La aparición del video que muestra al exministro de trabajo bonaerense Marcelo Villegas hablando de una Gestapo para terminar con los sindicatos fue tan solo la punta de un trama que poco a poco se va conociendo a partir de la intervención de la Comisión Bicameral de Inteligencia, de las actuaciones impulsadas por la Fiscalía que tomó intervención, de las declaraciones de los propios involucrados y de la aparición de nuevos audios y videos que en su conjunto son imposibles de omitir como prueba contundente respecto del funcionamiento de un mecanismo mafioso orientado a silenciar y encarcelar dirigentes sindicales, sociales, políticos e incluso empresarios que expresaran una opinión de diferenciación respecto de la política llevada adelante desde diciembre de 2015 a diciembre de 2019.

El mecanismo de espionaje y persecución fue tan perverso que quienes propiciaban la creación de una “Gestapo sindical” eran a su vez espiados por decisión de otros dirigentes de ese mismo espacio político. Nada nuevo en la historia de la humanidad. Cuenta la leyenda que el Dr. Guillotin, impulsor de la guillotina durante la Revolución Francesa, cayó bajo el impiadoso filo de ese artefacto de muerte. Beria, autor de purgas y ejecuciones masivas durante el stalinismo, terminó ejecutado por el mismo régimen cuyo terror contribuyó a consolidar. Ernst Röhm, jefe de las S.A., fue asesinado por sus propios compañeros y jerarcas nazis que lo acusaban de disidente. Algunos desprevenidos se olvidaron de estas y tantísimas lecciones históricas similares. Embargados por la amnesia eligieron escupir hacia arriba, dando lugar a un triste espectáculo que en definitiva debilitó la institucionalidad en un marco de deterioro de la estatalidad y de expansión de la anomia que desordena las formas de convivencia social.

Los peronistas sufrimos este tipo de persecuciones especialmente luego del '55 y del '76. Lo paradójico es que ahora sucedió en democracia. Por eso la gravedad del oscuro montaje de causas judiciales truchas pergeñadas para encarcelar dirigentes populares. Y no es casualidad que los trabajadores y sus dirigentes hayamos sido blanco de estas espurias maniobras.

Cuando se ponen en marcha mecanismos oscuros que transitan por fuera de la legalidad, las consecuencias se tornan incalculables. No quiero entrar en cuestiones de política partidaria o electoral. El asunto es demasiado trascendente en términos de su impacto en las reglas de la convivencia democrática como para demorarnos en cuestiones que, entiendo, se vuelven anecdóticas en relación a lo que está en juego. Y entiendo que lo que está en juego es, ni más ni menos, que la necesidad de reformular y refundar el pacto de convivencia democrática suscripto en 1983 y que rigió durante décadas la vida política de nuestro país proveyendo una estabilidad y continuidad institucional nunca antes conseguida. Las elecciones las ganaba la UCR o el PJ, pero no se ponía en tela de juicio la legitimidad del oficialismo ni de la oposición como fuerzas partícipes del juego agonal de la política en un marco de respeto al plexo de derechos, garantías y libertades consagrados por la Constitución. Las cuestiones de la representación política se dirimían en la arena electoral, por fuera de operaciones judiciales, de inteligencia o carpetazos. 

Ese consenso básico anudado por las fuerzas democráticas de nuestro país fue jaqueado burdamente por quienes optaron por construir causas judiciales falsas, espiar a los dirigentes, condicionar con carpetazos y amedrentar conciencias críticas merced a una exhibición de poder sin contralor de ningún tipo. El macrismo diseñó un mecanismo de persecución política que gozó de protección mediática y que tuvo por objetivo debilitar hasta la agonía al movimiento peronista.

Quienes padecimos en carne propia estas operaciones, optamos por actuar con grandeza y poner nuestro grano de arena para que estas situaciones no se repitan nunca más. Está claro que para que eso ocurra deberá actuar la Justicia desentrañando las responsabilidades pertinentes. Y la política deberá recalcular sus propias prácticas y conductas, evitando que los halcones de siempre terminen imponiendo la lógica del desencuentro fútil, el agravio inconducente y la discordia disolvente.

El camino de los consensos estratégicos que proponen nuestro presidente y nuestra vicepresidenta es la única opción a transitar si queremos salir del lugar de semicolonia, condenada a vivir renegociando el canon de sumisión y vasallaje llamado deuda externa. Si aspiramos a poner en marcha un proceso de desarrollo nacional y soberano, deberemos reconstruir la política albergando en su seno toda la diversidad existente en el marco de reglas de convivencia que conviertan esa diversidad en una gran fuerza movilizadora de lo mejor de nuestra creatividad y de nuestra energía transformadora.

* Secretario General de la Federación Argentina de Trabajadores de la Industria Química y Petroquímica.