Las postales de los años 50 grafican a familias heteronormadas alrededor de la mesa: las publicidades de la revista Life con las amas de casa de curvas pronunciadas que parecen vivir en la cocina, siempre sonrientes porque hacen brillar cada sartén; lxs niñxs sentados frente al televisor viendo sus dibujos animados favoritos; los hombres de saco y corbata esperando que su esposa le sirva su merecido aperitivo tras un día de oficina. En la misma década nació el concurso de belleza Miss Universo, explotó la comida rápida de McDonalds y desfilaron las princesas de Disney (La Cenicienta y La Bella durmiente) que buscan romper hechizos o lucir el vestido más despampanante en una fiesta para ser elegida por el príncipe; Marilyn Monroe inauguró la revista Playboy con orejas de conejita mientras Elvis Presley sacudía la pelvis arriba del escenario al ritmo del Rock de la cárcel (sin saber que también sería la primera fantasía sexual de miles de jovencitos gay que se excitaban en secreto). 

Las historietas de Archie y Harvey Comics se hicieron eco del paisaje conservador de su época: con colores planos y vivos, contaban las aventuras de adolescentes cuyos únicos vicios eran las hamburguesas y pasar el tiempo conversando con amigos en la fuente de sodas (Archie y sus amigos). Las historias de niños ricos, hijos de un self made man, cómo no, que superan tristezas de la infancia entregándose a excentricidades de millonario (Richie Rich). Fantasmas bonachones (Casper), diablitos inocentes (Hot Stuff), niñas con imaginación suficiente como para no tener que vivir sus aventuras, si con soñar despiertas alcanza (Harvey Girls). Más allá de los triunfos y aciertos artísticos y estéticos de los dibujantes y guionistas de estas editoriales, queda claro que los editores se preocupaban mucho por darles a lxs jóvenes lectorxs fantasías sanas que no excitaran demasiado sus mentes, ni sus hormonas. No es casual que Harvey y Archie comics participaran activamente colaborando en la caza de brujas del senador McCarthy, dejando fuera del mercado a editoriales más provocativas, y en crear un órgano de autocensura para las historietas que les permitió, durante años, construir un mercado editorial a su medida.

Tin, dibujante trans no binaria nacida en San Martín de los Andes, revisita estos cómics proponiendo el mismo ejercicio que realizó Ryan Murphy cuando incluyó afroamericanxs y putos en el Hollywood dorado: viaja a los años 50 para modificar la historia. ¿Quién dice que no se puede cambiar el pasado? En su página de Instagram Cartoon Marica exhibe, como un museo virtual, viñetas que plasman con humor escenas de la diversidad sexual dibujadas con el estilo retro de Dan DeCarlo (importante autor de Archie Comics). A simple vista, parecen pertenecer a otra época, pero es difícil imaginar a un cómic industrial producido en los años 50 poner en su portada a una mostra montada y con la quijada peluda. Su arte subversivo consiste en manipular las historietas inocentes y reaccionarias que prosperaron regidas por el flamante Código de Aprobación Moral, en pleno macartismo. “Lo que no se dibuja, no existe”, asegura Tin. En Cartoon Marica podés encontrar al Grinch con botas de cuero y una tanga roja clavada entre los dos cachetes del culo; a pin ups lesbianas viajando a la luna y a dos viejos putos caminando desnudos de la mano. Tin dibuja la lucha LGBTIQ y la ordena en viñetas: retrata a Lohana Berkins, a Carlos Jáuregui y a Marsha P. Johnson para transmitir el legado. Pero también grafica escenas de pinkwashing y la batalla diaria para que no den por sentado los pronombres. “Nunca vi al colectivo LGTBQ+ representado, de alguna manera, en los cómics que yo consumía de Archie. Se contaron miles de historias, pero en ninguna de ellas estábamos nosotrxs protagonizándolas explícitamente. Fue a partir de ese momento que me propuse la tarea de retratarnos y crear una ilusión de historia impresa cargada de nostalgia, de un pasado en donde siempre existimos por fuera de los relatos”, me cuenta la creadora de Cartoon Marica.

Tin fundó Cartoon Marica en el comienzo de la pandemia: en ese momento podía destinar muchas horas al dibujo porque el trabajo que tenía, era cajera en un restaurante de La Plata, se había frenado por varias semanas. “Me gusta llamarle “artivismo”. Creo que el poder hacerte oír a través del arte es salvador. Por otro lado, en los últimos dos años pronunciarnos en la vía pública ha sido limitante y eso me lleva a pensar que si el mensaje no es en las calles, que sea el lienzo”, dice la artista. “Mi abuelo compraba los cómics y yo se los robaba de su cuarto para leerlos”, me cuenta. Tin creció estudiando el trazo de Miguel Ortiz y Quino mientras hojeaba las historietas de Condorito y Mafalda. Hoy boceta en sus cuadernos escenas de poliamor y de autocultivo de cannabis, y también grita a través de la línea y las diferentes texturas que lxs desaparecidxs en la dictadura fueron 30.400, que ningún beso es delito y que Tehuel no aparece. “Nosotras las maricas no somos hombres, no somos mujeres, nos fugamos de lo binario, de esa construcción social atada a la categoría biológica, porque fuimos arrojadas allí al nacer sólo por nuestra genitalidad. Poder contar y evidenciar todo lo que mencioné a través del dibujo da un pantallazo enorme a otras personas que no nos comprenden o no nos registran. Siento que al poder plasmar mis ideas como persona marica no binaria puede generar un contexto más amable para personas que son parte de nuestra comunidad”

Cartoon Marica en Instagram es: @cartoonmarica