"Mi primo era el mejor amigo de todos sus amigos, siempre estaba sonriendo y dispuesto a dar una mano", dice Adriana Ochoa sobre Gustavo Benedetto, uno de los cinco asesinados durante la masacre del 19 y 20 de diciembre de 2001 en el centro porteño, la represión que sofocó la rebelión popular que desalojó del poder al gobierno de la Alianza que encabezaba Fernando de la Rúa. La mujer de tatuajes y grandes lentes se quiebra de emoción y sus ojos se llenan de lágrimas, baja el micrófono que unos minutos antes le habían acercado los organizadores de la movilización, el Sindicato de Mensajeros, junto a la CTA, HIJOS de Capital, el CELS, entre varias organizaciones, y de la que participaron algunos de los sobrevivientes de aquellas jornadas y funcionarios como Eduardo "Wado" De Pedro y Horacio Pietragalla. Las madres, hermanas y esposas de los caídos lideraron la movilización que circuló desde Avenida 9 de Julio hasta Hipólito Yrigoyen, y luego bajó por Avenida de Mayo. Todas cuestionaron la incompleta y tardía justicia, y exigieron que, de una vez por todas, se sancione la ley de reparación histórica.

La de Gustavo Benedetto, que tenía 23 años, fue su primera y última marcha. Quiso ir a la plaza porque dijo que iba a ser un día histórico. Trabajaba en un supermercado Día que había sido saqueado, y cuando se presentó a trabajar se enteró de que lo habían echado. Era el sostén de su familia. Una de las cuarenta balas que salieron del banco HSBC de Chacabuco y Avenida de Mayo, donde está su placa y fue recordado ayer, lo dejó tendido sobre el asfalto. "Una de las personas que disparó junto a los policías fue un militar, Jorge Varando, que era el jefe de seguridad del banco, se había formado en la nefasta Escuela de las Américas, una escuela de represores. Habían pasado 20 años y todo ese aparato seguía intacto, y así fue, una cacería humana porque están acostumbrados a hacer eso", dijo su prima Adriana. 

"Pasaron otros 20 años y los familiares lo único que pudimos hacer fue mendigar justicia, porque en este país la justicia está para responder a otros intereses que no son los del pueblo. Las condenas que fueron ratificadas hace poco, la máxima de cinco años y cuatro meses, es una falta de respeto. En una democracia donde siguen pasando estas cosas es sólo un título, y eso se tiene que terminar. La justicia tiene que ser para el pueblo, no para unos privilegiados. Y el pueblo no puede ser maltratado como lo fuimos durante todo este juicio", agregó frente a los manifestantes. Mientras los demás familiares se acercaban a abrazarla, el público gritaba el nombre de su primo, y agregaba: Presente. La escena se repitió frente a cada una de las placas recordatorias.

Bajo la tórrida tarde, la recorrida había comenzado en el Obelisco, donde se fue juntando una multitud que esperó buscando alivio a la sombra de los árboles de las plazoletas. Eliana Benedetto, hermana de Gustavo, recordó que Varando estuvo dos años detenido y luego quedó libre por un amparo que presentó en la Corte Suprema. "Siempre estás pidiendo por favor algo que ellos deberían hacer por sí mismos, sentimos mucha tristeza", dijo a PáginaI12. "Vimos a la 1 de la mañana que lo subían a una ambulancia, lo buscamos toda la noche hasta que lo encontramos en el hospital".

Marta Vázquez, esposa de Alberto Márquez, opina que las condenas a los ex funcionarios de la Alianza, entre ellos el ex secretario de Seguridad Enrique Mathov, son leves. "Quiero que descanse en paz, que la sentencia quede firme, siento que murieron pero no hay una sociedad mejor, el pueblo tampoco tiene memoria, pude reconstruir mi vida pero cuesta mucho porque se fue mi gran amor", confiesa.

Karina Lamagna viste de negro, tiene un ramo de jazmines y una remera con la imagen de su hermano Diego estampada. "Son 20 años de impunidad, estamos todos juntos en la misma, solo se van a terminar cuando cumplan cárcel efectiva del primero al último, y el grito es el mismo que el del 19 y 20 de 2001, que se vayan todos", dice a este diario, mientras recuerda a otro de los jóvenes asesinados por las balas policiales. Diego comenzó a los 11 años a trabajar por un magro ingreso en una panadería vecina tras la muerte de su padre, a esa misma edad con los pocos recursos que tenía se armó su primera bicicleta de BMX (de carrera y acrobacias), fue un precursor, un deportista solidario, apasionado y abnegado, como lo definen en su entorno. Al "Nano" Lamagna lo llaman "el otro ángel de la bicicleta", el referencia al apodo de otro asesinado, Claudio "Pocho" Lepratti, en Rosario.

"Me siento cansada y sin justicia por la muerte de mi hijo, eso me bajonea, es demasiado 20 años, sería justicia que vayan toda la vida a una cárcel común aunque nuestros muertos no van a volver, queremos que realmente paguen", dice Marta Almirón, la madre de Carlos "Petete" Almirón, militante de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi) que cayó muy cerca de Lamagna. "Si viene la reparación histórica bienvenida sea, ayer estuvimos con los familiares que vinieron de todo el país mostraron qué grande es esa deuda. Con la multitud veo que para ellos la muerte de Petete tiene un sentido, para ellos es un mártir pero yo perdí a mi hijo".

La anteúltima parada de la marcha es en Tacuarí y Avenida de Mayo. "Nos han matado a un hermano, porque los trabajadores somos hermanos", dijo Mariano Robles, secretario general del Sindicato Único de Conductores de Motos. "Siempre decimos que a nosotros nos parió el 2001", agregó, al tiempo que recordó que junto a Gastón Riva --que en ese momento tenía 30 años-- "eran unos indios", la llamada "caballería" de esa tarde. "Sabíamos que les habían pegado a las Madres, que había un muerto, entonces no había nada más que hablar, era pura adrenalina, eso es poder popular, cuando entrábamos por la avenida los caballos se abrían y los corríamos nosotros, no lo podíamos creer, Gastón fue para adelante, dio un paso más y lo pagó caro", agregó.

María Arena, su viuda, se abraza a con la mamá de Gastón y con uno de sus hijos. No quiso hablar a la multitud. El aniversario con número redondo la tiene demasiado convulsionada. Sus compañeras de Familiares coinciden en que "sin la fuerza de María no hubiéramos llegado hasta acá".