Lo que denominan el “escándalo” del jueves en Diputados y, más concretamente, la derrota del Gobierno en la aprobación del Presupuesto, obliga a una visión general que no se pierda entre los efluvios de insultos, chicanas y lecturas rápidas.

Por empezar, vayamos a las cosas que podrían llamarse “objetivas”.

Una es que los números de la derrota electoral oficialista son contundentes.

Revelan, al margen de haberse interpretado con razón que el 14 de noviembre dio para la remontada anímica del Frente de Todos, un escenario legislativo muy blandengue -o directamente adverso- para el Gobierno.

La mirada del resultado en las urnas establecía, en el Congreso, un empate técnico entre oficialismo y cambiemitas.

Incluso, la “división” de la derecha, por obra de la interna perpetua de los radicales y del partimiento del Pro entre presuntos halcones y presuntas palomas, hizo pensar a algunos apurados que habría beneficios gubernamentales.

Nada de eso, sino todo lo contrario: a la primera de cambio importante -el Presupuesto Nacional- no sólo se abroquelaron sin divisiones, sino que sumaron a legisladores de esos que se proclaman “independientes”, o sujetos a las necesidades de sus provincias, o reclamantes de que al menos les dispensen un poco de oreja (¿hizo eso algún comando que haya del FdT?).

En segundo lugar, se adjudicó a Máximo Kirchner haber pudrido todo porque, cuando supuestamente estaba en marcha una transa conducente a cierto acuerdo para renegociar, produjo un discurso indignado, confrontativo, que habría hecho retroceder a la oposición sobre sus propios pasos.

Eso no es cierto. Los cambiemitas estaban firmes en el rechazo y, dato no menor, sus intervenciones previas a la de Kirchner tuvieron una enorme virulencia que los medios ignoraron en forma olímpica.

¿Dicen o creen en serio que el jefe del bloque oficialista fue causa central para el voto negativo? ¿En serio le adjudican a la oratoria de Kirchner el carácter de parteaguas ofensivo, como si los discursos restantes hubieran sido argumentaciones respetuosas de parlamentarios finlandeses? ¿Alguien no sabe, en los círculos politizados, y respecto del Congreso, y de Diputados en particular, cómo son las reglas de juego y cómo se “actúa” (con comillas o sin ellas) en función de posicionarse política e ideológicamente? ¿Alguien cree con franqueza que la cuestión transcurrió por si el proyecto de Presupuesto tuvo errores de cálculo o redactivos? ¿Que de veras se trata de que la inflación proyectada para 2022 sea reconocida en torno de un 50 por ciento o más, como para desatar un precio del dólar y una presión tremebunda sobre los ingresos salariales de los sectores formalizados?

Debería ser inaguantable que justo los cómplices y anunciadores de la inflación del 15/10 por ciento anual (el macrismo, Dujovne, Sturzzeneger, Peña, y más luego los amanuenses del radicalismo y compañía, en aquella inolvidable conferencia de prensa de diciembre de 2017) vengan a hablar de falsedades presupuestarias.

Tampoco se trata de contrastes experimentales.

Descargarse en que una oposición como ésta no tiene autoridad moral para cuestionar casi absolutamente nada, tras haber endeudado al país por varias generaciones sin contraprestación alguna, continúa sirviendo sólo de catarsis.

No existe ninguna posibilidad efectiva de que primero debe analizarse quiénes nos endeudaron, a dónde fugaron la plata, cuáles son los paraísos fiscales en que se halla.

No descansar en la búsqueda y denuncia de todo ello; en el señalamiento de nombres propios, como si no se los supiera; en el marcaje político de por qué fue así; en las indagaciones judiciales, es imprescindible para el discurso combativo o el pensamiento crítico que nunca debe faltar. Pero no para resolver cómo se hace, en la práctica, frente a la horca de los vencimientos de deuda dejados por aquel mejor equipo de los últimos 50 años.

La indignación justificadísima contra quienes nos heredaron este muerto no puede acabar en el confort de que deben pagarlo aquellos que lo erigieron, como si fuera asunto de que Macri y su runfla sacan del bolsillo 45 mil millones de dólares y sanseacabó.

Eso es una irresponsabilidad analítica propia de algún infantilismo conceptual, capaz de ignorar que estamos hablando de un sistema y no de cuentas bancarias a las que se identifica, persigue y sanciona en un abrir y cerrar de ojos.

Si fuera tan fácil… (es lo que debieran interpelarse los comentaristas de esas zonas plácidas, que siempre tienen recetas inmediatas tan “todológicas” como las de la derecha. En una patada, con un posteo, con una frase, arreglan lo que venga: subjetividad masiva, ecología, extractivismo minero, manejo mediático, criterios comunicacionales, cualquier cosa. Sale gratis).

Pero, en vez de gratuito y para el caso de lo ocurrido en Diputados en estas horas, sucede que “sólo” pasó, pasa, que oficialismo y oposición dan vueltas alrededor de lo que es o semeja movida única.

Quiere decir: no hay mucho más que arreglar con el Fondo Monetario de la manera menos peor, lo cual viene siendo resaltado con insistencia por la propia Cristina mientras algunos no escuchan, hacen que no escuchan o prefieren escuchar otra melodía.

Eso consiste en obtener años de plazo para no pagar nada. Y, hacia 2024 y más allá también, apreciar si habrá acontecido juntar divisas y, ojalá, que una clase alguna vez antes dirigente que dominante se haya puesto de acuerdo en cómo impulsar perspectivas de recuperación y desarrollo.

No hay que tenerle miedo a la palabra. Desarrollo. Incluye o tendría que incluir, previo a pagarle al Fondo, la potencia de que liberar fuerzas productivas (horror de figura porque, lamentablemente, evoca a Martínez de Hoz en el ’76) involucre a la economía popular; a la de cercanía; a pequeños y medianos y no únicamente a los oligopolios con que también debe “cerrarse” (¿cómo puede ser, por ejemplo, que una figura como Enrique Martínez no sea convocado a un gobierno que se pretende “inclusivo” y “desarrollador”?).

El Gobierno, su Frente, sus individualidades, saben perfectamente que el tema es postergar pagos y después ver.

La oposición, la real y no la declamativa por izquierda, también sabe que el país incendiado por default no le conviene, porque su objeto sería prepararse para gobernar desde 2023. Sin embargo, lo que esa oposición hizo el jueves es buscar el efecto de producirle al Gobierno una derrota política.

¿Es estratégico lo que hizo la oposición? No. Es táctico. Es marketing. No es lo que quiere. Lo que quiere es que el Gobierno se haga cargo en soledad del arreglo con el Fondo, para que el ajuste que fuere les despeje el camino presidencial. Y eso es lo que Kirchner les puso blanco sobre negro en su discurso parlamentario.

Lo que el Gobierno está renegociando con el FMI es el “acuerdo” que firmaron ellos. La oposición. ¿Cómo hace esa oposición para obturar ese fondo de la cosa? Sencillo: “denuncia” que el problema es el tono, la “provocación”, de Máximo Kirchner. A otro perro con ese hueso. Pero el hueso ése se manijea mediáticamente, y hay mucha gente que se lo compra.

Kirchner no pudrió nada. Todos los referentes cambiemitas se cansaron de anticipar que votarían en contra de los números presupuestarios.

Kirchner sólo advirtió que enfrente quieren sacarse de encima, hacia atrás, toda culpa y responsabilidad. Y hacia adelante, todo compromiso de compartir costos.

Acusarlo por el contenido y tono que usó es fulbito para la tribuna, mientras el partido se juega en otro lado.