Perros que nunca fallan

“En muchas ciudades del Ártico, los lugareños han cambiado trajes de piel animal por telas impermeables, arpones por rifles y trineos por motos de nieve. Salvo en las zonas menos accesibles, donde los perros de trineo siguen siendo insustituibles”, reza un reciente artículo de la revista The New Yorker a cuento de la serie fotográfica Arctic Heroes: una preciosa oda a la magnificencia de estos cánidos –leales, fuertes–, retratados en toda su desinteresada gloria por el eminente fotógrafo islandés Ragnar Axelsson. “Un motor puede fallar, pero un perro bien entrenado siempre te lleva a casa”, destaca el varón que, desde hace cuatro décadas, documenta los cambios drásticos en paisajes y hábitats de la gélida, inhóspita región (“donde la quietud es abrumadora y el vacío parece ilimitado”, en sus palabras), uniéndose a expediciones de los inuit, despertando cada mañana con un coro de canes aullando. A su entender, ellos son “los héroes más grandes que jamás haya conocido el Norte”; también a consideración de locales que han dicho al fotógrafo: “No habría inuit sin perro groenlandés. Nos ha mantenido con vida durante cuatro mil años”. El drama, explica Axelsson, es que hace diez años había unos treinta mil perros de trineo en Groenlandia; ahora son apenas doce mil. Claro que no es la única calamidad que pone en riesgo el modo de vida, las tradiciones milenarias: “La cruda realidad del calentamiento global es una amenaza inmediata y directa para su supervivencia diaria”, subraya Ragnar, apodado RAX, cuya notable obra de años –dicho sea de paso– es celebrada hoy día en Múnich, con la primera retrospectiva dedicada a su trabajo: en Where the World Is Melting, tal es el nombre de la muestra, convergen cautivadores escenarios remotos de Islandia, Escandinavia, Siberia o Canadá.

Borrachines de cuidado

Al momento de empinar el codo sin acabar hecho una ruina, el tamaño no necesariamente lo es todo. Según explica el mensuario The Atlantic, los elefantes –aunque gigantes– no procesan bien el alcohol, mientras los seres humanos catalogamos bastante bien en tolerancia “gracias a la costumbre de nuestros antepasados de recoger y comer fruta fermentada del suelo”. Así las cosas, según anota la mentada revista a partir de un estudio de la Universidad de Alaska Anchorage, ni el bebedor más empedernido podría jamás competirle a uno de los grandes campeones del reino animal, en materia –claro– de consumo alcohólico: el hámster. Ajá, el hámster. Parece ser que estas minúsculas criaturas le dan tres vueltas a cualquier persona cuando de tragos se trata. En principio porque, gracias a su notable metabolismo, es casi imposible que se embriaguen, amén de una sólida cultura que les brinda la naturaleza: estos pequeños roedores, después de todo, recolectan frutas en sus madrigueras que, a lo largo de la temporada, fermentan hasta convertirse en pequeñas bombas de alcohol. Que, por cierto, les encantan. En su afán empírico, empero, la ciencia ha querido cuantificar la ingesta promedio del hámster y, al parecer, está por los cielos: ingiere alrededor de 18 gramos de alcohol por kilo de su peso en forma diaria, lo que en los hombres equivaldría a bajarse un litro y medio de Everclear –una bebida blanca a base de maíz de 95 % de graduación alcohólica– o 21 botellas de vino. O sea, una barbaridad. Aún más: dándoles la chance de elegir entre agua y alcohol, los hámsteres no dudaron ni un segundo... haciendo corte de manga al H2O, claro. La explicación, según los investigadores, no es que serían unos borrachines de cuidado sino que privilegian la bebida más calórica. Sobre cómo logran hacer fondo blanco sin el menor menoscabo, la respuesta es simple: tienen unos hígados espectaculares para descomponer el etanol, lo cual permite que solo cantidades ínfimas de esta toxina acaben en su sangre. 

