Quizá nada mejor para repensar la inatrapable realidad social argentina, que hacerlo a través de la lectura de una excelente novela que toca un punto nodal: la reverberación de un signo, un extraño imperativo que ordena, como en el mito de Sísifo, remontar cada día la misma pesada piedra. La potencia propia de la ficción alumbra una verdad que no podría ser dicha de otro modo.

Excepcional libro de Sebastián Jorgi. Desde el título mismo, paráfrasis de la letra (“…vengo de un país que está de olvido, siempre gris, tras el alcohol”) del tango “La última curda”, de Cátulo Castillo y Aníbal Troilo, esta magnífica novela desnuda como ninguna la particular condición social argentina. Podríamos parafrasear a la vez a Ezequiel Martínez Estrada, a su ensayo “Radiografía de la pampa” y decir que “Vengo de un país que está de olvido”, bien podría ser considerada una radiografía de la sociedad argentina, una sociedad, que más allá de la singularidad de cada cual, aparece marcada por un drama que insiste y del que no logra escapar, signada por la repetición y la angustia, por la constante frustración y el fracaso.

Ambientada en Buenos Aires, a inicios de la década de los ochenta, durante el último tramo de la dictadura militar, revela, de manera casi jaurecheriana, la moral y la ética de una clase, la clase media argentina, con su mitología cotidiana, sus autoengaños, sus fantasías, sus identificaciones, sus ambiciones truncadas, sus insatisfacciones, las ansias desmedidas de figuración y prestigio, las imitaciones, la permanente decadencia. Se sucede el bullicio del país, la televisión, los noticieros, el fútbol, los rumores políticos, las eternas frases hechas y el ensordecedor parloteo de una vida gris que prosigue, como si nada ocurriera, en medio de la represión y las desapariciones de personas. Sólo unos pocos despiertan y descorren las cortinas que tapan lo real más descarnado y próximo. Si como sostienen algunos críticos literarios la novela moderna representa el drama de la familia burguesa, la búsqueda, muchas veces infructuosa, de un lugar y de un nombre, es decir, de una inscripción en el Otro, “Vengo de un país que está de olvido” cumple con creces este precepto. En definitiva, la búsqueda del padre, como tan paradigmáticamente la ejemplifica la célebre novela “Pedro Páramo” de Juan Rulfo.

La trama de la novela de Sebastián Jorgi, que mantiene al lector siempre expectante, gira en torno de un defalco perpetrado en una de las sucursales de la empresa en donde trabajan varios de los personajes. Aparecen la corrupción y el robo casi como un destino señalado, como un sino inevitable. Las carencias familiares, la inflación, la plata que no alcanza, el no llegar a fin de mes, las deudas impagas, la imperiosa necesidad de dinero, la “figuración” y el afán por mantener una apariencia ante los otros, en definitiva, la desesperación por los ideales no cumplidos, impulsa a algunos personajes a ir más allá de los límites y adentrarse en los territorios de la vuelta contra sí mismos. Podemos encontrar en esta obra resonancias de Roberto Arlt, principalmente en ese giro de los personajes contra su propio bienestar y una cercanía con Julio Cortázar en la representación de una oralidad permanente.

“Vengo de un país que está de olvido” no se aboca a la narración de situaciones cotidianas azarosas, a un mero ir y venir de los personajes, a un verismo exacerbado, como ocurre hoy con tanta frecuencia en la abultada novela hiperrealista que anega el campo literario, sino que descubre (como es casi una obligación de toda obra de arte) tras la trama de lo narrado, aquello que en el psicoanálisis se conoce como el fantasma, inclusive lo real, lo imposible de decir, o sea, lo que sólo puede ser “dicho” o atisbado a través de la escritura de ficción. La novela de Jorgi revela, más allá de lo singular de cada sujeto, un punto de confluencia, una manera de estar, una marca, un trazo, una insistencia que atraviesa lo particular y signa la repetición colectiva. Y lo realiza por medio del rescate de un léxico, de una gramática, la prosodia de aquellos años oscuros, constituyendo al mismo tiempo una contundente denuncia y crítica a la dictadura cívico-militar.

En conclusión, pienso que “Vengo de un país que está de olvido” es una novela imprescindible para entender algo de la llamada “realidad” argentina. 

*Escritor y psicoanalista