Con suerte, la inflación dará un respiro a los gastados bolsillos de los trabajadores recién a mediados de 2017, cuando vaya llegando el invierno. El verano será caliente, y el otoño también. Las razones:

  •  Noviembre: este mes aumentaron 15 por ciento los taxis en la Ciudad de Buenos Aires; los subtes, 67 por ciento; el estacionamiento medido, 100 por ciento, y a nivel nacional, las tarifas de Movistar se elevaron entre 4 y 11 por ciento, siguiendo a la corrección de Personal del mes pasado, del 15 al 21; Massalin incrementó los precios de los cigarrillos 5 por ciento, y los alimentos se encarecieron 0,93 por ciento en la primera quincena, de acuerdo al relevamiento de Consumidores Libres. La suba en la tarifa del gas de principios de octubre todavía tendrá incidencia en noviembre (6 días), a lo que se agregan los impactos asociados a ese ajuste sobre la producción de bienes y costos empresarios. Por ello, como motivos principales, las consultoras de la city anticipan que la inflación del mes rondará el 2 por ciento.
  •  Diciembre: es uno de los meses más inflacionarios del año por razones estacionales. Aumenta la demanda por el pago de aguinaldos, por las fiestas de fin de año y por quienes empiezan sus vacaciones. El precio de la carne suele pegar un salto en diciembre, lo cual tiene una importante repercusión en el rubro alimentos. La canasta navideña, según Consumidores Libres, viene hasta ahora con una suba del 28,4 por ciento que se aceleraría llegando la Navidad. También se encarecen la indumentaria y los juguetes, en un contexto general donde se observan más remarcaciones por la tonificación del consumo, que si bien se encuentra por el piso, el mes que viene será superior al promedio del segundo semestre. Empleados estatales, jubilados, titulares de asignaciones y trabajadores formales recibirán además un bono de fin de año, que si bien será módico, ayudará en algo a elevar el nivel de compras. El piso de la inflación de diciembre estará en 2 por ciento, y dependerá de cómo se mueva el consumo, podría acercarse al 3. Otro factor que podría empujar hacia arriba es el cambiario, en caso de que la suba de 60 centavos del dólar que se produjo tras el triunfo de Donald Trump no retroceda en los próximos días.
  •  Enero: la continuidad de los aumentos estacionales del rubro Turismo, que arrancan fuerte en diciembre, sostienen en enero una inflación elevada. En los últimos seis años estuvo siempre por arriba del 2 por ciento, salvo en 2012, cuando marcó 1,9, según el índice Congreso. En 2011 fue del 2,1 por ciento; en 2013, del 2,6; en 2014, del 4,6; en 2015, del 2,1, y en 2016, del 3,6. Las petroleras vienen presionando para que en enero de 2017 se aplique un nuevo incremento de combustibles, que debieron resignar hasta ahora por la imposibilidad política del Gobierno de hacer pasar otro aumento. Enero es un mes en el cual las empresas aprovechan para producir remarcaciones mientras los turistas descansan. Si esos sectores encuentran margen para ajustar los precios, difícilmente la inflación de enero esté lejos del 2 por ciento.
  •  Febrero: si bien es uno de los meses con menos inflación, en algún punto la contracara de diciembre, febrero de 2017 sería una excepción. El motivo es que ese mes está prevista la aplicación de un nuevo aumento en las facturas eléctricas, cuyo nivel se debatirá en los próximos días en audiencia pública. La decisión del Gobierno de eliminar progresivamente los subsidios a los servicios públicos es un potente factor de desestabilización, que sostiene en el tiempo las expectativas inflacionarias. El alza para usuarios residenciales y comerciales ubica los precios de la economía un escalón más arriba.
  •  Marzo: es otro mes intenso de suba de precios, básicamente por el reinicio de actividades escolares y por la reactivación del consumo estacional en los centros urbanos tras las vacaciones. Los últimos seis años, igual que en enero, la inflación se ubicó siempre por arriba del 2 por ciento, salvo en 2013, cuando fue del 1,5, siguiendo el polémico índice Congreso.
