“Quiero que me recuerden como el asador oficial del tango”, suelta Juan Pablo Navarro, vaso en mano, en una reunión de mesa larga en el edificio de su casa con amigos músicos. “Así será”, le responde quien filma en el celular, en un video que luego Navarro subirá a las redes. Luego corren la mesa y Navarro agarra el contrabajo, tan enorme como él, y se pone a improvisar con un amigo que toca el bandoneón. Suena un tango lento, de sobremesa. “Me sale naturalmente ser anfitrión. La música sale sola después de esos encuentros, con asado y vino es mejor”, reconoce días después del posteo Navarro, una de las figuras del tango instrumental de los últimos tiempos.

Además de descontracturarse en la parrilla con sus músicos, Navarro logra un sonido propio alternando el ensamble estándar del tango con su septeto, integrado por bandoneón –Nicolás Erlich–, violín –Bruno Cavallaro–, clarinete bajo –Sebastián Tozzola–, guitarra –Esteban Falabella–, piano –Emiliano Greco–, batería –Sergio Verdinelli– y el propio Navarro en contrabajo y, a veces, en bajo eléctrico. En su música, donde lo camarístico suele imponerse sobre la lógica del 2 por 4, parecen coexistir motivos melódicos cortos que brillan en breves solos en lugar de temas completamente desarrollados, sustituyendo la coherencia narrativa del género por la variación tímbrica y el movimiento permanente. Así lo refleja en Contratangos (2011), Tangos de la posverdad (2018) e incluso en Los dopados (2019), el disco que por encargo de Adrián Iaies hizo en homenaje a Juan Carlos Cobián, con versiones sui generis de clásicos como “Los mareados” o “Nostalgias”, y donde cantaron Fito Páez y Noelia Moncada como invitados. Discos que arrollan por sus climas de tensión urbana, por una dinámica familiarmente rioplatense que en vivo se despega del suelo como si sonara como una banda preparada tanto para evocar melancolía como para el sacudón más violento.

“El septeto es como un laboratorio donde tengo cuerdas, percusión y la posibilidad de combinar ataques con vientos, el piano y lo eléctrico de la guitarra. Por debajo hay una sonoridad de jazz, pero está basado en el tradicional quinteto de tango más percusión y clarinete bajo. Me gusta que haya colores de músicas muy diferentes, porque la música no tiene fronteras sino lenguajes diferentes que pueden coexistir. El tangómetro en este país no lo tiene nadie”, enfatiza Navarro en una mesa del Espacio Borges 1975, en Palermo, bar donde suele presentarse con su grupo. “Haber vuelto a tocar con el público fue como recuperar oxígeno, en el encuentro cara a cara se cocina todo”.

Su historia con la música comenzó cuando su abuela le regaló una guitarra, a sus seis años. Nacido en Avellaneda, vivió un tiempo en Rosario y después en Mar del Plata. Estudió guitarra clásica y su debut fue como cantante en una peña folklórica hasta que un día pasó por un bar y escuchó a alguien que tocaba el bajo eléctrico. En el secundario se juntó con una banda de amigos con la que hacían covers de Sumo, y al terminar se anotó en el conservatorio de Mar del Plata. Eligió el contrabajo.

Los discos de Jaco Pastorius lo obsesionaron un buen tiempo pero luego llegaron Sting, Yes, y Charly, Fito y Spinetta: “la santísima trinidad del rock nacional”, define. Y de forma paralela Charles Mingus –“amé su transgresión, el no conformarse con el entorno”, resume–, Igor Stravinski, Paco de Lucía, Bach, Ligeti, Evans, Hancock. Y Piazzolla, claro está: vio un concierto en Holanda de adolescente y supo que quería hacer esa música. “El mejor compositor de todos los tiempos. Lejos”, suelta, sin preámbulos.

Juan Pablo Navarro colaboró como sesionista de “miles de bandas”, dando sus pasos más singulares con Diego Schissi –otro mentor fundamental de la irreverencia tanguera–, Néstor Marconi, Niní Flores, Leopoldo Federico y como contrabajista del Chango Spasiuk. “Toqué todo tipo de música, de Rubén Blades a Tom Jobim y decenas de big bands, pasando de lo académico a lo popular. Cuando voy al papel, todo eso está ahí, mezclado: he dedicado canciones a Guillermo Klein, a Debussy. Pero mi voz, mi identidad, no es sólo el tango. Es la música contemporánea de la ciudad de Buenos Aires, la que tiene un acento de acá, como la palabra”.

Piazzolla como referencia fundamental en eso de construir texturas orquestales con gran variedad de movimientos, en eso de sonar como banda de tango instrumental y a la vez, por momentos, como banda de jazz, de música contemporánea, clásica o hasta de rock. Pero es, también, una influencia delicada: todo tango post-piazzoleano cae en la tentación de quedar pegado a su sombra. Navarro lo sabe. “Y antes que Astor hubo otros revolucionarios, como el sexteto de Julio De Caro o el mismo Cobián, con sus bellas melodías y su construcción armónica tan innovadora para su época, que tomaba cosas de Cole Porter o de Gershwin. No tienen marketing y son tan grandes como Astor”.

FOTO DE PABLO MEHANNA

Ahora, además de seguir presentando su último disco, que había quedado frenado por la pandemia, está por presentar el Concierto avalancha para Septeto tanguero y Orquesta junto a la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto. Navarro es parte estable de la Orquesta de Tango de la ciudad y da clases en el Manuel De Falla. En su formación resalta haber estudiado con Armando Blumetti, el primer pianista de Piazzolla. A sus veintipico había ganado una beca en Estados Unidos para estudiar música clásica. En sus tiempos de descanso, se juntaba con otros músicos a tocar jazz y llegó a tocar con una orquesta en el Carnegie Hall. Algo, sin embargo, le hizo volver. “Cuando uno está afuera siente una dimensión mayor de nuestra música, un cosquilleo interior. Me pasó con Piazzolla, que me llevó a permanecer en el tango no sólo como instrumentista sino como compositor. Y cuando regresé, me di el gusto de tocar con maestros como Horacio Salgán y Horacio Malvicino”.

Inconformista, lejano a tendencias como el tango electrónico -–“no lo considero tango, porque el tango es variación del tempo y ahí suena todo rígido”–, prefiere hablar de espontaneidad y no de improvisación –“no sirve ser virtuoso si la música no pasa por el cuerpo y conmueve desde adentro”–, y se preocupa porque no existe un circuito por fuera de la milonga para los conciertos de música original. “Más si uno quiere salir de Buenos Aires a otras provincias del país. Ya no hay programadores culturales con formación amplia. Y el tango evoluciona a muchos niveles, todos los días, y eso no se ve reflejado en su difusión y divulgación”.