Los liderazgos no nacen por pases de magia o porque un grupo así lo decide, ni mueren por los movimientos sigilosos de dirigentes que desean suplantarlos. Los liderazgos nacen o mueren por decisión de las mayorías. 

Diversas fuerzas y tradiciones que integran el Proyecto Nacional, Popular y Democrático atraviesan un periodo de tensiones, reorganizaciones y confluencias. Este devenir, crítico y expansivo, ocupa hoy el centro de gravedad de la oposición al macrismo, desplazando al massismo a un lugar silencioso. 

En ese proceso de reordenamiento de fuerzas y tradiciones para enfrentar con éxito al neoliberalismo gobernante, una mayoría reivindica un liderazgo que no consideran agotado ni, por lo tanto, necesario de suplantar: el liderazgo de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. 

Para que quede bien claro: se trata de un conjunto de fuerzas, entre las que se cuenta el Partido Solidario, que creen –que creemos– que el liderazgo de Cristina continúa siendo el dinamizador y catalizador de un proceso plural de fuerzas opositoras detrás de un programa de transformaciones económicas, sociales y culturales. 

A diferencia de todos los gobiernos desde la reposición de la Democracia en 1983, hasta 2003, que no pudieron completar sus mandatos o se retiraron agotados y sin legitimidad, Cristina dejó su segundo periodo de gestión con altos índices de popularidad y en el marco de una plaza repleta y emocionada que se agolpó para despedirla. 

Fueron veinte años de una democracia defensiva y perturbada por una política económica con ejes muy similares a los actuales, que condujo a la crisis del 2001. 

Le sucedieron, desde 2003, doce años de una democracia ofensiva que llegó con movilización social, generó movilización social y se retiró con movilización social. 

Doce años de gobiernos que desplegaron convicciones y políticas transformadoras apenas llegaron, mientras estuvieron y cuando se fueron. 

En un largo ciclo histórico caracterizado por el derrumbe de liderazgos, Cristina –y antes Néstor– fue la excepción a la regla. 

Ese liderazgo, que no fue destituido o que no pudieron destituir, es hoy un patrimonio de las mayorías populares y el punto de partida alrededor del cual diseñar la nueva etapa de transformaciones de la Argentina. 

Una maquinaria sincronizada de grandes medios hegemónicos, fuerzas económicas concentradas y jueces obedientes intentaron, e intentan, destruir ese activo social que es uno de los tres componentes de cualquier proceso de reorganización política: el liderazgo, el que debe actuar junto a un programa y un conjunto de fuerzas que construyan mayorías. 

Pero no lo lograron y, entonces, el Proyecto Nacional, Popular y Democrático cuenta hoy con ese liderazgo disponible. 

¿Por qué razón habría que renunciar a ese liderazgo disponible para intentar crear otros alternativos? 

Es bueno recordarlo: Cristina es lo que Cristina representa. Lo que construyó material y simbólicamente en sus gobiernos: un piso muy alto de políticas implementadas que garantizan la dirección y el sentido de la continuidad del proyecto nacional, popular y democrático. 

Entre otros aspectos, representa los procesos de integración regional, de vinculación sur-sur y una estrategia exterior soberana y activa; una política consecuente de derechos humanos en torno a la búsqueda inclaudicable de memoria, verdad y justicia; procesos permanentes de inclusión social, económico y cultural; un proyecto de desarrollo industrial con la ciencia y la tecnología como agregado de valor; mayor financiamiento educativo y del sistema de salud; paritarias libres, aumento del salario real e incrementos jubilatorios por ley, entre muchas otras políticas e iniciativas. 

Eso representa su historia. Pero un liderazgo contiene siempre un futuro. Y, en ese futuro, está nuestra oportunidad de retomar lo que no logramos hacer, lo que quedó incompleto o lo que no hicimos bien. 

Para ello, un programa. Una nueva agenda de iniciativas que estimulen a la sociedad, que la acerquen aún más a la política y que la alejen definitivamente de las seducciones del neoliberalismo. 

Mientras, un agresivo plan de restauración neoliberal se despliega con formas diversas sobre los países de la región, ya sea a través de golpes políticos-judiciales como en Brasil, despliegues sistemáticos de violencia destituyente como en Venezuela o por vías electorales como en nuestro país. 

Rafael Correa, quien logró poner un límite a este proceso de restauración neoliberal en la región, afirmó recientemente que “es necesario desarrollar sociedades con mercado y no sociedades de mercado”. Y agregó: “Cualquier proceso de cambio en América Latina tiene que empezar por hablar de la distribución. Ese es el gran problema de la región: la desigualdad. Aquí tenemos ricos más ricos que en Suiza y pobres más pobres que en África.” 

Es una clave importante: ese programa, para la nueva etapa del proyecto nacional, popular y democrático iniciado en 2003, debe retomar como horizonte la reducción de la desigualdad social. 

Para ello, junto a la reposición de la defensa irrestricta de los derechos humanos, la búsqueda innegociable de memoria, verdad y justicia, y la lucha abierta contra toda forma de discriminación de género y de xenofobias, es necesario impulsar una reforma tributaria orientada a gravar a la riqueza y a los grandes patrimonios; una ley de inversiones extranjeras que vincule el arribo de capitales externos al interés nacional; una nueva ley de servicios financieros; el establecimiento de límites precisos a las operaciones especulativas y control del endeudamiento; una política monetaria comprometida con el desarrollo económico con equidad social; la recuperación y ampliación de los planes de desarrollo científico, de estímulo a la industria, de asistencia y expansión de las economías regionales y de protección y desarrollo de las pymes, restringiendo importaciones que producen pérdidas de puestos de trabajo; la regulación de la extracción de recursos naturales para hacer a la actividad compatible con la adecuada protección del medio ambiente; progresivos aumentos del financiamiento educativo y del sistema de salud, entre muchas otras medidas. 

Enfrente no estará sólo el macrismo. Lo acompañaran las fuerzas profundas de la economía concentrada, quienes ensayan desde hace años distintos intentos fallidos por estabilizar un modelo de país excluyente. Son los grandes grupos económicos y financieros, hoy nucleados en AEA y en el Foro de Convergencia Empresarial, los que ya lo intentaron con la dictadura y con Martínez de Hoz, luego con el menemismo y ahora han retornado con Mauricio Macri. 

Hay un liderazgo disponible. Hay un conjunto de fuerzas y tradiciones confluyendo. Debemos construir un nuevo programa de gobierno. Es nuestra propuesta o la de ellos. La diferencia es la exclusión o la inclusión de millones de argentinos y argentinas.

* Diputado nacional por el Partido Solidario.