¿Cómo se leen las marcas en una ciudad? Caminarla es también asomarse a las huellas de un pasado que no deja de hacerse presente, en los nombres de las calles, de las plazas, en los letreros y carteles añejos, en los actuales que algún día quedarán como marcas de estos días, en los edificios de otros esplendores, como las altas torres de Pellegrini. El nombre de esa avenida que recorre la ciudad de este a oeste se debe a un señor, que fue presidente de la Nación allá por 1890. Pero ¿quién lo sabe mientras camina esquivando las mesas de las cervecerías que ocupan las anchas veredas? ¿A quién le importa? Nada que ver, pero esa pregunta me recuerda la canción de Alaska y Dinarama que siempre me acelera el paso con alegría.

Paso a paso, una ciudad puede recorrerse tratando de adivinar, entender o conocer la historia. Es que los pensamientos fluyen sin detenerse. Por Pellegrini está la Plaza López, una de las más hermosas no ya de la ciudad, sino del mundo entero. Al menos, para un corazón rosarino.

En esa manzana y media, los sentidos se hacen una fiesta: hay unas 50 especies diferentes de árboles. Los jacarandás la pintan de celeste, las magnolias con sus flores blancas, el olor a jazmines y los pinos. En la mañana del viernes, feriantes de la Red de Huerteras y Huerteros instalan sus puestos y pueden conseguirse zanahorias, acelgas, panificación, todo elaborado sin agrotóxicos. En la playlist se cuela El cosechero, en la voz de Liliana Herrero. Los auriculares traen belleza y protegen del bullicio de bocinazos y aceleradas. 

Nada es idílico, la ciudad está surcada por desigualdades y violencias. En la fuente del centro, hoy enrejada, se puede leer un cartel que pide "Basta de impunidad". En esa plaza, en el invierno de 2016, mataron a Iván Farías, un hombre en silla de ruedas, y su familia pide justicia. Por la noche, en la plaza viven personas sin casa. Ni siquiera para ellos es un lugar deseable. Walter, que duerme en la calle, una vez me contó que no iba allí porque estaba “lleno de faloperos”. En una ciudad donde algunas vidas valen más que otras, esa pancarta hecha a mano ¿dejará una huella? Iván quedará en una serie de olvidos. Y el clishé no se puede evitar. Suena el gran Fito Páez en mi celular, su ciudad de pobres corazones es inoxidable.

Los pensamientos son más rápidos que mis pies, casi siempre, y me llevan a la entrevista que hice con Eugenia Cozzi, criminóloga de la Universidad Nacional de Rosario, sobre la necesidad de inscribir esos asesinatos de pibes de los sectores populares en una serie de relevancia social. Desvelos de una caminante en una ciudad donde la cuenta de homicidios sube cada día y cada número es provisorio, pero el fin de semana pasado había pasado los 200. Esos asesinatos no son en la plaza López.

Durante el día, el panorama es otro. A pocos metros, una escuela sigue su rutina de la mañana temprano, el mediodía y la noche. Autos en doble fila, sí, pero también niñxs corriendo y jugando. Durante la tarde, la calesita de la plaza da vueltas para lxs chicxs del barrio. Hay quien pasea a sus perritxs, otrxs toman sol, comparten los mates. Un lugar de encuentro, donde la gente del macrocentro rosarino simplemente disfruta. La historia está ahí, en el aire. Me gusta escuchar justo en ese momento a Dafne Usorach con su rapera historiadora.

Si es cierto que todo discurso trae el eco de discursos anteriores, ¿qué quedará en la plaza López de las palabras dichas el 1° de mayo de 1890, en el primer acto por el día del trabajador (así era entonces) que se hizo en la ciudad. Un enorme letrero recuerda a Virginia Bolten como oradora de entonces. Es un mito que hoy está puesto en duda, como lo escribieron les historiadores Agustina Prieto, Laura Fernández Cordero y Pascual Muñoz, en el artículo “Tras los pasos de Virginia Bolten”. Virginia tenía 14 años por entonces, según el acta de nacimiento que Prieto encontró en la capilla Santiago Apóstol de Baradero. Había nacido el 26 de diciembre de 1876. ¿Cuántas de las personas que hoy transitan la plaza López la conocerán?

