni Venezuela acosada pero resistiendo, ni Brasil que no aprende todavía de su propio dislate de preferir a Bolsonaro tras derrocar a Lula. Naciones en las que se repite el patético cuadro de medio país de espaldas a la realidad más lacerante mientras la otra mitad desespera por comer basura. Como aquí ahora.

Estas acaso absurdas reflexiones son pertinentes porque el viernes próximo, el 14, se juega mucho más que una elección de medio término. ¿Exceso de dramatismo, pensarán algunos/as? Vamos, el drama está a la vista si gana la derecha. Claro que algunos numerólogos dicen que el 14 es el número de la fusión y la organización, y otros dicen que es el número representativo de la justicia y la templanza. Y es vox pópuli en la Argentina que en la quiniela el 14 representa al borracho, mientras que en España hay un montón de sectas dedicadas a este número al que consideran la respuesta a todo. Así que, sea lo que sea, atentos al piojo el domingo que viene.

¿Y que qué se gana con estas disquisicones? Posiblemente nada, pero menos nada que con negar la infantilización de la Argentina. Porque este país que tanto amamos ha ido y anda tan para atrás que da pena. ¿O será cosa de viejos la Argentina del pleno empleo, de la industralización y los derechos sociales, del ascenso proletario y las nuevas clases medias? ¿Existió o fue un sueño literario esa Argentina ferroviaria con casi 50.000 kilómetros de vías uniendo todas las provincias y con capacidad de fabricar locomotoras y todo el material ferroviario? ¿Fue un sueño esa Argentina que tuvo la quinta flota naviera más importante del mundo, navegando todos los mares y con servicios fluviales exquisitos? ¿Fue un delirio la Argentina que fabricaba automóviles, aviones, herramientas, todos los electrodomésticos, misiles, material bélico de exportación y satélites no sometidos a controles imperiales? ¿Habrá sido un sueño que esa Argentina batía récords de cosechas cuando se cuidaban los campos y los ganados, y el arraigo campesino era un orgullo? ¿Y que combatía plagas con gamexane y no con agrotóxicos que envenenan la tierra y el agua?

Hoy son muy pocos los jóvenes que conocen estos parámetros. Y en absoluto es su culpa; ellos son las víctimas, como nosotros los veteranos debemos ser –en lugar de quejosos decrépitos– los faros que iluminen senderos para que no sigan triunfando la pavada, la egolatría, la música simplona para descerebrarlos, la pérdida lingüística que ya es pandemia.

Este columnista, a la vez que acompaña, tiene reclamos al gobierno del Frente de Todos, y en especial por su poca fe y baja templanza en cuestiones de soberanía. No obstante, en esta oportunidad tan chiva, como se dice en la calle, apostará una vez más a la esperanza con reclamos. O sea votar para que toda nostalgia pueda volver a ser realidad y el amor a la Patria y la construcción de ciudadanía garanticen un futuro que, aunque modesto, nos cobije en democracia y resguarde en la paz.

Claro que el requisito básico del futuro se llama Soberanía. Que no es sino el gobierno propio que se da un pueblo o nación, en oposición a todo mandato exterior. O como dice la vulgar y tantas veces cretina y mentirosa Wikipedia: "soberanía es el poder político supremo que corresponde a un Estado independiente, sin interferencias externas". Eso. Votar para eso. No hay otra. @