Esta semana se cumplieron 200 años del nacimiento de Fedor Dostoievski (1821-1881), quien en 1866 y a la edad de 45 años, escribió "Crimen y castigo", una de las novelas moralmente más incisivas de los últimos dos siglos, y sin duda una de las dos más trascendentes de toda la literatura rusa del Siglo 19 junto con "Guerra y Paz", de León Tolstoi.

En esta obra fundacional de un estilo literario, Dostoievski compuso uno de los más serios y profundos estudios sobre el conflicto moral en contextos políticos, sociales y espirituales degradados. Y ahí, en sólo dos renglones, expuso una de sus ideas más profundas y conmovedoras, absolutamente aplicable hoy en la Argentina: "En la pobreza, uno conserva la nobleza de sus sentimientos innatos; en la indigencia, nadie puede conservar nada noble."

Esta columna considera que, dos siglos después, esa postulación tiene plena vigencia en la Argentina atormentada de estos años, por lo menos desde la degradación macrista que estuvo inspirada claramente en la debacle moral, jurídica y política que fue la década infame menemista (1989-1999). Y que nuestro actual gobierno, contra todo lo prometido y esperado, no sólo no reparó sino que agravó involuntariamente hasta límites inconcebibles: más de la mitad de los 45 millones de argentinos hoy tienen hambre.

Y a ése que es ya nuestro mayor contrasentido histórico, no lo puede reparar ni compensar toda la mejor buena voluntad del gobierno del Frente de Todos, como tampoco lo justifican la pandemia cruel ni la deuda infame que nos dejaron el Ladrón Calabrés y su pandilla, ésa que justo esta noche estuvo a punto de ser revalidada en forma de suicidio democrático.

Quedará para politólogos, cientistas sociales, economistas y analistas de todo pelaje la posible explicación de cómo llegó hasta el borde de ese precipicio este país otrora maravilloso y pleno de gente trabajadora, creativa, tenaz y orgullosa. Un precipicio, digamos, que pudo y seguirá pudiendo ser un casi suicidio democrático como el de esta noche de domingo electoral.

Producto de la degradación moral dostoievskiana en que se desbarrancaron algunas dirigencias políticas y gran parte del pueblo argentino contemporáneo, desesperado y furioso, confundido y gorilizado a fuerza de periodismo asqueroso, la verdad es que en sus primeros dos años el gobierno del Frente de Todos no gobernó como había prometido. No afectó ninguno de los resortes económicos del poder real, ladrón y evasor, cipayo y fugador de divisas. Ninguno. Y es ese poder real el que, organizado para volver, esta noche de domingo estuvo a punto de dar el zarpazo.

Desde ya que no sería nada sencillo recuperarnos como nación de un desastre democrático como el que ayer domingo estuvimos tan cerca de vivir. La República Argentina, este país que amamos (los que lo amamos, se entiende) anoche pareció que sociológicamente había decidido dispararse balazos en los pies. Fue por muy poco, pero muy poquito, que ese suicidio político no se produjo. Pero quedará por verse en el futuro, y es imperativo saber que no será fácil. Porque el Parlamento que viene será chivo. Y no será con el hasta ahora peronismo blandengue que se cambiarán los rumbos. No alcanzan las buenas intenciones y los modos elegantes cuando usted debe enfrentar a piratas, ladrones, evasores y cipayos, todos juntos y prometiéndole un indefinible "cambio" a un pueblo exhausto y justificadamente enojado.

Desde ya que el contexto argentino de hoy no es el de la Rusia de Dostoievski. Y no lo es porque hoy el cuadro social es igual de horroroso pero la degradación moral es sin dudas muchísimo más compleja. Tanto que anoche fue solamente gracias a la reacción en las urnas de gran parte del pobrerío que nuestra patria se salvó del cadalso y el patíbulo.

Pero sigue vigente que la diferencia entre pobreza digna e indigencia feroz arruina conciencias. "En la pobreza, uno conserva la nobleza de sus sentimientos innatos; en la indigencia, nadie puede conservar nada noble."

Y no se crea, facilongamente, que esta columna exagera. Porque anoche estuvo a la vista cómo hubiesen sido la catástrofe democrática y nuestro naufragio como nación libre, justa, soberana, independiente y cuidadora de la salud, la educación y la previsión social de su pueblo. Una generalizada derrota electoral habría significado, anoche, sepultar lo más valioso de nuestro país en los últimos 40 años: la democracia, la paz, la memoria y la verdad con justicia. Y habría implicado revertir la democracia que tanto nos costó y aceptar que el odio, el resentimiento, la venganza y la mentira puedan nuevamente gobernar esta tierra.

No es hora, y no precisamente en este país, de elegancias falsas. Hay que decirlo todo y con el dolor de una noche que pudo ser peor y no fue, pero que igual fue matemáticamente espantosa. Queda una esperanza chiquita y habrá que saber regarla. Porque esta noche se podía haber abierto una nueva etapa de violencia, y llevarnos a perder el más importante bien que logramos las y los argentinos en los últimos 38 años: la Paz en todos los sentidos.