Virginia Bolten no es solo un mito. Fue una activista anarquista que agitó en la fábrica de Refinería de Azúcar, en lo que entonces era el extremo norte de la ciudad. Llevará más de una hora de caminata por la costa del Paraná llegar desde esa plaza del macrocentro hasta Gorriti y Cándido Carballo, donde la Municipalidad puso una señal, hace poco tiempo, para recordarla.

¿Le gustaría a Virginia Bolten ser homenajeada por el estado? Seguro que no, Virginia era una libertaria de verdad. Ni dios, ni patrón ni marido era su lema, y por eso la apropiación de esa identidad por las huestes de Javier Milei resulta insultante. Libertarixs eran ellxs, lxs obrerxs anarquistas de principios del siglo 20.

En el periódico El Rebelde de agosto de 1899, las iniciales B.V. anuncian la aparición de una edición rosarina de “La voz de la mujer”. Encontrar alguno de sus ejemplares es, por ahora, un sueño. Virginia era –como se decía entonces- una mujer de ideas avanzadas. Vibrante oradora, varios artículos de diario la recuerdan y hasta la calificaron como la “Luisa Michel” rosarina. Fue incansable en su prédica anarquista, en la situación de la mujer, en el combate del reformismo y también del feminismo burgués. Viajó entre Montevideo y la Argentina durante buena parte de su vida. Su primer hijo nació allá, antes de la etapa rosarina. Y a la capital uruguaya se fueron, deportadxs, con su compañero Manuel Manrique, en 1905. Murió en 1969, en el paisito donde vivió gran parte de su vida. 

Voy hacia Refinería contenta de poder seguir sus huellas. Virginia pasó su prédica anarquista por toda la ciudad, pero fue allí donde se hizo fuerte, en la agitación de la huelga y el acto en repudio del asesinato del obrero Cosme Budislavich. Su oratoria, entonces, sorprendió a los cronistas. 

Mientras tanto, presto poca atención a los árboles que protegen del sol todo a lo largo de la costanera, allí donde antes hubo ferrocarriles, tierras inhóspitas, hoy el parque es público, aunque de acceso más o menos facilitado, según las zonas. Una paradoja: por Refinería, unos metros adelante, se levanta Puerto Norte, un gran hotel, edificios lujosos, oficinas con vista al río. La ciudad más excluyente, allá donde no cualquiera es bienvenido, se alza justo allí donde la historia obrera de la ciudad trae a Bolten como emblema. Y sí, Sara Hebe me acompaña en este tramo, para conjurar la vulgaridad de tanto lujo. Allí, en esos edificios, el dinero del narcotráfico se lava, también están los dólares que salen en cargas no declaradas por la Hidrovía. Cuánto batallaría Virginia contra estas lógicas capitalistas tardías.

La caminata pasa por los antiguos silos Davis, donde ahora está el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (MACRO), sigue por la costa donde algunos pescadores se aventuran más allá de las prevenciones. En la esquina de Gorriti y Cándido Carballo, se la recuerda a Virginia, oradora, activista anarquista que llamaba a alzarse contra el capital, su lucha dejó una huella, que hoy la ciudad levanta.

La Refinería de azúcar ya no existe, pero con un poco de imaginación, se pueden escuchar las palabras de una mujer que convoca a levantarse. Así fue en su poema “A los obreros en huelga”, de 1905. “Es preferible caer en la brecha que morir en la esclavitud, en la miseria, en el dolor, en la impotencia. Elige, pues, tu puesto entre los dos caminos, pero no olvides que solo el de la rebelión te dará el triunfo”.