  •  Abril: el Gobierno fijó para este mes el aumento en las tarifas de gas. Será el segundo incremento para los usuarios antes de la llegada del frío, con lo cual las boletas del próximo invierno también se proyectan estresantes. Si para abril el consumo todavía muestra capacidad de reacción, el índice de precios difícilmente quede por debajo del 2 por ciento. Si, por el contrario, la recesión y la apertura económica derrumbaran más el empleo y el poder adquisitivo -con un Brasil que tampoco reacciona-, habría menos inflación, pero quedaría claro que el remedio fue peor que la enfermedad.
    En resumen, el horizonte inflacionario para el final de la primavera, el verano y bien entrado el otoño se sigue viendo rojo, con un promedio del orden del 2 por ciento mensual. Será otro semestre de alta inflación, a no ser que la crisis escale tanto que la contenga. Los argentinos vienen de un año en el cual se registraron las peores marcas de precios desde 2002, y las perspectivas para los próximos seis meses no son mucho mejores. Están lejos de las promesas del Gobierno, que ya en agosto decía a través de Prat Gay que la inflación había dejado de ser un problema.
    La devaluación, la quita de retenciones y el tarifazo explican en buena medida el comportamiento de los precios desde noviembre del año pasado. Son medidas que el Gobierno defiende, aunque para no hacerse cargo de las consecuencias, las justifica en función de la necesidad de producir un “sinceramiento económico” o como parte de la “pesada herencia”. Es un relato que solo se sostiene con complicidad mediática, pero que le permite al Ejecutivo ir surfeando la crisis desde lo político.
    Sin embargo, la efectividad de ese discurso podría disminuir si la economía no repunta. Y en particular si no mejora la situación de los precios, que es prácticamente de lo único que hablan Macri, Prat Gay y Sturzenegger como meta de política económica.
    El problema de interpretar la inflación como un fenómeno solo monetario e intentar domesticarlo con la suba de la tasa de interés es que no funciona, como está a la vista. Lo otro que hace el Gobierno para aminorar las subas de precios es provocar recesión y abrir la economía a las importaciones. El combo completo tal vez en algún momento detenga la inflación, a costa del consumo, el empleo y la producción industrial, pero hasta el momento no ha ocurrido. ¿Cómo puede ser que ni aun así? Porque el Gobierno no solo azuzó la inflación con la devaluación, la quita de retenciones y los tarifazos, sino que también la dejó avanzar al eliminar los controles sobre la estructura de costos de las empresas, sobre la formación de precios de los sectores concentrados, diluyó la referencia de Precios Cuidados al abandonar al programa a su suerte y desmontó el sistema de protección de los consumidores de los abusos empresarios. La desregulación y el corrimiento del Estado es otra de las razones por las cuales la inflación no afloja.
    A esta altura, los salarios están atrasados y las pymes todavía sufren por aumentos de costos de este año que no pudieron descargar a precios. Es un elemento de tensión que estará presente en las próximas paritarias. Sobre ambos sectores, trabajadores y pymes, se impone una estructura concentrada de la economía. En los rubros de consumo masivo, “una sola empresa controla el 80 por ciento de la producción de panificados; dos empresas explican el 80 por ciento de la producción de leche; dos empresas acaparan el 60 por ciento de las ventas de galletitas; cuatro empresas concentran el mercado azucarero; una empresa abastece el 75 por  ciento de la cerveza en el país; dos empresas se quedan con el 82 por ciento del mercado de gaseosas; cuatro empresas se reparten el 83 por ciento del mercado de productos de limpieza, y dos empresas dominan el 70 por ciento del mercado de champú”, describe un documento de los ex funcionarios de la Secretaría de Comercio Augusto Costa, Ariel Langer y Laura Goldberg. Son factores a los cuales el Gobierno no les presta atención, ya sea por solidaridad de CEOs o por convicciones neoliberales, pero que continúan ejerciendo presión a una inflación que no cede.