“Siento que mis libros no se entienden si están fuera de un contexto argentino.  La muerte juega a los dados debe ser leído a dos orillas”, dice la escritora Clara Obligado mientras explica qué  la llevó a  investigar sobre la relación difícil con su madre y “entender la fragilidad de ciertas mujeres sin juzgar tanto o  contar historias  marginadas, como la de la hermana de mi bisabuelo Rafael Obligado, María Obligado, que era pintora”.
Desde el comienzo el relato alterna los tiempos. Nos sitúa en la década del ‘30 en una noche de ópera de la pareja  de Héctor y Leonora Lajárrega, para luego pasar a la mañana de ese día como introducción a la historia familiar de clase media y sus grises, y finalmente el asesinato de Héctor,  mientras Mme. Tanis cuida de la pequeña Alma. Se irán introduciendo otras historias y también microficciones que con un poco de humor abordan la violencia, “Paranoias”. Como acostumbra, los personajes serán  protagonistas de relatos posteriores, lo que exige no perder los hilos de un entramado más profundo. La guerra mundial y las vidas que se cobró da lugar a la historia de Estanislada, secuestrada y confinada a la prostitución. O en “Las eléctricas”, los efectos de la tortura en la última dictadura militar argentina retrotraerán a la protagonista a cuando Mme. Tanis cuidaba de ella: “El juego se lo enseñó su madre, y consiste en salir de su cuerpo. Primero tiene que localizar una sensación, luego la atrapa, y es entonces que viaja hasta un recuerdo (...)”. Pero es hacia el final que emerge la invocación a la hermana muerta y la madre cuya mente permanece más en el pasado,  por lo que Clara explica: “Quizá uno inventa ficciones para darle sentido a los naufragios” además de interrogantes en torno a “la verdad”. Podría considerarse un libro de cuentos o una novela según se la lea de principio a fin o alternando historias, aunque está más cercana de lo segundo. Si bien no se puede dejar de lado el género policial que enmarca el relato principal también hay pasajes al estilo del folletín –como la muerte de Sonia– y reminiscencias a la literatura erótica plagada de picardías. Obligado se confiesa gran lectora de las Brönté o en lecturas más recientes de Alice Munro, aunque también influenciada por las series televisivas y su ritmo narratológico. Su novela exuda violencia, la escondida entre cajones y  paredes y que sobre todo “sucede siempre en el cuerpo de las mujeres. También me ha servido el cine como el de Lucrecia Martel”. En su libro es inevitable encontrar temáticas que no desaparecen en su narrativa e interrogantes: “Indago sobre por qué somos tan violentos y sobre el perdón. Supone escribir sobre lo que se excluye y de ahí deviene la violencia de género. Trabajo como si fueran hipervínculos, lo cual me da libertad”.
Dice que a sus 66 años quiere a España tanto como a la Argentina. “Pero aunque tengo amigas  y amigos de allá están el peso de la RAE, las antologías de narradores españoles y las formas de lecturas nacionales que excluyen al extranjero. Aquí también habría que preguntarse qué se hace con los países limítrofes o ¿cómo se lee la Literatura?”, interpela Clara, como se ha animado a hacerlo en una cátedra de Literatura Española en la FFyL de la UBA. Luego de 15 libros publicados, siendo La hija de Marx (Galerna) y El libro de los viajes equivocados (Páginas de espuma) dos de los divulgados en la Argentina, considera la literatura como venganza. “Una forma de la memoria y de la justicia poéticas.” Y cuestiona: “Sigo yendo a presentaciones donde no se nombra a  ninguna mujer. En España se habla de micromachismos y las mujeres no estamos exentas. Hoy hay grandes cambios, ya no se puede decir o hacer cualquier barbaridad”. 
Obligado se jacta de haber hecho siempre lo que quiso. Madre de dos hijas, se acaba de casar con su pareja luego de más de 30 años de convivencia, acompañar en la editorial El pez volador a su hija Camila y apoyar la publicación del libro de microrrelatos Pelos (Páginas de espuma) –que se espera llegue a la Argentina pronto–, propuesta de las escritoras Eva Díaz Riobello, Isabel González, Teresa Serván e Isabel Wagemann, e irreverentes ilustraciones de Virginia Pedrero. Es que quiere darle lugar a las nuevas  generaciones y se nota: “En España la juventud es parte del 50 por ciento de los desocupados. Hay un millón de migrantes... Soy una fiel indignada. Como educadora deseo que otros sigan y no para comerme el fruto de mi propia elaboración”. En cuanto a su devenir mujer en esta nueva etapa, sintetiza: “A partir de cierta edad me he hecho más dueña de mí misma. Además, me interesa el mundo masculino y sus interrogantes. La división por sexo y género fue algo derribado en los 60. Hoy hay familias monoparentales, como el caso de mi amiga y su pequeña esquimal, quien llevó los anillos en mi boda. Intento llevar algo de estos universos a mis historias. El resto es construcción de las y los lectores”.