Los caminos de la ficción

Cualquier lector sabrá que no es necesario siquiera moverse del sofá para hacer grandes distancias, que viajar está al alcance de la mano con la literatura. Lo cual no quita que a Karla Nielsen, curadora de la Biblioteca-Museo Huntington, en California, le haya entrado tremenda duda: cuando una novela es rica en referencias geográficas, ya sean reales o imaginarias, “¿hasta qué punto ayuda contar con un mapa? ¿Complementa o compite con la narración? ¿Interfiere en el mundo que el autor construye con su prosa?”. De zanjar esa intriga o, al menos, transitar posibles respuestas, trata Mapping Fiction, una muestra que invita a conocer los universos descriptos por escritores y, asimismo, la cartografía que sus universos han inspirado. En la muestra, están –por ejemplo– los mapas que acompañaron las primeras ediciones de Juego de Tronos, de George R.R. Martin; de la trilogía de El señor de los anillos, de J.R.R. Tolkien, con las ubicaciones fantásticas de bosques élficos y casas de hobbits; también de La isla del tesoro y de Secuestrado, ambas de Robert Louis Stevenson (un autor al que Borges, como es sabido, tanto admiraba). Además hay diagramas inéditos, dibujados a mano por Octavia E. Butler en pos de ilustrar sus propios paisajes imaginarios, tanto de La parábola de los talentos como de Parable of the Trickster (que no terminó y, por tanto, nunca fue publicada). Sobre cómo se le prendió la lamparita para cranear y montar la exposición, Nielsen cuenta que fue al enterarse de que James Joyce fue terminante al pedir que su Ulises se publicase sin mapa alguno de Dublín, a contramano de la opinión de sus editores. Tanta reticencia despertó la curiosidad de la dama, que también ha reunido ejemplos de ediciones tempranas del Quijote de la Mancha, de Cervantes, Los viajes de Gulliver, de Swift, La vuelta al mundo en 80 días, de Verne, por citar algunos pocos ejemplos de esta propuesta brújula en su muy específica, muy encantadora temática.

Mi pequeño caballito medieval

Parece ser que tanto la pintura, la literatura, el cine, han tendido a exagerar la nota cuando de caballos de guerra medievales se trata. Históricamente representados como regias e imponentes bestias que pisan fuerte y resoplan intimidantemente, resulta que –para los estándares actuales– no habrían sido demasiado grandes. Más aún, su tamaño promedio habría sido el de... un poni moderno. Así lo asevera un equipo de historiadores y arqueólogos británicos, que han compartido sus hallazgos en la revista International Journal of Osteoarchaeology, donde dejan anotado que estos espléndidos corceles eran típicamente más delgados, bajitos y delicados de lo que suele creerse. Al menos, en Inglaterra, aunque creen que su conclusión podría ser extensiva al resto de Europa. Arriban a esta idea después de examinar seriamente los huesos de unos 2 mil equinos que datan de los siglos IV al XVII, encontrados en castillos, cementerios de animales de la Edad Media y otros sitios arqueológicos; y de chequear, por cierto, registros históricos de caballería. Según Alan Outram, de la Universidad de Exeter, uno de los autores del estudio, la altura promedio que los equinos no superaba 1,44 metros de altura. Pero, claro, el tamaño no lo es todo: a su entender, a los guerreros de aquel período estos caballitos igualmente les venían pipa para sus incursiones de largo alcance, para transportar equipos, para obligar al enemigo a iniciar su retirada. “No es que no invirtieran esfuerzo, dinero y tiempo en criarlos; entre los siglos XIII y XIV la realeza gastaba más dinero en sementales que en el pueblo”, redobla el hombre, aunque rápido aclara que, aún así, ejemplares de 1,60 o incluso de 1,50 de altura seguían siendo rarísimos en Inglaterra. Dicho lo dicho, no se duermen en los laureles; para afinar más el análisis, los eruditos ya tienen próximos pasos en mente. Por caso, echarle un vistazo a las armaduras de los equinos y examinar el ADN de los huesitos reunidos, para sacarles todo el jugo –información– posible.

