Ernesto salta de la silla del bar hasta tocar el techo descascarado y húmedo con su nariz, luego del quinto gol de Leonel Messi con la camiseta de la selección argentina frente al combinado de Brasil en la final del Mundial de Qatar.

- ¡Despertá! -le grita Atilio, mientras intenta hacerlo con una sola mano. La otra mano la tiene ocupada en su iphone, infiltrándose en los grupos de wathsapp de mamis y papis de los jardines para niñes de la zona oeste del conurbano bonaerense, intentando demostrar que el doctor Conrad Stoll es un muñeco de plástico escapado de un capítulo de la serie del Capitán Escarlata.

- ¿Por qué me despertás? ¡Estábamos goleando a Brasil en la final! -protesta Ernesto.

- Por favor, decime que también ganábamos el Mundial, jaja- suelta Atilio al tiempo que se calza una remera negra de Javi Mi-Ley con un escudo de gallinas luminosas sin cogote cruzadas como armas.

- Quiero salir campeón del mundo. ¿Está mal? ¿Por qué nos hacen pensar como un país cada vez más chiquito? -interroga Ernesto, con una voz cada vez más cercana a la de Darío Grandinetti; o a la de Eduardo Galeano; o a la de Iván Noble; o a la de alguien así.

Si alguno de ellos asomara el cuello por la ventana, vería que el cielo parece que tiende a despejarse, después de haber amenazado con una lluvia transoceánica. Hace veinte días que no llueve y Ernesto considera que esta situación no es nada buena para el gobierno nacional; no tiene dudas que el ex Soberano metió sus garras en esta sequía sin proporciones.

- ¡Qué gobierrrno! ¡Hagan algo con la lluvia por lo menos! - exige el Gallego, el dueño del bar, que está a punto de disparar con su rifle de aire comprimido al muñeco inflable esquizofrénico que señala la entrada de la gomería de enfrente.

Pablo César, sociólogo de la posmodernidad, apura unas encuestas para una consultora de Singapur que trabaja para partidos de izquierda a nivel global, mientras juega al Estanciero con su sobrine de siete años. No tiene claro cómo será la vuelta del estudiantado a la Facultad de Sociales; y menos aún tiene claro cómo será el retorno de los docentes, si es que la pandemia alguna vez se va silbando bajito de este mundo. Tampoco tiene claro cómo puede impactar el clima seco en tamaña decisión. Mientras tanto, piensa en algunas consignas para un parcial semipresencial del curso de verano que ofrece sobre Spinoza y el conurbano bonaerense.

Atilio apura el cortado y le escribe a su cuñada, la trainer de CEOs que supieron reconvertirse en funcionarios de gobierno y ahora otra vez son CEOs, para que generen un relato sobre el pronóstico del tiempo que termine de una vez por todas con este maldito gobierno. Los trolls captan rápido la consigna que baja desde el espejo que tiene el ex Soberano en el vestuario de la cancha de paddle de Los Polvorines.

Y de golpe: llueve, llueve, llueve en todo el territorio nacional; o parece que llueve. Es como una sensación, porque lo importante es lo que uno hace con eso. No importa estar mojado hasta la cabeza, lo importante es la percepción y, aún más, la autopercepción. El cómo nos percibimos cuando estamos mojados hasta las medias; ahí, en ese instante.

-Que salga ya la Ex Sonriente de la base militar a decir que el clima se va a regularizar si gana Juntes las presidenciales de 2023 -dice el Ex Soberano mientras termina el primer set y pispea videos por Whatsapp que le mandan de una ex oficina de la SIDE.

Desde otra quinta, la Denunciante Conspicua agita un pareo multicolor de tulipanes neerlandeses que le trajo un desarrollador inmobiliario amigo desde Ámsterdam y ordena que salga a respaldarla el líder de alguna de las fracciones de la Unión, mientras vigila a un monotributista que asa unos chorizos caseros en un chulengo prestado, de una cabaña prestada, de un terreno sin escriturar de un empresario multinacional prestado. “¿Y el otro? ¿Cómo era que se llamaba este chico? ¿El que trabajaba con Carlitos Pagni en la tele, el que habíamos puesto de ministro de Hacienda?”, se pregunta la Denunciante Conspicua y exige: “Ya me va a salir, pero ustedes saben de quién hablo. Díganle que tiene que hablar también”.

El autopercibido General Auditor toma la palabra, mientras le terminan de rellenar el peinado con plumas de ganso. “Si la opo gana las elecciones de 2023, dejará de llover, o de parecer que llueve”, promete. Pero al instante recibe la respuesta de los Dueños de la Tierra y las 4 x 4: “¿Y la soja? ¿Y el aceite de soja? ¿Y los chanchos chinos? ¿Y la mía? ¿No vale la mía? ¿De qué carajos van a vivir, sino es de la mía? Sigan haciendo llover, carajo. Lluvia o Muerte”, le gritan al General Auditor.

Al General Auditor le cae la ficha que dijo algo inconveniente para la patria agropecuaria. “Nos van a castigar”, piensa y acto seguido pide que llamen a la Mesa de Enlace. Pero el enlace falla. Entonces le pide a la Denunciante Conspicua que interceda; pero ella está cansada de que le pidan cosas y entonces le dice a Pato que interceda. Pato está enojadísima y le clava el visto, pero le escribe al Cordobés Negri para que solucione el quilombo. El problema es que Pato está tan enfurecida que se le niebla la vista y marca mal y le pasa el mensaje a Toni Negri, que comprende el error enseguida y reenvía el Whatsapp al Ex Soberano, que enseguida se lo reenvía a un nanoperiodista de investigación. Después se rectifica y pide que se lo pasen primero al Famoso Antivacuna o al Deportista Que No Paga el Impuesto a las Grandes Fortunas, que en este momento están juntes jugando al metegol con un grupo de estudiantes del primer colegio evangélico-chino del país.

-Dale Ex Soberano, ¿qué querés? – responde el Famoso Antivacuna, mientras escupe bronca porque acaba de recibir un gol de un niño chino rubio de rulos con la remera de Stormtrooper de Star Wars.

La conversación se liga y se entromete el líder de otra de las fracciones de la Unión, que está muy caliente porque escuchó que llegaba el sonido de una banda de funky desde donde vive la Ex Sonriente. “Quiero trap o lambada dark. Funky no, porque no le hace bien a Juntes. Traigan a un trapero desde Nordelta o un Youtuber desde William Morris para que nos banque en lo de la Canosa”, ordena.

A medio afeitar, el ex Soberano está enfurecido porque no puede hablar con tanta gente al mismo tiempo. Les pide a todos que se focalicen, que pongan todas las energías en la no lluvia, en esa cosa que parece lluvia, pero no lo es.

 

En el bar, Ernesto cree que Messi tiene problemas de autopercepción con la celeste y blanca, pero que ya se le está pasando. Quizás algún día seamos campeones del mundo como en el 86, se entusiasma Ernesto. Por la ventana, ve que las gotas caen en forma de mini pichettos, iluminadas por las luces led del alumbrado estatal. Pero es una fake lluvia, tan solo un efecto óptico sin materialidad.