El chancho me mira de reojo con su ojito que parece salirse de órbita. Debe estar asustado. Y no es para menos. ¿Lo dejarán entrar a Chile la próxima vez que visite a mis hermanas? ¿O me lo incautará la aduana por su cara sospechosa, por su sexualidad indefinida, por su patita chuequita y por su colita impertinente? El chancho me interroga con su pupila que parece dilatada de tan negra que está, a la vez que con su otro ojito contempla el horizonte. Tiene la mirada estrábica. No es el estrabismo que proponía Echeverría con un ojo en la Reina del Plata y el otro en Europa. El chancho se debate entre la realidad chilena y la argentina, no sabe cuál lo angustia más. Estaba ilusionado hace unos meses, tan ilusionado que cantaba junto a las cumbres de Los Andes, junto al Desierto de Atacama. Junto a los grandes ríos, el chancho cantaba y cantaba. Junto a los canales y aguas del sur, junto al Pacífico, los nevados, los glaciares, el chancho cantaba y cantaba. El chancho creía en el pueblo, en la multitud que marchaba renacida bajo el viento. Porque pensaba que construiríamos el gran sueño, por eso cantaba el chancho, porque pensaba que era posible vencer con la fuerza de la realidad, con las palabras de Zurita. Una realidad posible, palpable, vivible. Una realidad que habría sido hermosa, por qué no.

Y ahora me devuelve una mirada dividida, perdida en dos espacios, en dos tiempos, en dos preguntas. Mi chancho de peluche me arroja el peso de una incertidumbre que periodistas de pacotilla se empeñan en omitir. Mi chancho es más real que esas marionetas, más lúcido, más sincero. Su mirada se hace eco en mi mirada, su silencio es mi voz que me interroga. ¿En qué momento se jodió Chile? La pregunta viene de arriba, del Perú, pero Varguitas no es más que un perro rabioso y acaso nos quedan sus libros como la prueba de que no siempre ha sido un pobre viejo decadente. ¿En qué momento se jodió Chile?, me taladra el chancho. ¿Cuándo bombardearon La Moneda? ¿Con la Constitución del ochenta? El chancho mira con su ojito dilatado el rostro aguileño de Kast, le da pavor esa expresión de ave de rapiña, cree que en cualquier momento lo va a despanzurrar en nombre de la libertad. Y acaso no esté tan errado. Porque José Antonio Kast, en nombre de la libertad, defiende abiertamente a Pinochet, ataca a inmigrantes, feministas y a la comunidad LGBTIQ+. Y propone salirse del consejo de DDHH de la ONU y eliminar el Instituto Nacional de Derechos Humanos. El chancho me pregunta ingenuamente cómo está en contra de los inmigrantes si su padre era inmigrante. Chanchito, chanchito, su padre era un oficial de la Wehrmacht, usaba un uniforme impecable adornado con la cruz gamada. Esos inmigrantes siempre son bienvenidos en el país que quiere construir Kast. No es tan diferente del país que propone Milei. Uno más histriónico, otro más recatado, pero el proyecto no cambia mucho. Imaginen a Milei yendo a ballottage, una imagen entre bizarra y satírica. Pero cruzando la cordillera lo bizarro es una faceta más de lo real. Todo puede suceder en Chile. Hace poquito elegíamos una nueva constitución surgida del estallido social y ahora un candidato de ultraderecha gana la primera vuelta. Lo cierto es que lo aparentemente racional no está funcionando. A esto se le suman los estragos de la pandemia y los partidos de izquierda que andan por ahí, desperdigados, para variar. Un sistema de representación que no está funcionando, pero hoy el llamado es unir las fuerzas con Boric.

El origen

Poco después de las elecciones en Argentina, me toca organizar una charla con Mario Wainfeld. Él siempre está dispuesto a dialogar, a repensar la realidad latinoamericana. Nos ponemos a conversar sobre la elección de Chile. Me niego a decir que todo está perdido, sin embargo, tengo la sensación de que el panorama ha cambiado, los ánimos son otros. He escrito en otra oportunidad una columna de opinión acerca del plebiscito de la nueva constitución. Pero esta vez no me resulta fácil poner en palabras lo que pienso y siento. Mario me interpela, me dice que es difícil escribir algo que no nos gusta, pero es un desafío mayor y mucho más interesante. Me incita a hacerlo y casi me convence, sin haber empezado la primera palabra. Lo cierto es que me cuesta. Llevo días pegada al celular y a las redes sociales para poder digerir lo acontecido, porque desde el extranjero siempre es más arduo. Trato de escudriñar en todo lo posible, pero nunca alcanza, porque no estoy ahí. La lejanía se siente, ser inmigrante y ver todo desde un país distinto. La pregunta que vuelve de acá para allá sigue siendo la misma: ¿Qué pasó en Chile? ¿Qué motivó a los chilenos a votar por una figura que va en contra del estallido y la nueva constitución? Y no tengo una respuesta muy clara, o al menos convincente, o que se entienda. Y ahí se hacen evidentes nuestras diferencias con Argentina: procesos de legitimación, reivindicación de derechos sociales y económicos, una redefinición del Estado que pesa bastante a la hora de construir movimientos sociales como los que implican los generados por la ciudadanía.

