No existen las casualidades. Eso dice Juan Sasturain este 18 de diciembre en la entrada de la Biblioteca Nacional. Es que justo ahora, que en la Sala Cortázar comienza la despedida a José Pablo Feinmann, en la explanada culmina la presentación de dos libros póstumos de Horacio González. Resuena con fuerza ese mensaje que José Pablo dedicó a su amigo seis meses atrás: "Insisto: te quise mucho,  Horacio. Esperame. No me voy a demorar".

"Está bien que sea así, que la gente que estaba allí venga para aquí y que de aquí vaya para allá. La Biblioteca fue un lugar de encuentro en el cual, entre otros, José Pablo se convocó. No es casual. La ideología no es casual, la historia no es casual. La política no está hecha de casualidades sino de causalidades", reflexiona el director de la institución, después de dar dos entrevistas para la TV Pública cerca del bar, bastante concurrido en este sábado apacible, con sus mesas al aire libre.

Primero fue su lector. Filosofía y Nación fue clave para él. Luego se volvió muy amigo de José, aunque el suyo era un vínculo "intermitente". Lo visitó en la mañana del viernes, día en que murió, en el sanatorio Güemes. "Tuve la oportunidad de despedirme. De estar bien cerquita. No puedo decir que sea uno de sus grandes amigos, pero sí uno de muchos años, desde los '70. Hemos compartido medios y lugares de trabajo. Durante la dictadura, espacios de discusión. Comenté su primera novela. Nuestro camino de escritores de ficción fue en paralelo", repasa Juan antes de que lo interrumpa un joven que se define como "fan" para sacarse una foto con él.

En este lugar donde ahora lo velan, José Pablo Feinmann estuvo grabando videos "todoterreno" hasta hace muy poco, "contratado, trabajando para la Biblioteca". Eso grafica, para su amigo, "su espíritu, sus ganas de seguir laburando". Su incaudicable "pasión". Lo hizo incluso en su casa, hasta último momento. Llevaba algunas semanas internado. Desde 2015 venía atravesando "malestares de salud muy largos, mezclados, complementarios, rigurosos; que lo maltrataron mucho".

La asistencia a la despedida se reparte entre la Sala Cortázar y el patio de la Biblioteca. Trabajadores de la institución colocan alcohol en gel en las manos de quienes ingresan a la sala. Virginia Feinmann, sensible, amorosa, hija mayor del escritor, llora en un abrazo al costado del ataúd. El féretro está cerrado. Tiene una pequeña placa dorada arriba, con el nombre completo del autor escrito en cursiva. A la derecha, una corona de flores rojas de Página/12. A la izquierda otras dos coronas: Argentores y Editorial Planeta. Detrás, una lámpara con forma de candelabro.

"Los últimos diez minutos fueron un regalo", cuenta Virginia en el patio a Hugo Soriani, director general de este diario, y a su mujer, Laura. Su padre murió frente a ella y su hermana Verónica. "Ya estaba sufriendo mucho", reconoce también, en una expresión tan común en alguien que acaba de perder a un familiar. Intubado, en sus últimos días, su padre le recomendó un film a través de señas. The set-up, de Robert Wise. La historia de un viejo boxeador en decadencia que decide seguir peleando. "Peleó cinco años contra su cuerpo. Entró y salió de internaciones. Casi que había dejado de ser quién era. Pero siguió peleando hasta el final: eso es relindo."

"Se separó de mi mamá cuando yo tenía ocho años. Así que el día a día un poquito lo perdí. Pero los fines de semana cuando nos venía a buscar estaban esas huellas de él que me quedan para siempre. Fueron ocasiones que quizás son más fuertes que si hubiera estado todos los días. Verlo era algo anhelado. Porque nos llevaba al cine, al teatro, incluso a ver cosas que no entendíamos", alcanza a decir la escritora cuando otra escritora, Cristina Feijóo, le entrega una bolsa de cartón con unos chocolates. El marido de Cristina aconseja a Virginia que se dirija hacia un lugar más solitario para que nadie le pida chocolate; Virginia ríe. Toma el consejo pero para poder seguir charlando con la cronista sin distracciones. La charla continúa frente a cuatro gatos de distintos colores, lejos del murmullo. "¡Qué lindos! Los gatos de la biblioteca", expresa ella. Dice que ama a los felinos.

