“Hay fiesta rosa en la vieja casona/ Hoy se bautiza de orgullo a un crío/ En el santuario drag queen del barrio/ Celebran al niño que llaman Brillo”. La canción “El cielo de las malas” es la apertura de Traerán ríos de tango las páginas de un libro y evoca una época antigua y a la vez moderna: la letra, melodía y voz de Patricia Malanca suenan como si se tratara de un tango al estilo de la década del ’20. “Como si repiqueteara en la casa de al lado”, al decir de Acho Estol, encargado de los arreglos musicales junto a Alejandro Montaldo. En este caso una casa trans, la de la Tía Encarna, matriarca y defensora de las travestis en la novela Las malas, de Camila Sosa Villada.

La apertura, el clímax, el desarrollo de los personajes, el epílogo. Traerán ríos de tango las páginas de un libro es un disco que Patricia Malanca pensó como libro desde que en su mesita de luz empezó a acumular notas sueltas sobre escritoras argentinas. Especie anfibia entre música y literatura, el álbum se escucha bajo variaciones rítmicas en la estética rioplatense –del vals al canyengue, del candombe a la milonga– con ciertas licencias autorales, como el rap-tango “Salvate amor”, con la voz invitada de Real Valessa, y “La China Iron”, definida como rapsodia gauchesca queer. Allí, con una apuesta a la nueva trova femenina porteña, Malanca compuso once temas adaptando fragmentos de autoras contemporáneas, entre ellas Selva Almada, Mariana Enriquez, Gabriela Cabezón Cámara, Leila Guerriero, Camila Sosa Villada y Claudia Piñeiro. Y las convirtió en canciones: “Me gusta dialogar con la contemporaneidad desde mi estética criolla. Y resisto la endogamia. Quiero pensar en el tango del mañana, no en del ayer”.

Foto: Elizabeth Carretti Villars

La palabra como sustancia y guía de la armonía musical. “La queja con su rumor/ Un soplo convierte en novio/ Balancines de petróleo/ Que sumergen sus cabezas/ En milongas de tristeza/ Que un sueño apaga en la radio”, canta con cierta letanía en “Amar al viento de Santa Cruz”, sobre el libro de no ficción Los suicidas del fin del mundo, de Guerriero. O el estribillo festivo de “Las luminosas”, inspirada en Este es el mar, de Enriquez: “Sale la banda a la escena/ Vistiendo azul gris y negro/ Los reflectores calientan/ Los gritos vuelan los huesos/ De las fuerzas desatadas/ Algo que se mueve empieza/ Un mito nace esta noche/ Al morir la última estrella”.

Las atmósferas de cada libro fueron armando el rompecabezas del ensamble sonoro. “Pensé tonalidades según la temperatura de las tramas”, precisa la cantante. “Para ‘La China Iron’, por ejemplo, nunca imaginé un tango sino una chacarera que me salió del vientre. En ‘Otra chica muerta’ me la imaginé como música de road movie para transmitir esa sensación de agobio de la industria del femicidio. Y después hay truquitos como el de Enriquez, donde uno espera algo oscuro y gótico y ella se escapa con el humor, por lo que lo mejor ahí fue componer una milonga de tonos mayores”.

Paria. La palabra puede ser un lugar común en el lenguaje del tango, pero a Malanca poco le importa. “Es una categoría poco explorada en la música”, dice con sus cincuenta y pico a cuestas para trazar una suerte de autobiografía. No es hija, ni sobrina, ni ahijada, ni esposa, ni amante de músicos. Se define como una “sin familia musical”, una paria que simplemente se reconoce –otro lugar común– en la vocación por el arte. “Cuando era chica detectaron que podía entonar bien una canción, eso fue todo”, suelta, con desfachatez. Y luego: “Largué o me largó la psicología, que era mi profesión de cabecera en mi adultez. Y me lancé a hacer cosas como Gotan Tropic, un programa de televisión que hicimos en la Villa 31 con la música del barrio. Lo territorial siempre me llevó a trabajar con poblaciones postergadas y excluidas”.

Foto: Elizabeth Carretti Villars

Patricia se sigue reflejando como cantante de familia obrera –“otro lugar común”, se ríe–, aquella cuna de Avellaneda de donde –dice– aprendió a ser metódica y persistente, como los antiguos oficios obreros. “Mi papa era carburista cuando los autos aún no eran a inyección. Y mi mamá una buscavidas: vendedora en jugueterías y hasta masajista. Ninguno de los dos terminó el secundario. Pero ambos eran muy lectores. Mi papá de ciencia ficción. Mi mamá de cosas de autoayuda”.

Otro mojón en su condición de paria es haberse corrido del mainstream. Confiesa que estuvo años trabajando como “administrativa del tango”, dedicándose a cantar en las casas del tango for export y siendo parte del decorado cinco estrellas del 2 por 4. Viajó a escenarios exóticos como Singapur, donde se defendió en el escenario con sus saberes dramáticos. De chica estudió teatro en Avellaneda y de grande con Claudio Tolcachir. “En lugares como Singapur necesitás exacerbar lo corporal al mango, nadie sabe quién sos”, rememora.

Hasta que un día se cansó y en 2009 se salió del repertorio clásico. Buscó, como otras artistas que renovaron el tango en la última década, una línea de acción por fuera de lo estrictamente comercial. “Irse de lo seguro para alimentar el deleite”, reconoce ahora. En 2013, de forma autogestiva y poniendo plata de su bolsillo, sacó su primer disco, La Malanca. Luego se desplazó hacia otras fuentes, como la de Silvio Rodríguez, a quien versionó en un disco con orquesta de tango. Y de allí en adelante compuso sus propios temas, se hizo popular con sus espectáculos en Grecia –donde también interpreta el rebético, una música de la región–, y cantó con la folklorista Marian Farías Gómez, con Adriana Varela, con Dolores Solá –hicieron una versión de “Pasajera en Trance”, de Charly García–, con Julieta Laso.

“Y llegué a este disco, que tiene el desafío de una inclusión de las mujeres e identidades no binarias dentro de un género que fue fundado a fines del siglo XIX sobre una matriz patriarcal”, reflexiona, como puntada final. “Tomé libros que abordan el abuso sexual, los femicidios, las identidades trans. Pero me salgo del panfleto, pienso que las hetero también tenemos responsabilidad en la reproducción del patriarcado. Somos responsables en no haber sabido deponer las armas de la competencia entre nosotras que nos proponían los varones, de haber tomado emblemas varoniles para acceder a espacios de poder, en no haber sido más amorosas, en haber reproducido los micromachismos, en haber sido chismosas. Un día hubo un instante de suspenso. Se detuvo esa vorágine de la mujer competitiva y nació la empoderada. Somos responsables de todo lo malo que ocurrió, así como de todo lo bueno que está ocurriendo”.