Taming the Garden           6 puntos

Motviniereba, Georgia/Suiza/Alemania/Países Bajos, 2022

Dirección y guion: Salomé Jashi.

Duración: 86 minutos.

Estreno en la plataforma Mubi.

En los años 70, el extraviado dictador ugandés Idi Amin llenó un lago de su propiedad con cocodrilos, a los que, según indican las fuentes, arrojaba a opositores molestos. Unos años más tarde, el zar del narcotráfico colombiano Pablo Escobar Gaviria armó en su propiedad un zoológico privado, que tenía por estrellas a cuatro hipopótamos --tres hembras y un macho--, que causaron estragos en un entorno poco receptivo. En fecha más reciente –ahora mismo, casi--, otro superpoderoso, Bidzina Ivanishvili, primer ministro de la ex república socialista de Georgia durante el breve período de un mes, produjo dos hechos resonantes: la compra de varios originales de Picasso (Ivanishvili ocupa el puesto 153 en el listado más reciente de la revista Forbes) y el talado y traslado de decenas de especies arbóreas más que centenarias, de los bosques vecinos a las regiones costeras de su país, para dar aire y sombra a su propiedad.

La historia de este desastre ambiental silencioso es la que narra la realizadora georgiana Salomé Jashi (segundo film de ese origen programado en fecha reciente por la plataforma Mubi, luego de la extraordinaria ¿Qué vemos cuando miramos al cielo?). Jashi apela al sistema popularizado como “documental de observación”, caracterizado por el montaje de escenas no directamente relacionadas entre sí, cuya interrelación vagarosa deja en manos del espectador su armado y, en definitiva, su sentido. Filmando siempre desde una cierta distancia (otra condición sine qua non del documental de observación), Jashi no descuida la belleza y fluidez de sus planos, poniendo paños fríos en lo que podría derivar en una justificada indignación altisonante. La situación, e incluso en buena medida el tratamiento, recuerda a algunas películas en las que el realizador chino Jia Zhangke prestó testimonio, desde fines del siglo pasado, del gigantesco, en ocasiones despiadado salto modernizador hacia adelante del gigante asiático.

Dada la estricta distancia desde la que Jashi filma, algunos de los pobladores de la zona pueden llegar a hacerse identificables, otros no. La señora que a los 25 años plantó uno de esos árboles junto a su marido, por ejemplo, o el señor que no está dispuesto a ser despojado de ese ser vivo así como así. La reacción más generalizada parecería ser, sin embargo, una resignación que halla algún consuelo en los 500 lotis que el magnate está “dispuesto” a pagar por cada árbol, o la promesa de construcción de una ruta cuya utilidad está por verse.

Que Ivanishvili quede fuera de campo durante toda la película es un acierto, ya que expresa la distancia sideral que lo separa de esos añosos lugareños. Que en toda la película no se haga alusión a su proyecto de dios sobre la tierra es una decisión más cuestionable, ya que sólo recurriendo a Wikipedia es posible saber quién está tirando abajo el bosque georgiano, y por qué. Lo cual no da al espectador otra posibilidad que la de la contemplación de fragmentos, cuyo tablero total se ignora.