Esta novela del sueco Mattias Edvardsson es un juego de suspenso que cuenta una historia única desde los puntos de vista de los tres principales involucrados: el padre, la hija, la madre (en ese orden) de una familia de clase media, cada uno con sus características lingüísticas y psicológicas, sus opiniones y su historia personal.

Como muchas veces, es sin duda un libro tramposo. Funciona alrededor de una escena de asesinato que se escamotea hasta el epílogo de dos páginas (el libro tiene casi quinientas), donde por fin se contesta la pregunta básica del thriller, “¿quién lo hizo?” Tal vez, esas dos páginas finales, diría esta lectora frecuente de policiales, están de más. Quizás habría sido mejor dejar la “verdad” como dudosa, como inalcanzable, no despejar las dudas. Pero eso no significa que el esquema no funcione. Si lo que se busca es emoción, hay que decir que Edvardsson maneja muy bien el suspenso. Aunque no aporte nada nuevo, como las películas del mismo género, es imposible dejar de leer su novela; la acción tiene un ritmo irresistible.

El esquema temporal de los tres narradores es siempre el mismo: cada uno de ellos cuenta desde un presente posterior al asesinato (el padre desde el día de su declaración en el tribunal; la hija desde la prisión preventiva en la espera el juicio o la absolución; la madre desde el día en que vuelve a ver a su hija por primera vez frente al jurado); a partir de ese punto, los tres hacen el típico movimiento del policial: avanzan y también vuelven atrás para explicar el presente. Hay algunas escenas que se cuentan tres veces (por ejemplo, la del campamento de confirmación cristiana) y otras que solo vivió uno de ellos y solo uno de ellos puede narrar. En resumen, podría decirse que Una familia normal es un thriller psicológico que muta en “historia de juicio”, con abogados, jueces, jurados y fiscales. El asesinato está siempre presente, aunque no se lo describa y el recurso para lograrlo es la anticipación, quizás el recurso más frecuente (además del contraste entre los puntos de vista). Hay cientos de momentos como este: “(Yo) sabía que había pasado algo. Pero no tenía ni idea de lo que estaba a punto de pasar”.

La elección de los puntos de vista pone a la familia en el centro, pero en realidad (desde la palabra “normal” del título), la idea principal es más bien la forma en que un hecho traumático puede enfrentarnos con verdades que preferiríamos no ver. Verdades sobre nuestros límites, nuestra ética y nuestras capacidades internas para la violencia, el amor, el sacrificio, la creatividad y más; y verdades sobre las personas que queremos y creímos conocer hasta que el terremoto del hecho traumático nos cambió la perspectiva.

Como pasa casi siempre en los thrillers, la historia roza al pasar temas como la religión del país de los hechos (en este caso, Suecia), los linchamientos mediáticos, las violencias de género, las ideas de inocencia y culpabilidad, la cárcel y sus injusticias (sí, incluso en ese país que suponemos perfecto, se afirma que vivir ahí es respirar en un horror permanente, “con un nudo constante en el estómago”). Tal vez es en esos detalles donde el esquema repetido de Una familia normal adquiere un tono menos global, y por lo tanto, más interesante, lo cual, por otra parte, suele pasar con el thriller, ese género flexible, capaz de adaptarse a universos culturales completamente distintos.

Los tres narradores principales son desparejos en cuanto a la construcción de sus identidades. Los padres están demasiado cerca de ciertos estereotipos occidentales de género. Él, sacerdote de la iglesia sueca, controla todo el tiempo a su hija adolescente y su necesidad de protegerla lo lleva más allá de su sentido de la ética. Termina atropellando el derecho a la privacidad de una mujer de diecinueve años, es decir, una mujer adulta. La madre es un personaje un poco más profundo pero cae en ese cliché que condena a las mujeres a sufrir una tensión entre trabajo y maternidad.

En cambio, Stella, la hija, que sostiene la narración en el centro del libro y retoma el relato al final, en el epílogo, es, sin duda, más contemporánea y más completa que sus padres. En una conversación en la que critica la forma en que los psicólogos categorizan a las personas, le dice a la terapeuta de la prisión preventiva que el único diagnóstico posible para ella es que es Stella, no cualquier hija ni cualquier adolescente, sino esa persona, Stella, acusada de un crimen que los lectores y los padres no sabemos si cometió o no.

La amistad es importante y mucho pero no todos se preocupan por ella. En cambio, tanto los narradores como los secundarios hablan de la familia y filosofan sobre ella, sin duda los padres pero también la hija. El padre y la madre se preguntan permanentemente hasta qué límites van a llegar para defenderla. En ese sentido, el planteo general es, nuevamente, muy parecido al del cine de Hollywood. Edvardsson describe una familia “nuclear” (aquí no hay ni abuelos ni tíos ni primos) enfrentada con la muerte y la ley. El libro se pregunta hasta dónde está bien lo que hacen en esa lucha y al hacerlo, se está preguntando por la relación entre ley y justicia. ¿Está bien mentir en un juicio? ¿En qué circunstancias se podría justificar? ¿Puede la ley atravesar las mentiras? En un tribunal, ¿todo es estrategia? Y si es así, ¿queda lugar para la verdad? Todas preguntas que se formularon y se formulan todavía muchas otras novelas y películas (en este caso, sin respuestas definitivas).

Desde el título, Una familia normal parece afirmar que hasta la familia más “normal” (¿pero qué es “normal"?) puede quedar atrapada en situaciones que destruyen límites emocionales y existenciales y terminar en manos de las instituciones de la “Justicia”. Pero en el universo pequeño de clase media y alta que retrata y critica en parte esta novela, el sistema mismo es tan intocable como los jueces y jurados del cine “mainstream”, del que parece provenir todo el planteo. Aquí también, nada que sorprenda.