La mujer de ojos verdes oscuros y rulos plateados está vestida de negro como su hermana. Recuerda el día en que vio El acorazado Potemkin en el Cosmos, a los nueve años y sin subtítulos: "Nos estimulaba, por otro lado era una exigencia también. Siempre estaban esas ganas de complacerlo siendo inteligentes, entendiendo y haciendo cosas valiosas. Con una figura con la que era difícil estar a la altura...". Al principio, Virginia quería "hacer lo mismo que él". Escribió unas contratapas para este diario, "copiando su estilo". "Pero no era mi camino. Me despegué del modelo y él estuvo orgulloso", celebra. Ella estuvo orgullosa de una de las últimas contratapas de su papá, "Peronismo con hambre no es peronismo", y se lo dijo. Ante eso y las repercusiones, Feinmann respondió: "Se ve que todavía sirvo para algo".

Esta mañana Virginia se había encontrado en la confitería con un amigo que hacía tiempo no veía, quien le contó que el primer libro que le había regalado su pareja era Timote. A la hija de Feinmann esas "pequeñas cosas" en las vidas ajenas la conmueven. "La señora que lo cuidó los últimos días era boliviana. La amábamos. Cuando le conté que papá había fallecido, y que Evo Morales mandó un mensaje, estaba feliz. Todo el mundo lo quiso. De la señora boliviana que lo cuidaba a Evo. Ese abrazo lo estamos recibiendo", dice Virginia, y come los chocolates entregados por Cristina.

Hubo un tiempo en que estuvo muy perturbada. "La internación domiciliaria de mi papá era una especie de trampa. Siempre nos había visto afuera, en restaurantes, en cines. Era un tipo al que le gustaba ir a comer, al teatro. Muchas veces yo soñaba que hacía un reclamo a la CIDH por su libertad", revela. En el sanatorio, los médicos le recomendaron a ella y a su hermana que conectaran al filósofo "con su mundo". "Le poníamos 'Rapsodia en Blue' o el 'Concierto en fa', de Gershwin", cuenta. A ella le encanta cantar, entonces le cantaba 'El hombre que amo'. 

En la despedida de José Pablo está su primera esposa, la mamá de sus hijas, Marta Zavattaro, a quien el ensayista conoció en los sesenta en la facultad; la escenógrafa y vestuarista María Julia Bertotto, su pareja por más de 41 años, hasta el final; los hijos de su hermano Enrique; el sociólogo Daniel Feierstein, pareja de Virginia. También se acercan personalidades de la cultura, entre ellas Cecilia Rossetto, Alfredo Piro, Hernán Brienza, Liliana Escliar, Claudio Zeiger, Juan Ignacio Boido, Nora Veiras. Soriani, otro de sus amigos, lo describe: tan "rápido, canchero, porteño con mucha calle y tanto carisma", capaz de hablar de literatura, historia, filosofía; también de fútbol, cine, música.

Sentada en una de las sillas negras de plástico de la calurosa sala Cortázar, María Julia Bertotto recuerda el día en que casi se le cae "a la mierda" el pollo que estaba sacando del horno. Había leído Ultimos días de la víctima con fascinación, le había dado la sensación de que podía ser una película, se había entusiasmado con la idea de transformar la novela en guión. Había llamado al autor con esa idea. No lo había encontrado. Le había dejado su número de teléfono a su secretario --"conocía a muchos escritores, pero ninguno con secretario"--. Un día, José Pablo la llamó. Se encontraron por primera vez. Ella lloró porque él le contó que ya estaba trabajando él mismo en ese guión. María Julia no se enamoró el día en que lo vio: se enamoró, dice, cuando leyó Ultimos días de la víctima. "Me invitó a cenar pero iba a ser cuando volviera de Córdoba. El hacía viajes como viajante de la firma de su familia, de cables eléctricos. Me llamó y no nos separamos en 41 años. Teníamos unas coincidencias increíbles. Un filósofo que amaba la comedia musical... yo no lo podía creer. Tuve el privilegio de vivir 41 años con José Pablo Feinmann."

La abraza Paula Pérez Alonso, de Planeta. La abraza también Sasturain y le dice: "Nos vemos mañana". El velatorio, que comenzó a las 19, se extiende hasta la medianoche. El domingo, el cuerpo de José será trasladado al cementerio de Chacarita y, tras la cremación, tendrá su lugar en el panteón de Actores.