En Chile, el proceso en la configuración del Estado ha estado consolidado por un sistema privatizador y el quiebre del rol público, generando diferentes subjetividades con respecto a la política. En la educación, los sujetos se han convertido en clientes y en la posición de deudores constantes. Estas divergencias que se establecen, operan en el campo de lo simbólico, donde los individuos son portadores de esa legitimidad. Si se legitima en estos términos, o sin estos procesos de legitimación, es difícil que nos acerquemos a la idea de que la ciudadanía sea portadora de derechos sociales, como sujetos de acción, como artífices de un cambio. Su falta también anula estas maneras de sentir que puede tener una representación. Asimismo, con esto surge una autocensura en la gente con respecto a la política. Algunos de los discursos que circulaban en las manifestaciones del estallido social estaban enfocados en decir que nadie se abanderaba por la derecha ni por la izquierda, cuando sabemos muy bien que eran demandas sociales de la izquierda. Esto se alimentó también por el repudio y el malestar de los gobiernos democráticos que sucedieron a Pinochet. Una suerte de refrito de aquel ¡Que se vayan todos! que resonaba en las calles de diciembre de 2001, un grito de escepticismo que atraviesa la cordillera y sigue cabalgando después de veinte años. Un grito en apariencia potente, pero que no da paso a que surja una figura representativa que se haga cargo de las demandas de un pueblo urgido por un cambio profundo. ¿Acaso tenemos en claro cuál podría ser ese proyecto de cambio? Este es el triunfo de Pinochet. Su perpetuidad es el vaciamiento de una educación cívica que se inició con el golpe a Salvador Allende y que todavía continúa. No hubo en estos últimos treinta años un proyecto político que se hiciera cargo verdaderamente de las demandas y de las necesidades de la gente. Solamente un formidable aparato de marketing para vender el milagro chileno de las fronteras para afuera, cuando puertas adentro bien sabemos lo lejos que estamos de ser la Suiza de Latinoamérica. El estallido de 2019 puso en evidencia lo que muchos no querían ver. Y ahora quieren dar un paso atrás y decir que acá no ha pasado nada, que no hagamos política con nuestra tragedia, cuando en realidad el problema ha sido la ausencia de una verdadera política de Estado, ese furor por confundir gestión con política ha producido la inexistencia de sujetos políticos. Uno lo ve en lo cercano, en la familia, en los amigos.

La institución sagrada

        En estos días estuve conversando con mi amiga Heddy, poeta del sur de Chile. Ella escribió poesía durante la dictadura de Pinochet. Lo hizo en la clandestinidad, en talleres, en las cárceles y en los centros de tortura, secuestro y exterminio. Heddy intenta transmitirme la esperanza de que conseguirán los votos de los tontos que no se han movido de sus casas en las elecciones pasadas. Y me reafirma: “aún no saben lo que es vivir en dictadura y no es broma, Kast no es broma, aunque se vista de seda”. Para captar votos frente al ballottage, el candidato de ultraderecha modificó los puntos más criticados de sus propuestas. El primer programa apuntaba a la derogación de la Ley de Aborto en tres causales. En este nuevo escrito, elimina este punto, pero sostiene que defenderán la vida "desde la concepción y hasta la muerte natural”. Pero ya sabemos de los eufemismos que intenta instalar la derecha y el catolicismo para “defender la vida”, que apunta siempre a lo mismo: reducir la imagen de la mujer a una "procreadora”, impidiendo su capacidad de decidir. En este caso, las ideas del portavoz del Opus Dei, José Antonio Kast, actuarán como catalizador político, para quebrantar el Estado de Derecho instalando sus intereses de poder, respaldado por un Congreso que comulga con sus ideologías. Por otro lado, expone abiertamente que fue un error proponer la eliminación del Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género y da marcha atrás al Ministerio de la Familia que propuso inicialmente en su reemplazo. Al retractarse, afirmó que su intención era terminar con cualquier tipo de discriminación, sobre todo hacia a las mujeres casadas, dado que en el “acceso a beneficios sociales” eran discriminadas porque suponían un respaldo económico de sus parejas y propone ejercer “sin discriminación por condición conyugal”. ¿Acaso la reivindicación histórica de derechos es solo para algunas mujeres? Lo cierto es que estas políticas dan paso a que los demás tipos de familia queden anulados, y a la vez, se diluyen los derechos de las mujeres. Ni qué hablar de la persecución a las disidencias.