Demasiado pelmazos

Los hermanos Fred y Richard Fairbrass, musculosos de otrora que escalaron los charts del ’91 con su megahit "I’m Too Sexy", no solo son demasiado “sensuales”: también serían demasiado de derechas, en perfecta sintonía con el nombre de su perseverante dúo europop, Right Said Fred. A principios de este mes, la banda promovió la transmisión de un podcast organizado por el líder de un grupo que se autoproclama “la mayor amenaza fascista de Reino Unido”, al compartir el link de la charla en su cuenta de Telegram. ¡La sorpresa! que se llevaron algunos de sus miles de seguidores de la banda al cliquear y acabar oyendo a supremacistas blancos dar un colérico discurso antivacunas. El anfitrión, Mark Collett, es fundador del grupo Alternativa Patriótica, un tipo abiertamente neonazi que niega la existencia del Holocausto y echa flores a Hitler; en el podcast charlaba con el bloggero No White Guilt y con un exlíder del Ku Klux Klan. “Jamás imaginé que Right Said Fred compartiría mi contenido, ¡qué tiempo más interesante vivimos! Es genial ver cómo celebridades y artistas acaban en Telegram para esquivar la censura de los medios y las redes mainstream”, las encantadas palabras del nefasto Collett. Tras verse en el ojo de la tormenta, empero, los Fairbrass salieron a aclarar a la velocidad del rayo que habían compartido el link “por error”. Algunas almitas sospechan que estarían macaneando: Fred y Richard, recuerdan, son decididamente antivacunas y han participado en marchas y protestas contra el confinamiento y el uso de mascarillas, publicado en sus cuentas delirantes teorías conspirativas. “Los chicos suelen subir información que creen que no tiene la cobertura que ameritaría. Este es un raro ejemplo de ellos cometiendo una equivocación”, las palabras del representante del dúo, asegurando que antivacunas sí son, no así racistas y antisemitas. El que quiera creer...

Un tributo a Betty White

Gran comediante y mejor persona, la adorada Betty White sigue haciendo el bien desde el más allá. En honor a la entrañable golden girl que murió el pasado 31 de diciembre, miles y miles de seguidores están haciendo donaciones a refugios de animales en su nombre. El “Betty White Challenge”, como han bautizado a la espontánea iniciativa, surgió en redes sociales el 17 de enero, cuando la actriz hubiese cumplido 100 años. Desde entonces, casas de rescate y organizaciones benéficas que trabajan por los derechos de animales –tanto de Estados Unidos como de Canadá– no paran de recibir dinero que llega con cálida aclaración: “En honor a BW”. El gesto no es arbitrario: como mucha gente sabrá, White era una declarada amante de la fauna y una comprometida activista. No temía abrazar y besar desde lagartos hasta zorros, o acunar a una boa constrictora; sentía igual cariño por halcones, lechuzas, ranas, incluso tarántulas. Su sueño de juventud, contaba ella, era ser guardabosques, vocación truncada porque –por aquellos días– era un trabajo exclusivo de varones (en 2010, al menos, tuvo revancha: el Servicio Forestal de Estados Unidos la nombró guardabosques honoraria). De niña, las vacaciones con sus padres solían ser en carpa: iban de mochileros a rincones donde lo único que les rodeaba era naturaleza y más naturaleza, para encanto de la párvula. Chicuela que, ya de adulta, trabajó incansablemente por el bienestar de todo tipo de bicharracos. White fue miembro del consejo del Zoológico de Los Ángeles; lideró campañas para juntar fondos que permitieran construir más y mejores hábitats para gorilas y elefantes; financió a numerosas entidades benéficas. También costeó de su bolsillo un avión que rescató a pingüinos y nutrias marinas en peligro, que necesitaban ser reubicadas del zoo y acuario de Nueva Orleans después del huracán Katrina. Apenas la punta de un iceberg la mar de bienhechor; porque además de donar y recaudar cash, era habitual verla laburar como voluntaria en distintos refugios. “Me gustan más los animales que las personas, es así de simple”, se carcajeaba con su habitual gracia quien hoy día no solo ha inspirado un desafío viral de impacto profundamente positivo: como anota el Washington Post, mirando Instagram, uno puede encontrar foto tras foto de gatitos y perritos recién nacidos que llevan por nombre, ¿qué? “Betty White”, por supuesto.