El personal del centro de salud Marcelino Champagnat, en el barrio San Francisquito, volvió a hacer visible las difíciles, y hasta peligrosas, circunstancias en las que tienen que trabajar a diario. Es el efector municipal que hace unos años cerró por la misma razón que hoy aqueja a sus trabajadores: la violencia y el vandalismo.

Los y las trabajadoras del centro situado en Castellanos 3935 divulgaron ayer por redes sociales un comunicado en el que detallan un balance de los mil y un percances que afrontaron durante el año. "Sufrimos cuatro hechos de violencia verbal hacia compañeros en menos de un mes. Hubo amenazas en forma directa y puntual a los trabajadores", reseñaron.

Las hostilidades hacia el personal sanitario, según la denuncia, se extendieron a circunstancias ajenas a su dominio, como lo es la falta de algún medicamento. "Hemos sufrido insultos por parte de los pacientes, debido a la falta de insumos", aseguraron. Asimismo, algunos también advirtieron sabotajes y averías contra sus vehículos particulares, estacionados en la cuadra del efector, entre Presidente Quintana y Dr Riva. "Han roto dos veces la cerradura de un auto para robar, y también rayaron de punta a punta los vehículos de dos compañeros", señalaron. 

Como parte de esa serie de disgustos, el colectivo de trabajadores denunció el robo de equipos de aire acondicionado en tres ocasiones, en semanas consecutivas, y también la sustracción de cables de energía eléctrica que complicaron la atención habitual en el efector de Salud.

En la lista de los delitos sufridos sobre ese edificio municipal del sudoeste, destaca el robo de un artefacto conectado al medidor de gas, lo que causó una fuga de alto riesgo para el personal como para pacientes, vecinos y cualquier transeúnte que en esas horas pasara por la vereda. Según consignaron, la pérdida de gas continuó toda una noche y fue reparada al día siguiente. A partir de ese inconveniente, el personal indicó: "Debido a eso tuvimos que atender sin calefacción durante la mayor parte del invierno, y la planta alta del centro de salud quedó sin conexión de manera definitiva".

La zona en la que atiende el Champagnat es un barrio consolidado en lo urbanístico, pero la infraestructura de servicios es precaria. En esta ocasión, los trabajadores marcaron su malestar por los crónicos cortes de energía eléctrica que afectan su labor. En base a la explicación de la Empresa Provincial de la Energía, el origen de ese trastorno son "las conexiones clandestinas (a la red eléctrica), que van en detrimento de nuestra calidad de atención", señalaron en el comunicado. 

La violencia urbana acecha a menudo. El centro de salud está a cinco cuadras de la escuela Santa Isabel de Hungría, que fue blanco de disparos a modo de amenaza anónima el domingo 14 de noviembre, horas antes de que allí empezara el comicio legislativo. 

El pronunciamiento de estos trabajadores de la salud pública también aborda la cuestión presupuestaria, o mejor dicho su recorte. Aseguran que el servicio de custodia y seguridad privada disminuyó "por problemas presupuestarios desde antes del inicio de la pandemia". En este sentido, explicaron que "se priorizó la cobertura nocturna para el resguardo de los contenedores, no así la seguridad de los trabajadores".

"A pesar de todas estas situaciones –planteó el colectivo–, el centro de salud nunca dejó de dar respuesta, ni cerró sus puertas a ningún paciente; atendiendo a pesar de la falta de luz, de insumos, de seguridad, todas estas condiciones básicas que requiere cualquier trabajador para desempeñar su trabajo".

El comunicado concluye con una apelación a "la población y a las autoridades para poder abordar estas problemáticas y seguir brindando una atención de calidad en salud".

El Marcelino Champagnat había cerrado durante algunos días en enero de 2015, ya por situaciones parecidas a la que hoy vuelven a publicar. Aquella vez, el detonante había sido un fuerte golpe que un enfermero sufrió a manos de una paciente, y la zozobra que los llevó a cerrar de repente el edificio cuando un grupo armado intentó ingresar para asesinar a un joven que un rato antes había llegado con una herida de cuchillo.