“El chiste de esa época era ‘se pueden imaginar a Mick cantando ‘Satisfaction’ a los 50 años’”, recordó Terry O’ Neill, uno de los miembros de la trouppe logística que acompañaba a Los Rolling Stones durante sus primeros años de vida. Es decir, hacia el primer lustro de la década del sesenta del siglo pasado. 1965, puntualmente: el vertiginoso año de los tres discos al hilo (The Rolling Stones Now, Out of our heads y el compilado December´s children), la revolución stone en casi todo occidente y el clasicazo que daba lugar al chiste del fotógrafo. Pero hay una instancia anterior: 1963, año uno del grupo. Apenas meses después de que dos compañeritos de la infancia (Jagger y Richards) se encontraran con Brian Jones y Charlie Watts, que estaba recorriendo sus primeras millas con la Blues Incorporated, de Alexis Korner -nada menos–, y con un casi púber Bill Wyman, para dar origen a la bestia. La época de los shows en el Marquee Club de Londres y en el Crawdaddy Club de Richmond, el arribo de Andrew Oldman y el primer sencillo (“Come on”, de Chuck Berry + “I want to be loved”, de Muddy Waters, el patrón del nombre del grupo), cuyas imágenes pertenecen al otro fotógrafo de los primeros tiempos: Gered Mankowitz. 

Son los dos mojones temporales (1963-1965) entre los que orbita a imagen congelada la exposición  Breaking Stones (A Band on the Brink of Superstardom 1963-1965), que acaba de llegar a Buenos Aires bajo el nombre de Disparando a los Stones, y se podrá ver en la sala Caras y Caretas (Venezuela 360) hasta el viernes 9 de junio. “Lo que esta exposición sugiere, en general, es que una banda de rock and roll no es un grupo de locos que se ponen a tocar, sino una especie de producto modelado por otras personas. No es solo pasarla bien, o irse de fiesta, sino también trabajar”, señala Diego Alonso, su curador, mientras comienza a recorrer la muestra junto a PáginaI12. La reflexión surge de la foto que inicia el sendero: los cinco stones caminando hacia la puerta de entrada del Donmar Rehearsal Theater londinense, donde hacían sus primeros ensayos. “Yo estuve ahí hace poco, y hoy es como el shopping Abasto, sufrió una transformación parecida”, compara el curador, mientras vuelve a mirar por enésima vez esa foto que mezcla a los cinco con un carrito que transportaba verduras y frutas. 

“Es que, como dijo Daniel Ripoll, siempre se asoció a los Stones con una clase más trabajadora, y a Los Beatles con una clase más acomodada, cuando en realidad era diametralmente al revés: son los Beatles los que vienen de la clase baja, de pueblos de las afueras, mientras que los Stones habían nacido en familias más acomodadas… eran como rebeldes sin causa”, sostiene Alonso, para darle una coherencia estética a esa foto barriobajera. La intención de O`Neill habría sido tornar a los stones más marginales, más antisistema. A esa foto, que es casi como una “invención del pasado”, le sigue un retrato de Brian Jones en primer plano. Le corresponde a Mankowitz, que tenía apenas 19 años cuando la tomó. “Jones es lo más importante de la exposición y de todo el período, porque él es el que crea el nombre de la banda, el que compone las canciones, el que organiza los conciertos, además de esas historias míticas que lo marcan como un cabrón que le pagaba menos al resto y se quedaba con más guita, no sé… lo interesante de la foto es que trasmite más sensaciones”, explica el curador, tras haber expuesto la misma muestra en Mondo Galería, su espacio artístico de Madrid donde el legendario O`Neill, tiró el chiste mencionado al principio. 

Las dos fotos que inauguran el raid de imágenes contrastan el carácter y la visión conceptual de ambos fotógrafos. Mientras O`Neill es un cráneo del retrato y la foto posada, Mankowitz va al detalle cotidiano, cálido, sorpresivo. “Yo creo que la diferencia entre un fotógrafo y otro está en que uno (O`Neill) es más documental, más profesional, Mankowitz, en cambio, es el que acompaña al grupo a todas partes. El que va a los conciertos, a los ensayos y crea una amistad que sigue hasta que viaja con ellos a Estados Unidos. Te das cuenta de que está metido dentro, y que sus fotos tienen más que ver con una pieza artística, que con documentar un momento”. Bajo el patrocinio del Grupo Octubre, la muestra en Buenos Aires sintetiza en catorce retratos esos años en que entre ambos fotógrafos modelaron la imagen de los cinco stones. Esos rostros angulosos, fieros, ojerosos, amenazantes, con un glamour casi freak que, al tiempo, quería imitar medio occidente. 

La primera de Keith Richards fumando es paradigmática, en este sentido. “Hay muchas fotos de Keith que tienen este estilo. Si las ves hoy, las fotos son las mismas… el cigarro en la mano, la misma mirada, pero con la piel arrugada”, se ríe Alonso, encargado de la selección de las imágenes, los textos que las acompañan y el montaje de la exposición, mientras recorre la muestra paso a paso con PáginaI12. “Esta, aunque parezca en medio de la nieve, es en el estudio”, precisa el porteño radicado en España, sobre un retrato en serie de tres, que muestra a Jagger “posando” con una parka rusa. “El tipo estaba enamorado de su chaqueta nueva, y estaba todo el día jugando con eso, y al final termina creando una imagen típica, porque es como toda la actitud Jagger condensada en una imagen. De todas formas, entre esas primeras fotos, Wyman y Jones parecen tener más actitud que Jagger y Richards, ¿no?... ¿habrá sido por eso que echaron a Brian?”, se pregunta Alonso. “No sé, decían que se le había ido la cabeza por las drogas, pero era el más carismático, y el que más experiencia tenía en el mundo de la música. Además, era mayor que todos, y creo que lo más importante de la muestra es él, porque no ha estado en muchas fotos más”.

La exposición sigue por una imagen de los cinco la primera vez que tocaron en un programa de televisión; otra de Wyman tomando una coquita de vidrio; otra de Richards afeitándose y, al lado, apoyando la mejilla en un mantel, fumando, rodeado de copas. “Al momento de seleccionar las fotos nos pareció que era mejor poner una de cada sesión, y no varias de una misma, porque esto queda muy repetitivo a nivel exposición. Eso es algo que sí podés hacer en el libro, porque la comparación literaria sería que una muestra es una poesía, y un libro una narrativa en prosa”, grafica el curador, acerca del vínculo entre la muestra y el libro de nombre homónimo, que extiende el relato fotográfico a trescientas fotos en blanco y negro, y ciento cincuenta en color. “Lo más fuerte del libro es, como decía antes, que se ve todo lo que está pasando, todo el momento. Además, está poblado de anécdotas contadas por ellos (aún en inglés), de poses, de cambios, y las primeras fotos en color”, finaliza el artista, publicista y representante argentino, que viró su destino hacia Europa, y en el viaje se topó con los primeros Stones.