El breve trayecto entre las PASO del 12 de septiembre y las elecciones generales del último domingo fue lo menos parecido a un paréntesis. A tal punto que el sismo que la derrota de las Primarias provocó al oficialismo, y en lo que algunos creyeron ver una ruptura entre Alberto y Cristina, se corrió en apenas 60 días a la interna feroz que vive por estas horas Juntos por el Cambio a pesar de que volvieron a ganar.

Tan impensada fue la victoria de la coalición de derecha en las Primarias como el virtual empate de este noviembre en la provincia de Buenos Aires.

En el centro se ubican los dos liderazgos más importantes de la década pasada, con comportamientos simétricamente opuestos: mientras que Mauricio Macri, que no consiguió un segundo mandato como presidente, busca desesperadamente recuperar el protagonismo, Cristina Fernandez de Kirchner, que ejerce la vicepresidencia después de ser dos veces presidenta, bajó el perfil de un modo drástico, y le dejó todo el protagonismo a Alberto, con el fugaz paréntesis de una intervención quirúrgica y su aparición de la semana pasada en el cierre de campaña.

Ella ensaya dosificar mucho su altísimo protagonismo empleando el silencio; hasta tal punto que la oposición mediática inventa “La vecina de Cristina” como fuente de información política.

Macri, en cambio, busca el ruido. Pelea por recuperar protagonismo aún con permanentes mentiras y gestos arbitrarios, y fue señalado por muchos como la causa de que Juntos por el Cambio por primera vez no haya mejorado sus porcentajes respecto de las PASO.

El gobierno ha contribuido al protagonismo de Macri –la figura con mayor imagen negativa-, buscando con mucha razón que el votante lo tuviera muy presente este 14 de noviembre. Y sucedió en muchos sectores.

En cambio, la coalición de centro-derecha desesperó tanto por el incómodo protagonismo de Macri como por el bajo perfil que eligió la vicepresidenta que semeja las fintas del torero ante las muchas arremetidas cambiemitas. No pueden evitar el abrazo del oso mientras se les escapa la chivo emisario.

Mauricio Macri se burla abiertamente de la Justicia, se atreve a confesar que tomó deuda impagable para favorecer a los bancos y lanza acusaciones mentirosas contra el gobierno de Alberto Fernandez, asegurando que se endeuda sin control (¿?!!). Hasta habla de inmoralidad del actual gobierno.

¡Macri hablando de inmoralidad!

El contraste con la presidenta, que fue sometida a casi una docena de causas que vienen cayendo como castillo de naipes, incluso sufrió 8 indagatorias del extinto juez Bonadio en un mismo día, ese contraste es toda una señal del poder real, que exhibe orgulloso su impunidad.

Con sus chicanas legales y su desparpajo ante las cámaras, Macri está marcando la diferencia, enviando un mensaje para dejar claro que las reglas aplicables a los ciudadanos no le caben, que ocupa el trono de una suerte de monarquía republicana del dinero donde la división de poderes aplica únicamente más abajo del ex jefe de Estado millonario por herencia, a diferencia de la vicejefa de Estado, cuya fortuna puesta bajo sospecha por la coalición de centro-derecha la expone a permanentes cuestionamientos.

No dicen “Macri chorro” a pesar de las más de 200 causas que tiene pendientes y de sus cuentas offshore y de sus negocios dudosos, pero dicen con absoluta ligereza “Cristina chorra”. Doble vara.

Hay también otras razones del silencio de CFK: su preocupación por sostener la coalición de gobierno y disipar tanta campaña que presenta al presidente Alberto Fernández como una figura débil manipulada por ella.

Y tal vez su elegida distancia con los rumbos que no comparte con Alberto.

Si aquella operación “Alberto títere de Cristina” tuviera alguna base cierta, no se explicaría la indignada carta pública de la vice en los días que siguieron a la derrota de las PASO reclamando por enésima vez cambios en el gabinete (¿no era que es ella quien gobierna?), y recordando, de paso, que en todas las ocasiones en que se reunieron con Alberto tuvo que pedirlo ella.

Mientras que Macri encuentra campo orégano para mostrar que no se somete a las reglas, CFK es empujada permanentemente a los bordes del sistema.

Aunque un enésimo aliado del PRO, Emilio Monzó, le ha puesto fecha de vencimiento a Cristina, y Joaquin Morales Solá sigue machacando que es su final político –lo vienen haciendo desde 2007-, lo cierto es que el poder real, que protege de muchas formas al ex presidente, desearía que Cristina se convierta definitivamente en una figura ilegal, única forma de terminar con su liderazgo.

Lo quieren la coalición de Juntos por el Cambio, las corporaciones mediáticas y judiciales y los grandes patrones que cortejaron el voto de los jóvenes financiando la rebeldía trucha y con olor a naftalina de Milei.

Pero también quisiera dejarla fuera de juego parte del entorno de Alberto –aún en contra de la opinión del presidente-, algunos sectores sindicales, y algunos gobernadores que se tentaron con una ruptura en los complicados días que siguieron al 12 de septiembre.

Estamos señalando que el liderazgo más importante de la Argentina despierta un rechazo común de los factores de poder y también en algunos sectores del amplio y diverso consorcio oficialista.

La brillante jugada de CFK de 2019 rearticulando al peronismo con el espectacular resultado de la vuelta al poder, no aplacó definitivamente las diferencias, sobre todo en un escenario mucho más adverso que el de los años kirchneristas (ahora con pandemia, pobreza vuelta a multiplicar, deuda impagable en un contexto económico internacional mucho más negativo que aquel otro con récords de precios de materia prima que dio lugar a hablar de vientos de cola, poder judicial lanzado con todo al lawfare).

Pero el contraste entre los dos liderazgos es tan grosero que incluso se puede medir en el mundanal hecho de que mientras a Macri los más enconados enemigos le desean la prisión, a Cristina quienes le profesan odio la quieren muerta.

Curioso, porque toda la vida se achacó a los peronistas pensar con las vísceras, y hoy, cuando los votantes peronistas castigan también a gobiernos peronistas, las conductas viscerales e irracionales son monopolio del antiperonismo.

 

El pasado nunca se repite.