Tiene tres obras en cartel y ya está pensando en más. Desde que irrumpió con fuerza en la escena porteña, hace cerca de una década, Mariano Dossena se caracteriza por avanzar, en cada nueva propuesta, en la búsqueda de mayor “profundidad teatral”. El eje de su trabajo está puesto en la palabra, sin dudas, tanto cuando trabaja con “las grandes obras”, como llama a los clásicos, como cuando lo hace con la poesía, disciplina que ha llevado varias veces al campo teatral. Docente, además de director y dramaturgo, advierte que entre los jóvenes estudiantes de teatro se está perdiendo de a poco el hábito de leer clásicos, algo que le genera preocupación.

Escrita a principios del siglo pasado por José González Castillo, Los Invertidos es la obra que el fin de semana subió a escena con dirección y adaptación de Dossena, quien ya la había montado en 2011, con otro equipo de trabajo. Irreverente y “estremecedora por su vigencia”, tal como la define el director, la obra retrata a una familia adinerada que es sacudida por la revelación de la doble vida sexual del padre y marido, quien tiene una relación con su íntimo amigo de la infancia. Protagonizada por un numeroso elenco que encabezan Florencia Naftulewicz, Fernando Sayago y Hernán Muñoa, la obra sucede en gran medida en el “bunker” de este último personaje, en el que los “invertidos” pueden “desplegar su oculto mundo femenino”.

También con el mundo femenino tienen que ver las otras dos piezas que el director hace unos meses tiene en cartel. Se tratan de Carmencita y La noche a cualquier hora, escritas por la dramaturga Patricia Suárez y la poeta Patricia Díaz Bialet, respectivamente. Las obras de “las Patricias”, como las llama en broma el director, son distintas por su origen literario, pero poseen ambas la importancia de la palabra y el lenguaje. Mientras que en la primera (protagonizada por Graciela Clusó y Diana Kamen) se narra la historia de dos hermanas que se vuelven a juntar luego de años sin verse con motivo de la muerte su madre, la segunda muestra la historia protagonizada por un hombre y dos mujeres en las que se entrelazan el amor, la atracción, el sexo, el erotismo, lo femenino y lo masculino. Actúan en esta última los exquisitos Ana María Cores, Florencia Carreras y Gustavo Pardi.

–En este momento tiene tres obras en cartel, pero en general siempre está con mucha actividad teatral. ¿Necesidad, gusto, catarsis?

–Creo que me gusta más la ficción que la vida real, por eso hago mucho teatro. Ante la realidad, que de por sí mucho no me interesa y que es dura, lo mejor es hacer, seguir con la fe en lo que uno hace y abstraerse artísticamente. No aguanto la vida si no es haciendo teatro y no lo había pensado pero sí, es catárquico y es como una droga, como una adicción, sólo que sana y bastante productiva. Es la posibilidad de tener una propia ficción dentro de la realidad. 

–Yendo por partes, Carmencita recuerda a una de sus puestas de hace unos años, La que besó y la que no besó. ¿Qué le atrajo de este texto para ponerla en escena? 

–Hacía tiempo que quería trabajar con Patricia (Suárez), una de las mejores dramaturgas puras que tenemos. Cuando leí la primera hoja de la obra supe que teníamos que hacerla. Es verdad que tiene que ver con aquella obra, porque ambas cuenta la atmósfera de dos hermanas en la provincia y son personajes que tienen algo que ver con las mujeres de Puig. Eso me atrajo, además de la estructura de la obra, su complejidad y el hecho de que esté amparada en la palabra. Por fuera de este trabajo puntual, además, estoy estudiando constelaciones familiares y esta obra tiene que ver con eso, con lo no dicho, con los excluidos de la familia.

–¿Y con La noche a cualquier hora cómo fue el trabajo? Es algo distinto de lo que venía haciendo…

–Es cierto. Si bien no es la primera vez que trabajo con la poesía en el teatro, era la primera vez que me enfrentaba a hacer una dramaturgia directa a partir de poemas. En este caso, Patricia (Díaz Bialet) nos convocó a mí y a Pardi y nos dio libertad absoluta para que hiciéramos con sus textos lo que quisiéramos, siempre con la premisa de que hubiera un hombre y dos mujeres. De entrada supimos que no queríamos algo solemne ni que tuviera la cuestión tan pesada, en el buen sentido, que tiene la poesía. Queríamos que de allí surgiera la teatralidad y encontrarle a la poesía una pequeña estructura dramatúrgica en la que hubiera personajes y situación. Ese fue el desafío. Casi que no lo vivimos como poesía sino como pequeñas obritas sucediéndose, y eso la saca de cierta elite. 

–Por último, frente al estreno de Los Invertidos, obra que ya había hecho hace unos años, ¿cómo cree que reacciona el espectador, que también es ciudadano, frente a una historia que pone en juego la temática de la homosexualidad?

–Lo que creo es que el público tiene ganas de seguir pensando en esto, por eso la volvemos a hacer. Si bien en este último tiempo hubo avances en torno a la homosexualidad, creo que han sido casi en su totalidad jurídicos y legales, mientras que sigue habiendo mucha represión y muchos chicos y chicas siguen padeciendo el bullying por este tema.  Los Invertidos es un obrón que revisa temas claves del hoy como la hipocresía, la doble moral, la intolerancia. Está escrita en 1914 y es sorprendente y estremecedora su vigencia. Revisarla es fundamental.

–Usted es docente en el colegio Nacional Buenos Aires y en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático (EMAD). ¿Cómo ve a los jóvenes estudiantes en relación al teatro y a la importancia de la palabra, que destaca como algo clave en todas las obras que tiene en cartel?

–Es todo un tema. A veces la formación que se está obteniendo ahora es un poco endeble en lo teatral. Creo que hay una crisis ideológica en el sentido de que los chicos salen con muchas ganas de hacer cosas pero no hay muchos referentes. Como si no hubiera más grandes maestros. Los chicos leen poco teatro. Más allá de lo que se produce en las clases, no se conocen tanto los clásicos. Eso era menester de los maestros, (Agustín) Alezzo, (Raúl) Serrano, (Juan Carlos) Gené, (Alejandra) Boero. Cuando yo estudiaba, ellos eran justamente maestros porque nos alumbraban a esos autores. Eso ahora está perdido en el tiempo y me parece que es un poco peligroso. Los docentes más jóvenes no transmiten toda esa escuela, por lo cual los chicos no historizan. También creo que eso es culpa de la ruptura que hay con los teatros oficiales. Yo me formé yendo al San Martín a ver las grandes obras y ya pasaron muchas situaciones en las que el San Martín no hace clásicos. Entonces no hay referencia de ese estilo de teatro, del teatro épico, el clásico. Hay jóvenes que no saben lo que es la sala Martín Coronado, ni la Casacuberta. Hay espíritu y ganas de hacer pero hay una fractura en esa formación.  

* Carmencita se ve los domingos a las 21 en el Teatro Nün, Juan Ramírez de Velasco 419
* La noche a cualquier hora va los domingos a las 19 en el Centro Cultural de la Cooperación, Av. Corrientes 1543
* Los Invertidos se puede ver los sábados a las 23 en el Galpón de Guevara, Guevara 326.