El teléfono responde con un mensaje automático: “Alo, alo, mi cielo. Acá la mariquita te lee”. Del otro lado, el bot de Maricafé ofrece un link para conseguir sus tortas, reservar mesa o pedir delivery de su carta gourmet. Este pequeño local, en una esquina no tan transitada de Palermo, tiene tres años y ya cocinó seis toneladas (¡Seis!: lo que pesa un elefante, tres autos, dos mil conejos) de torta rainbow cake, que es la estrella del menú. 

Este “pastel arcoíris” toma los colores de la diversidad y los convierte en bizcochuelo, los baña de una crema o chocolate que culmina en picos y es un quitapena: una explosión azucarada que garantiza sonrisas a quien clava el diente en su néctar.

La idea de Maricafé empezó cuando su gestor, Pol Terrera, cayó en la cuenta de que si quería tener una cita de día, y darse un beso con su correspondido después de la merienda, seguro lo mirarían mal. La hipótesis tiene ejemplos concretos de lo que pasa cuando hay un chape en lugares heteronormados. Por sólo nombrar unos casos recientes, recordemos la pizzería Academia de Av. Santa Fe, la Kentucky de Av. Corrientes o la expulsión de La Biela, el bar de 150 años frente al cementerio de la Recoleta. La escena odiante se repite: si dos o más personas LGBT se dan un beso de día, el ojo paki leé la situación como una práctica obscena (y si se tira un poco de la cuerda seguro alguien dirá que pervierte a lxs niñxs).

Curado del espanto, Pol quería tomar un té con masas siendo quien es, con ese objetivo aprovechó sus viajes por Europa y EE.UU. con el marico-radar encendido. Pensó en un menú gourmet fresco y accesible, una propuesta pastelera que estuviera a la altura de las divinas tentaciones, y en 2018 se animó a dejar su trabajo de marketing comunicacional para abrir un café. No cualquier café: un Maricafé.

“Quería replicar la librería/cafetería, que es algo muy porteño, pero sumar la transformación cultural de que sea un lugar diurno y seguro para la diversidad”, dice Pol a SOY. “Siento que estamos condenados a la noche, y no porque no me guste la noche, pero que en plena tarde se pueda ir a un lugar con tranquilidad, o que vengan infancias a comer torta y haya drags dando vueltas, me parece una conquista”.


Nuestro mundial

La esquina maricona de Honduras y Acuña de Figueroa tiene mesas angostas, una pared con libros LGBT y un clima que hace pensar en el living de alguna casa, donde las conversaciones que flotan están de alguna manera conectadas. La gente que atiende, y la que no está a la vista pero hace que las cosas funcionen, también es parte de la comunidad. En este espacio -y con los cuidados que pide la pandemia- se hicieron “bingos trolos”, juntadas con fans de RuPaul´s Drag Race, proyecciones de películas y, por estos días, se arman encuentros para ver la nueva Sex & the City.

Algunos vecinos pasan y saludan. Otros denuncian, ¿por qué? Porque pueden. “Las proyecciones de RuPaul´s son como nuestro mundial, generan pasión, y por eso hemos recibido denuncias, porque en las finales se grita un montón. Cuando viene la policía les digo ‘esto es igual a un partido de fútbol, en la pizzería de al lado cuando hay partidos y gritan gol, ¿los denuncian también?’. Ahí culturalmente hay algo para pensar”.

La policía, cada vez que recibe llamados, pasa a inspeccionar y hay semanas movidas, insoportables: “El día del evento del orgullo recibimos 46 denuncias por ruidos molestos, una locura porque era un evento oficial. La semana siguiente tuvimos cinco inspecciones seguidas, ¿qué cafetería tiene capacidad para bancarse tantas inspecciones y denuncias? Uno se termina preguntando cuántas de esas son denuncias falsas, porque es una forma de hostigamiento”.

En los últimos días se viralizó un video donde dos personas prenden fuego en la puerta del local un objeto que parece una almohada. El vandalismo se replicó en redes, hubo paneles de TV que lo comentaron (y evidenciaron cuánta formación le falta al periodismo sobre temas LGBT), pero sobre todo, demostró cómo se activa el abrazo colectivo cuando se avanza sobre derechos conquistados.


Té con señoras

“El ataque quiere generar un fantasma en cuanto a la seguridad de Maricafé, pero ojo que fue un acto cobarde de madrugada”, dice Pol, que hizo la denuncia con el video como prueba: “Hay que llegar hasta el fondo del asunto como un mensaje político, porque si no después empiezan los envalentonamientos y los discursos de odio se validan. A esta altura, con las legislaciones que nos respaldan, no tenemos nada que discutir sobre la legitimidad de nuestra comunidad”.

Más allá de la bronca por la fogata, los mensajes de afecto le hicieron sentir a Pol que va en el camino correcto, y que tantos kilos de torta, budín y mariconeo valen la pena. “Fue algo que me movilizó, pero no me paraliza”, dice. ¿Y el futuro?, ¿qué planes hay?: “Me encantaría que haya más Maricafés, que haya en otras provincias y que las señoras se vean tentadas de ir a mezclarse y tomar el té por lo rico de la pastelería”.