Los vengadores de Plutón

Un grupo de científicos sigue con la sangre en el ojo por aquella controvertida decisión que tomó la Unión Astronómica Internacional en 2006, cuando le bajó el precio al relegado Plutón, que fue entonces eliminado de la lista de planetas del Sistema Solar, donde sí permanecen Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. “Plutón había sido considerado el noveno planeta desde su descubrimiento en 1930, pero la UAI decidió que para dar con la talla debía ser esférico, orbitar el sol y haber ‘despejado’ gravitacionalmente su órbita de otros objetos. Plutón cumplía con los primeros dos requisitos, no así con el tercero”, explica NBC News sobre el lamentable devenir de este “planeta enano”, al que el mentado equipo de científicos busca salvaguardar la honra, que vuelva a clasificar por todo lo alto. Según un trabajo publicado en revista Icarus, la definición en la que se basa la Unión Astronómica Internacional es “astrológica, que es una forma de folclore, no científica, lo cual daña tanto la investigación como la comprensión popular”. A su consideración, habría que basarse en la definición que se utilizaba en el siglo XVI: que los planetas son cualquier cuerpo geológicamente activo en el espacio. De implementarse esta idea, no solo volvería a calificar Plutón como planeta, también muchísimos otros objetos galácticos: el asteroide Ceres, por caso, las lunas Europa, Titán, etcétera. El físico Philip Metzger, autor principal del reivindicativo paper, no solo es consciente de que se sumarían “más de 150 planetas a nuestro Sistema Solar”; se relame ante esta posibilidad “que reflejaría mejor los tiempos modernos”. Algo que, según anota la web Gizmodo, seguramente sea importante para el trabajo de astrónomos, pero sería una auténtica pesadilla para chicuelos: “¡Dios ayude a la generación que necesite memorizar 150 planetas en la escuela!”.

Inesperada guía para el músico callejero

Como sucede con cualquier oficio, ser músico callejero tiene sus luces y sombras. Sí, cada vez más ciudades restringen horarios y espacios, pero qué gusto cuando el público les reconoce espontáneamente con aplausos... y billetitos al pasar la gorra. Sí, está el riesgo de sentirse los bufones de la cuadra y de que una cucaracha les camine por la pierna, pero qué maravilla la libertad de ser sus propios jefes y elegir sin presión alguna el repertorio a tocar. La cuestión es que, sabiendo las muchas dificultades con las que lidian estos intérpretes a la intemperie, investigadores neerlandeses de la Universidad de Tilburg quisieron aportar su granito de arena. Más bien, desgranar qué situaciones les reportan mejores ganancias; con lo cual, sus descubrimientos bien podrían leerse como una guía de consejos para lucrar un cachito más. Para entender qué tipo de músicas son más exitosas y cuánto ganan en promedio, Samuel Stäbler y Kim Mierisch –los estudiosos en cuestión– viajaron a Colonia, Alemania, donde analizaron con pelos y señales qué tal les iba a 72 artistas callejeros y cómo accionaban más de 80 mil oyentes en las calles. “Algunos resultados son realmente emocionantes porque contradicen ciertos preconceptos que tenían los mismos músicos”, se entusiasma Stäbler al contar que, mientras –en promedio– estos performers suelen recibir 23 euros la hora, el cash sube a 27 “si tocan música clásica en vez de rock, jazz o country”. Evidentemente, cuán buenos sean con su instrumento juega un papel de peso, pero también lo hace la presencia de purretes en los shows al aire libre: cuando hay peques en la banda, ganan un estimado de 45 euros por hora. Dicho lo dicho, también miraron con lupa el comportamiento del público; vecinos, viajeros, turistas que paseaban por la urbe. Y así descubrieron que, cuando el transeúnte va junto a una pareja, colegas o amigos, suele ser más generoso que el caminante solitario, que da plata acaso para impresionar a sus acompañantes. Las mujeres, por otra parte, suelen ser más generosas, estar más predispuestas que los varones a dejar unos billetes. Por lo demás, asegura Stäbler que la temperatura tampoco es asunto menor en la ecuación que lo compete: cuanto más frío hace, más monedas recibe el músico callejero. ¡Y ni qué decir cuando es domingo! Según los investigadores, es el día que llueve más plata: 35 euros en promedio, “posiblemente por razones religiosas, dado que es un día santo y afloran emociones como la compasión, la piedad, incluso la culpa”. En conclusión: al momento de salir a la vereda con flauta, violín o viola, nada mejor que un domingo helado y, en lo posible, con chicuelos cantantes. Eso si, bien abrigados: no vaya a ser cosa que pesquen un resfrío.