Esta historia es absolutamente cierta. La contó Alberto en la mesa del bar y lo que se dice ahí son verdades indiscutibles. Ocurrió en su barrio, donde había un tipo que practicaba no sé qué tipo de arte marcial, me pareció escuchar que se trataba de tai chi chuan, tae chi chick, o algo así. Para el caso es lo mismo. No registré con exactitud el nombre, pero de lo que sí estoy seguro es que se trataba de esas que tienen que ver con el yoga y todas esas cosas raras. Este hombre era uno de esos tipos que se arrimaba y haciéndote un masaje en la espalda decía: “Por cómo está tu cuello de tenso andás con stress hepático” o “vos tenés que alinear el corazón con la mente”, o “uno es lo que come”. Se la pasaba todo el día leyendo libros de un maestro que no sé dónde cuerno vivía, si Asia, China o por ahí bien lejos. Se sabía, una por una, todas las frases del maestro y la verdad es que no eran feas. Sonaban lindo esas frases, hablaban del equilibrio, el alma y cosas por el estilo. 

Un día Alberto lo invitó al club a comer un asado. Era flaco como una tabla, caminaba ligero como si estuviera pisando algodones y siempre bien derechito. Se trajo una bandeja con zanahorias, algo de brócoli, tomaba agua mineral y nos miraba con desprecio, como si fuéramos caníbales, cuando le entrábamos duro a los chorizos y al costillar. Por ahí desaparecía de la mesa y se iba a un rincón, que dicho sea de paso siempre era el que miraba al norte. Primero leía algo de un libro del maestro, después se sentaba con las piernas cruzadas, la espalda recta y la cabeza gacha apoyada en las manos como si estuviera rezando. En esa posición se quedaba inmóvil cerca de media hora, tan quieto que las primeras veces que lo hizo hubo compañeros se arrimaron a zamarrearlo pensando que se había muerto.

La cosa es que un día el tipo este le dijo a la mujer que se iba a ausentar por un tiempo, que algo interior le indicaba, como una percepción no trasmisible de que los planetas se habían alineado y era ese el momento preciso en que debía viajar a conocer personalmente a su maestro. A los pocos días partió a verlo al maestro a China, o donde sea. Allá parece no es como acá, que tocás timbre en una casa y así seas Testigo de Jehová te abren la puerta, aunque sea para decirte que te las tomes. El primer día golpeó varias veces y ni le contestaban, así que durmió afuera, tirado enfrente de la puerta, como los perros cuando se acurrucan en los umbrales. Aparte no le quedaba otra, no se iba a volver, te imaginás estaba en el culo del mundo y con el laburo que le había costado llegar. Al segundo o tercer día se había cansado de golpear la puerta, estaba cagado de hambre y de sed y del sabio ni noticia. Había visto unos barcitos por ahí cerca, pero no quería moverse de ahí, no sea cosa de que el tipo de casualidad salga y se pierda de verlo. Cuando se quiso acordar estaba re loco de cansancio, ya no había yoga, ni nada que lo calmara, así que empezó a golpear la puerta a patadas, con toda la rabia del mundo, hasta que en una de esas salió el maestro.

Era más viejo y chiquito de lo que aparecía en las fotos de la contratapa de sus libros, y tenía una cara de orto terrible. Él se arrodilló y le besó los pies, lo reverenciaba con las manos juntas, como cuando uno, en la iglesia, se para enfrente de los santos para rezarles. Le contó, creo que manyaba algo de inglés o es probable por señas, indicándole con el brazo, que venía de muy lejos, más allá del mar y que quería una muestra de él, alguna enseñanza suprema. 

El viejo, vendría a ser el sabio este, se dio media vuelta, le cerró la puerta en la cara y se metió para adentro. Al día siguiente pasó lo mismo, Éste tipo ahí se dio cuenta de que el maestro tenía una hora fija en la que salía. Al tercer día le volvió a patear la puerta, a la misma hora y el sabio salió con más cara de culo que el día anterior. Le volvió a explicar lo mismo, que necesitaba algún aprendizaje que superara lo de los libros, alguna enseñanza solo transmisible por el contacto a través de la piel. El viejo, esta vez, se metió adentro pero dejó la puerta abierta, él tuvo ganas de seguirlo para ver cómo era la casa por dentro, la orientación de los muebles y todo eso, pero el sabio lo paró en seco haciéndole señas de que lo esperara afuera. Al rato salió con una túnica blanca y le indicó que lo siguiera. Caminaron como dos horas hasta que llegaron a una playa. Este tipo, el amigo de Alberto,contó que en ese momento sentía toda la energía del planeta entrando a su cuerpo, recorrerlo desde la cabeza a los pies. Porque la energía, según él siempre decía, y estaba en los libros del sabio es de arriba hacia abajo ya que tiene que ver con el sol y los pies son la conexión con la tierra. La cuestión es que una vez que llegaron a la playa el maestro con gestos le dijo que se ponga en posición de pelear, este le hizo caso y el maestro primero dijo dos o tres palabras in entendibles y después le entró a dar una marimba que no tiene nombre. Cuando estaba medio muerto, con alguna seña o un gesto el maestro le hizo saber que eso era todo lo que tenía para enseñarle. Parece que la sabiduría era aguantarse la paliza del maestro y chau. El sabio dijo otra vez las palabras raras, dio media vuelta y lo dejó tirado en la arena, con varios huesos rotos.

Cuando volvió anduvo un tiempo enyesado. Cuando se repuso nunca más volvió a ser el mismo. No rompe más las bolas con que hay que comer liviano de noche, que si te duele la garganta es porque tenés problemas de guita y si te duele el hígado andás mal con tu mujer, ni nada por el estilo. Va a comer el asado de los viernes con los amigos del club, morfa tripa gorda, molleja, chinchulines, se agarra unos pedos para veinte y cuando alguien se arrima a decirle alguna boludes del yin, el yan, el reiki, la metafísica, las constelaciones, la medicina orto molecular, las decodificaciones y todas esas tonterías lo manda bien a la concha de su madre.

[email protected]