En la construcción narrativa de las canciones de Los Redondos, el Indio Solari instaló decenas de figuraciones femeninas. Un universo enorme en el que conviven la hija del fletero, una piba con la remera de Greenpeace, Roxana Porchelana, la Sole, Pituca, Negrita, Marita, Susanita, las pibas de Ushuaia, una damita de Concordia, la pequeña novia del carioca, brujas de alma sencilla, la Gran Lady, la suave flor judoka, la bailarina de la caja musical, tipas porno-nazi look, flacas gimnastas de América, secas austeras soviéticas, las monjas verdes revolucionarias, una tipa rapaz, la más linda del amor.

Olga Sudorova

La poética ricotera está llena de mujeres en roles protagónicos o de reparto, aunque quizás solo una de ellas cumpla la extraña condición de asumir ambos papeles a la vez: Olga Sudorova. Un personaje imaginado por Solari para el cierre de “Ji ji ji”, aunque —curiosamente— no lo incluyó en la versión final de “Oktubre”. Recién empezaría a crecer en la consideración litúrgica a través de cintas informales, esos registros “piratas” de shows en los que el Indio desarrolla completa la frase reducida en el disco a murmullos, una sirena y el repetido grito de “Chernobyl.

El álbum salió el mismo mes de su nombre, en 1986. Y fue presentado a los pocos días con varias funciones en Paladium. Ahí, Solari recitó la línea posterizada: “Olga Sudorova. ¡Vodka de Chernobyl ! Pobre la Olga... crepó”. Un relato triste, con un fondo melancólico, a sorbos de la bebida que —según aseguraba Moscú— inmunizaba contra la radiación.

"Ji ji ji"

Pocos antes de grabar “Oktubre”, una noticia había estremecido al planeta: el 26 de abril de 1986 reventó un reactor nuclear en la central atómica de Chernobyl, 130 kilómetros al norte de Kiev, capital de Ucrania, la segunda república más importante de la Unión Soviética. La potencia fue quinientas veces mayor que la de la bomba de Hiroshima, una catástrofe nunca vista y cuyas consecuencias jamás podrán cuantificarse con exactitud.

Apenas tres semanas después de la explosión en Chernobyl, Los Redonditos de Ricota tocaron una versión a ajustar de “Ji ji ji” que termina con el Indio cantando algo que suena a ruso. Así lo demuestra un registro fechado también en Paladium el 16 de mayo del ’86, cinco meses antes de la salida del disco. Evidentemente estaba en Solari la búsqueda de un hilván para el cierre de la canción, allí donde se despide tras un solo y el estribillo final, en esa especie de desarme donde, de la nada, aparece mencionada la desgraciada ciudad soviética.

Fuera de la versión final de “Oktubre”, Olga Sudorova sobrevivió como una reminiscencia espectral de “Ji ji ji”: su sola mención conecta con la canción emblema de Los Redondos, a pesar de no haber sido grabada. Algo de eso tuvo que ver la lámina interna del disco, que reproducía todas las letras y agregaba la citada mención a Olga.

Oktubre

En 2018, la escritora uruguaya Carolina Bello usó el nombre del disco para titular una novela en la que imaginó a Olga Sudorova más allá del cameo en “Ji ji ji”. Según Carolina, Olga era una adolescente ucraniana, hija de ruso y argentina, que se cartea con otro argentino, de nombre Hernán. El intercambio epistolar es de alta carga política: Hernán procesa en su juventud los primeros años de posdictadura, era contemporánea a la que Olga vivía tras la muerte de Leonid Brézhnev y esa transición al fin de la URSS que acabaría con Mijaíl Gorbavoch. El montaje final también es muy curioso: en la novela “Oktubre", Olga Surodova no es de Chernobyl, sino de Prípiat, una de las primeras ciudades evacuados tras el desastre. Y la última carta la envía desde Kiev.

De regreso a Oktubre, lo que quedó en el tintero

En su libro “De regreso a Oktubre: Lo que quedó en el tintero”, el artista Rocambole se animó a ilustrar principalmente canciones de ese disco (además de otras de Los Redondos, a modo de bonus tracks). A la hora de “Ji ji ji”, el Mono Cohen desarrolla la letra con distintos recursos visuales hasta recuperar, en el final, a Olga Sudorova.

Utilizando la técnica del collage digital, Cohen fuguró a Sudorova con un AK-47, una camisa verde y la boina negra con la estrella roja. Fuera de foco, emerge un fondo sórdido: ampulosas construcciones soviéticas (desde edificios hasta vías de tren) reducidas a carcasas derruidas por la radiación nuclear. Olga, con el fusil empuñado, mira de reojo para un costado, en estado de alerta. Ucrania esperando con tensión a Rusia. Tal como pasa ahora, pero también en ese entonces, cuando Kiev tironeaba el poder centralizado de Moscú.

A fines de enero, cuando la bambolera entre Rusia y Ucrania iba en alza, la imagen de Olga Sudorova circuló a través de alguna de las redes de Cohen. “Es un pegote de ideas, como muchas de las imágenes que me salen”, explica Rocambole. Y cuenta un origen que nada tiene que ver ni con los 80s, ni con la disputa actual en la vieja URSS. “Por el ’90 visité Cuba, y en el Aeropuerto José Martí había que pasar por un escritorio donde una persona te formulaba preguntas de rigor para otorgar la visa de turismo. A mí me atendió una muy joven y bellísima morocha miliciana, con uniforme impecable, toda de verde, y hasta con la clásica boina”.

“Esa imagen quedó mucho tiempo en mi retina, pensando que en algún momento plasmaría algo con ella”, asegura el Mono. Y ese momento llegó, justamente, a través del libro “De regreso a Oktubre”, publicado en 2016 por cuenta propia y con una factura de calidad. “Puse un fondo de Chernobyl. Y, sobre él, la figura de una miliciana armada. El rostro lo copié de la fotografía de una modelo morocha y le cambié el vestuario, por supuesto”. ¿Quién podría ser Olga Sudorova, finalmente? “Ni yo lo sé”, asegura Rocambole. “En general, mis trabajos no son para ilustrar relatos: son para inducirlos”.