En ese tiempo él trabajaba en la revista “7 Días” de la editorial Abril. Empecé mal. Quise decir que él trabajaba en muchos medios. Los más destacados del país. También del Uruguay. No es ésta una página exhaustiva sobre su vida sino apenas un recuerdo amable y sentido. Los que saben cubrirán su admirable y vasta cronología de su provechosa existencia. Una vez me dijo que él sólo era un “periodista-todo-terreno". Pero fue mucho más, claro, ocupó cargos destacadísimos en varias universidades; dictó cursos aquí y en el exterior; fue director de la Revista de la Universidad de Buenos Aires y otras; y pivote fundamental en el Centro Editor de América Latina. Estas publicaciones, bien pensadas, económicas, que se distribuían en los kioscos tuvieron un éxito impetuoso. Aún conservo en mi biblioteca, con orgullo, esos libritos chiquitos que semanalmente alimentaban mi deseo de ilustrarme sobre la literatura universal y, específicamente, nacional. También guardo como si fuera oro en polvo, las colecciones policiales Cobalto, Débora y Pandora, también distribuida en los kioscos; especialmente para aquellos jóvenes lectores que aún no habían perdido la timidez y temían ingresar en las librerías suponiendo que exigirían corbata; claro, las librerías serían un segundo paso, pero eso ya es otra historia. Vuelvo a Lafforgue. Yo había publicado “Las Tumbas” y me hizo un lindo reportaje en “7 Días”. Quedamos amigos. Semi-amigos, no íntimos, lo suficiente como para que yo de tanto en tanto lo visitara en la editorial que dirigía y él me obsequiara las novedades que se lanzarían próximamente en las mesas de las librerías. Con mucho fervor me recomendó al peruano Arguedas a quien admiraba profundamente. En las charlas literarias sabía usar con frecuencia el término “atendible”. Cierta vez se lo hice notar y me explicó muy honestamente que lo usaba cuando se refería a escritores o textos a los que le ponía objeciones pero que no quería herir o molestar porque no era bueno tener rispideces innecesarias. En la época de los militares todo el mundo se veía poco. Pocas las reuniones, pocas las charlas en cafés... Y así las relaciones se volvieron laxas. En 1980 me invitaron a dar un curso sobre literatura latinoamericana en la Universidad del Estado de Arizona, y fui a verlo para que me diera una mano, una orientación, en fin, un empujoncito alentador. Se puso muy contento y como excelente conferencista me dio muchos consejos y, por sobre todo, me regaló sus dos memorables tomos de “Nueva Novela Latinoamericana” donde él había compilado textos de los principales narradores, analizados por un equipo de ensayistas del mejor nivel. Pero no puedo dejar de decir que, aún cuando figuran en el libro los nombres luminosos de Vargas Llosa, Noe Jitrik, Juan Rulfo, Josefina Delgado, García Márquez, Jorge B. Rivera, Borges, Cortázar, etcétera..., para mí fue fundamental la lectura de los prólogos que Lafforgue hace en los dos tomos. Y si se me permite, a modo de homenaje, leo un párrafo del primer tomo que entonces subrayé: “De allí que nuestro propósito sea apuntar al único lugar donde las huellas convergen y quedan: las obras. Sólo después de zambullirnos en ellas podremos hablar con razón, o sin ella, del cause turbulento de la actual narrativa latinoamericana, sólo entonces nos será posible descubrir el sentido de sus múltiples corrientes. Porque si bien es cierto que las obras no son más que el resultado de un fenómeno mayor que las engloba, no menos cierto es que ellas a su vez conforman ese fenómeno: lo determinan en el plano circunscripto de la literatura, se determinan y revierten, en un proceso histórico general”. Y otro párrafo del segundo tomo, precisamente el final: “Si se mastican técnicas y teorías ajenas, digerirlas primero y ver luego hasta dónde nos sirven en función de nuestras obras. Porque, en primera y en última instancia, somos este país, este continente, castigado y espléndido. Construir entonces nuestra propia crítica, sin exclusiones a priori, pero a partir de nuestro medio y nuestras necesidades, para definir nuestros propios objetivos. También en este plano, ser libres. O, con más exactitud, emprender el camino de la liberación. Ya mismo”. Más que mucho me ayudaron estos libros en las clases dictadas allá, en la espléndida Arizona, que yo había conocido y amado desde chico, en los institutos de menores, cuando leía con fanatismo las novelas de cowboys del lejano oeste que escribía el genial Zane Grey. Pasaron los militares y retornó la democracia. Le llevé a Lafforgue una novela que yo acababa de escribir y el editor Julio Alonso publicaría. La leyó y aceptó hacer la presentación de “Con el Trapo en la Boca”. Fue en la mítica librería Clásica y Moderna, que siempre y por mérito de los hermanos Paco y Natu Poblet, funcionó como rincón querido y favorito, de la generación de ese tiempo. Lafforgue leyó un generoso texto que luego me dio y yo, como todas las cosas que bien quiero, debo tener mejor guardado en algún lugar exclusivo. Alicia Bruzzo interpretó magistralmente pasajes de la novela, y yo finalicé agradeciendo sinceramente. Estaban Pepe Bianco, María Esther de Miguel, Bioy Casares, Enrique Pezzoni, Marta Linch, Kordon, el querido Manucho, Denevi, Sabato había mandado una cariñosa esquela... Héctor Ricardo García, director de “Crónica” y exjefe mío cuando yo era cameraman de Canal 11, pasó fugaz a darme un abrazo... Por supuesto, aquello era una fiesta. Aún no existían los celulares, ni los virus, pandemias y barbijos. En fin, como había escrito el amigo Jorge Lafforgue, emprendíamos el camino de la liberación. Al menos eso se pensaba...
Jorge Lafforgue murió el 5 de enero pasado en la ciudad de Buenos Aires.