El castigo por saber

Hablo con otra amiga por teléfono, Gaby. Ambas damos clases en la universidad. Ella en Chile y yo acá, en Argentina. Gaby realiza investigaciones con enfoque de género. Teme que sus trabajos en el gobierno de Kast sean censurados y que ingrese en esa famosa lista que menciona si gana en su programa de gobierno, al plantear una “coordinación internacional anti-radicales de izquierda”. Literalmente, persecución política. Comentamos lo que sucede con la educación y nos deja atónitas la advertencia de su programa de gobierno: “caso especial merece la situación de la FLACSO”. En el twitter #209, Kast dice: “No más FLACSO en Chile. Bajo la apariencia de un organismo educacional, durante décadas la FLACSO ha sido un reducto de activismo político y refugio laboral de políticos de izquierda. El 11 de marzo de 2022 serán notificados del cese de sus operaciones en Chile.” Esta última frase me hace recordar el remate castrense archívese, publíquese y comuníquese con las teclas de la máquina de escribir ametrallando de fondo.

Quiero ver las versiones digitales de algunos diarios. Me detengo en un titular: Elecciones en Chile. José Antonio Kast. El conservador que se presenta como “el candidato del sentido común”. En fin... ¿Qué podemos esperar del gran diario argentino?

El deseo vence el miedo

Me llama Paulina, una compañera de cuando estudiaba en la universidad. Me dice que tiene miedo. La inunda la sensación de que se aproxima una dictadura, la misma que tuvimos hace unos años y en un peor escenario. Que un candidato de ultraderecha gane por una estrecha votación en Chile no suena tan inverosímil. Ese miedo siempre se siente, como el de mi abuela, que lo expresaba en su intento de taparme la boca para que no repitiera un cantito subversivo. Una niña de cinco años, que sin saber mucho, defendía la salida de la dictadura de Pinochet. Todavía hay gente que lo encuentra paternal, que lo llama “Tata Pinochet”. La película de terror no termina porque siempre vuelven los que invocan a Pinocho para que los proteja del mal antichileno, anticomunista. ¿Les suena familiar el argumento? Ahora tenemos una nueva versión que luce con orgullo su ascendencia nazi y su pensamiento totalitario. No pide maquillaje, solamente que lo voten. Lo miro sonreír y se me revuelve el estómago. Abrazo fuerte a mi chancho, como si aún fuera la niñita de cinco años que canta y suplica que se vaya el dictador. Un ojito del chancho me devuelve la mirada y el otro queda suspendido en un cielo gris, acaso en otro tiempo. Siento su angustia, su profunda desazón. Le digo que pronto va a pasar, que esto es un mal sueño, que ojalá dure poco, días, horas, segundos. Que en algún momento despertaremos, aunque no sé si creer en mi propia esperanza, en un camino que todavía falta transitar, ya que recién estamos dando los primeros pasos después de tanto tiempo, de tanto silencio, de tanto dolor, de tantas injusticias. Espero que no demos terminada la partida antes de que comience. No pueden triunfar en todos los frentes, sobre todo acá, del pecho para adentro. No van a convencernos de que no tiene sentido luchar para cambiar nuestras vidas, nuestras realidades, nuestros destinos, nuestros amaneceres. Aunque se imponga una verdad mediática, aunque parezca que retrocedemos cuando queremos avanzar. No vamos a renunciar al deseo de vivir en una sociedad más justa, libre e igualitaria. No vamos a renunciar al deseo de vivir. No vamos a renunciar al deseo. No vamos a renunciar. Aunque intenten anularnos en nombre de su libertad. Aunque el miedo sea su moneda corriente y se alimenten del desprecio. Aun así seguiremos creyendo y trabajando para gestar otro país, más inclusivo, más rico, más plural y no por ello menos viable.